Haití vive días desoladores.
Luego de que un terremoto azotara la isla caribeña el sábado —dejando al menos 1.900 muertos—, otro desastre natural vino a golpear una vez más a sus habitantes: la tormenta tropical Grace.
Intensas lluvias y fuertes vientos han dificultado las complejas labores de rescate entre los escombros que dejó el movimiento telúrico de magnitud 7.2.
Y las más de 30.000 personas que quedaron sin hogar han tenido que sobrevivir deambulando por las calles, intentando conseguir comida y abrigo, y durmiendo arriba de plásticos en albergues improvisados.
Consuelo Alzamora vive hace 10 años en la ciudad de Les Cayes, la tercera más grande de Haití y la más afectada por el sismo ocurrido el pasado 14 de agosto.
La terapeuta ocupacional chilena tiene un centro de rehabilitación física que ha tenido que acomodar para atender a los cientos de heridos que han surgido en estos últimos días.
En conversación con BBC Mundo, detalla la crítica situación que viven los haitianos y la desesperación que poco a poco se está apoderando de los damnificados. Este es su testimonio en primera persona.
Cuando empezó el terremoto, yo estaba con mi hijo de 2 años en mi casa, que está en un segundo piso, arriba de nuestra clínica de rehabilitación.
No alcanzamos a bajar ni a hacer nada. Nos caímos al suelo, era imposible mantenerse de pie.
Cuando el movimiento cesó, me vestí rápido y salimos corriendo al patio. Lo primero que hice fue chequear que mis vecinos y las familias cercanas estuvieran bien.
No sabíamos qué hacer porque comenzaron unas réplicas muy fuertes. Y como mi casa queda a dos cuadras del mar, decidimos tomar un auto e irnos a la montaña. Teníamos miedo de que pudiera venir algo más fuerte, como un tsunami.
Poco a poco nos fuimos enterando de la enorme cantidad de muertos y damnificados. Entonces, decidimos ayudar. En el centro de rehabilitación teníamos materiales ortopédicos, como botas, collares cervicales, cabestrillos, y comenzamos donándolos a los distintos hospitales.
Diez voluntarios se unieron a nosotros. Pero cuando íbamos a empezar a trabajar, vino la tormenta. Y todo empeoró aún más.
Ha sido terrible, estuvo lloviendo sin parar, con mucho viento, y está todo inundado. La gente caminaba mojada y no pueden dormir en sus casas, entonces están en la calle, en carpas, o simplemente arriba de plásticos. Nadie duerme.
Instalamos una clínica móvil al frente de nuestro centro donde estamos atendiendo a personas con heridas leves y esguinces para descongestionar un poco los hospitales.
Porque los hospitales están colapsados y en muy malas condiciones. Uno de los niños que me tocó atender había ido al hospital, pero allá no tienen yeso entonces les ponen cualquier cosa. Tiene una fractura grande y necesita operarse. Pero le habían puesto un vendaje nada más.
Hay personas que ni siquiera han logrado salir de los escombros ni recibir atención en los centros de salud.
Nosotros nos estamos asesorando con traumatólogos de Chile vía zoom, les mostramos cada caso y nos dicen qué hacer.
Además, hemos estado visitando los distintos refugios que han ido apareciendo. Son albergues informales; la gente se ha tomado terrenos vacíos, canchas de fútbol y plazas, y han ido construyendo sus casitas.
El martes (17 de agosto) fuimos a dejar unos kits de higiene, con toallas higiénicas y cepillos de diente, entre otras cosas. También repartimos ropa de bebé y plásticos para que tuvieran al menos un lugar seco donde dormir.
La situación es muy triste, están todos mojados, muchos de ellos son niños, tienen frío y hambre. Pero nosotros no tenemos comida. Y algunos se desesperan y nos gritan: “¡tráigannos comida!”.
Tampoco es fácil encontrar agua potable. Entonces nos piden agua…. y que te pidan agua es muy fuerte, es muy doloroso.
La ciudad está desabastecida porque mucha gente decidió irse a los campos o a la capital, Puerto Príncipe, por miedo a que sus casas se derrumbaran. Fue impresionante ver cómo salían cientos de personas con sus maletas.
Así que está todo cerrado. El mercado está con riesgo de caerse, mucha de la gente que vendía tuvo que huir. Nosotros encontramos un almacén abierto y fue la salvación, le compré un yogurt a mi hijo, quería darle algo rico.
Pero la verdad es que esta parece una ciudad fantasma. Y los que quedan son los rezagados, los que menos tienen y los que están en peores condiciones.
Estamos intentando multiplicar la ayuda lo más posible. Este miércoles (18 de agosto) encontramos pan y vamos a ir a comprar para llevar a los albergues.
Pero nadie nos está ayudando. No hemos recibido ni un toldo, ni un alimento, nada. Nos sentimos abandonados y la gente está desesperada por comida, por algo de ayuda.
Y lo que pasa es que cuando la respuesta es tan lenta, la gente se empieza a volver loca. Y cuando llega la ayuda, se ponen agresivos, muy violentos.
El problema es que Haití está muy peligroso. Y el gobierno no se está haciendo cargo de la seguridad de ninguna ONG extranjera u organismo internacional. Entonces, si alguien quiere venir a ayudar, tiene que correr el riesgo. Si les pasa algo, será bajo su responsabilidad.
Cuando fue el terremoto de 2010, los camiones con ayuda eran escoltados. Ahora nada.
La situación política agrava aún más el problema. No tenemos gobierno, nadie lo reconoce. Y no queda un blanco en el país [en alusión a la falta de presencia de organizaciones internacionales de ayuda]. Lo único que se ve son periodistas.
Dicen que los doctores van a llegar el viernes recién. Pero la gente está toda fracturada, no hay especialistas. Al final, uno siente que es como “que se muera el que tenga que morir”.
Haití siempre se siente abandonado, en todo sentido. En las noticias se muestra lo peor de Haití, y la gente ya conoce esa historia entonces ya ni siquiera les llama la atención. Acá nadie se entera que hay problemas en Afganistán, por ejemplo. Tenemos suficientes problemas.
La gente aquí se siente sola y abandonada porque sea por la razón que sea, la ayuda no llega. Y no sabemos si va a llegar.
Al final, solo nos tenemos a nosotros.