En agosto, un emotivo discurso pronunciado en el marco de la Convención Demócrata que lo designó candidato, su esposa, Jill Biden, resaltó la capacidad de Joe de rehacerse tras las desgracias y seguir trabajando por los demás.
* Este artículo fue publicado en agosto de 2020 y actualizado con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos.
“Prométeme que estarás bien, papá”.
Eso le pidió Beau Biden a su padre, Joe, poco antes de morir.
Al hijo mayor del ahora presidente de Estados Unidos le diagnosticaron una agresiva forma de cáncer cerebral en 2013.
Murió dos años más tarde, en junio de 2015, pocos días antes de que Donald Trump lanzara su campaña para conseguir la nominación del Partido Republicano para las elecciones de 2016 que lo catapultaron a la Casa Blanca.
Joe Biden, que entonces era vicepresidente de Estados Unidos con Barack Obama, también se había planteado pelear entonces por la presidencia de su país, pero la muerte de Beau le hizo descartar esa opción, en contra incluso de la voluntad que había expresado su hijo.
Ahora, cuando ya es presidente, reflexionamos sobre la trágica vida personal de Biden, el impacto que ha tenido en la definición de su carácter y cómo esta puede ayudar a sanar a un país con profundas heridas y una marcada polarización.
En agosto, un emotivo discurso pronunciado en el marco de la Convención Demócrata que lo designó candidato, su esposa, Jill Biden, resaltó la capacidad de Joe de rehacerse tras las desgracias y seguir trabajando por los demás.
“Hará por tu familia lo que hizo por la nuestra: unirnos y completarnos”, subrayó la nueva primera dama de EE.UU.
Joe Biden, de 78 años, se crio en una familia de clase trabajadora y de creencia católica.
Su madre tenía un fuerte compromiso con la justicia social y su padre repetía una y otra vez un breve pero contundente mantra como consejo de vida: “Levántate, levántate después de haber sido derribado”.
Una lección que Biden aprendió no solo de boca de su padre sino por propia experiencia.
Recién cumplidos los 30 años, Biden se sentía capaz de comerse el mundo.
Era noviembre de 1972. El joven abogado estaba casado con Neilia, una mujer de la que se había enamorado a primera vista unos años antes.
La pareja tenía tres hijos -Beau, Hunter y Naomi- y Biden acababa de ganar un escaño en el Senado de EE.UU. por el estado de Delaware.
Se iniciaba así una carrera de más de 40 años en la política estadounidense.
Días antes de Navidad, Biden estaba en Washington DC entrevistando a personal para su despacho cuando recibió una devastadora llamada.
“Su esposa e hija han sufrido un terrible accidente. Tiene que regresar a casa”, dijo la joven voz al otro lado de la línea. Biden supo en ese momento que su mujer había muerto.
Posteriormente se conocieron los detalles del accidente.
Neilia y los tres niños volvían de comprar el árbol de Navidad cuando un camión que transportaba mazorcas de maíz chocó lateralmente con su auto.
La mujer, de 30 años, y la hija pequeña, Naomi, de 13 meses de edad, murieron. Los niños -Beau, de 3 años, y Hunter, de 2- resultaron gravemente heridos y fueron hospitalizados, pero sobrevivieron.
Empezaba una etapa de dolorosos contrastes en la vida de Biden.
“Joe lo tenía todo”, dijo su hermana, que dirigió la campaña de Biden para el Senado.
“Pensábamos que nada podía detenernos”, comentó un amigo de la secundaria.
“Los primeros días”, escribió años después el propio Biden, “me sentía atrapado en un vértigo constante, como esos sueños en los que de repente sientes que te caes, aunque en mi caso caía constantemente”.
El político reconoció que llegó a preguntarse si podría seguir adelante.
“Empecé a comprender cómo la desesperación lleva a la gente a liquidarlo todo, cómo el suicidio no era solo una opción sino una opción racional. Pero miraba a Beau y Hunter dormidos y me preguntaba qué terrores tendrían ellos en sus sueños y quién les explicaría mi ausencia. Y supe que no tenía más elección que luchar para seguir vivo”.
Esa determinación llevó a Biden a jurar su puesto como senador en la habitación de hospital donde Beau permanecía ingresado.
No fueron meses fáciles. El mandatario sentía tanta rabia que en ocasiones vagaba por las calles en busca de problemas.
Uno de sus nuevos colegas, el senador John McClellan, que también había sufrido terribles pérdidas en su familia, le aconsejó que se “enterrara en el trabajo”.
Pero no quería alejarse de sus hijos.
De esa época data una de las anécdotas destacadas de sus primeros años como senador: cada día hacía en tren el trayecto de ida y vuelta entre su casa en Wilmington, Delaware, y Washington DC, más de 300 kilómetros diarios para estar cerca de los suyos.
Fue así como Biden desarrolló un estrecho y especial vínculo con sus hijos que, décadas después, profundizó el desgarro que supuso perder también a Beau.
Siguiendo el consejo de sus allegados, Biden se entregó a su trabajo como senador, que desempeñaría durante más de 30 años.
Pero también le prestó atención a su vida personal.
En marzo de 1975, salió en una cita a ciegas concertada por su hermano Frank con Jill, estudiante de último curso en la universidad.
Jill y Joe se casaron en 1977 para alegría de Beau y Hunter, que se habían encariñado casi de inmediato con ella. En 1981, la pareja tuvo una hija, Ashley.
Sin olvidar el recuerdo de Neilia y Naomi, Biden sintió que su familia volvía a estar completa.
Hasta que se vio sacudida por una nueva tragedia.
Beau Biden no siguió los pasos políticos de su padre. Desplegado con la Guardia Nacional a Irak en 2008, Beau fue fiscal general del estado de Delaware por dos períodos.
En el desempeño de ese trabajo conoció a la senadora Kamala Harris, entonces fiscal general de California y ahora vicepresidenta de EE.UU.
La relación de amistad y mutua admiración entre Beau y Harris fue uno de los factores que motivó a Biden a elegirla como compañera de fórmula.
Cuando en 2013 los doctores le diagnosticaron a Beau una rara forma de cáncer cerebral, los Biden intentaron no perder el ánimo, pese al desalentador pronóstico.
El exvicepresidente plasmó los detalles de cómo fueron los dos años de enfermedad de su hijo en el libro Promise me, Dad (“Prométeme, papá”) publicado en noviembre de 2017.
“Una noche, cuando estaba claro que las probabilidades no eran buenas, Beau me pidió que me quedara en su casa después de cenar”, contó Biden en una de las presentaciones del libro.
“Me dijo: ‘Papá, sé que me amas más que nadie en el mundo. Pero prométeme que estarás bien. Yo estaré bien, papá’.
“Estaba cara a cara con la muerte. Me vio sufrir la pérdida de su madre y hermana. Y no quería que me encerrara en mí mismo. No quería que me rindiera ante la dureza de la vida“, explicó.
“Conozco las fases del duelo, como mucha otra gente. Desde el dolor a la sensación de desesperanza, a la recuperación… Se necesita tiempo”.
Estos incidentes no son solo desgracias que Biden tuvo que sobrellevar, sino que influyeron en algunas de las iniciativas de su carrera política, como sus prioridades en el Senado, su compromiso con la investigación contra el cáncer o la ya mencionada decisión de no presentarse a las elecciones de 2016.
Según sus amigos más cercanos, exasistentes y colegas políticos, las tragedias también moldearon su carácter.
Le hicieron más cercano, más auténtico, más empático.
Esos rasgos ya estaban ahí, pero fueron reforzados por todo lo que Biden tuvo que aprender sobre sí mismo y sobre la vida mientras lidiaba con problemas tan graves, sin olvidar los dos aneurismas cerebrales a finales de los años 80 que podían haberle matado o incapacitado.
“Sabe lo que significa sufrir pérdidas”, le dijo el senador por Delaware Chris Coons a la revista Politico, “pero también sabe lo que es levantarse y seguir adelante”.
“Tiene casi un superpoder en su capacidad de consolar, escuchar y conectar con personas que acaban de sufrir la pérdida más grande de su vida”, explicó el senador demócrata.
Algo que pueden confirmar personas que han padecido grandes desgracias, como Mark Barden, cuyo hijo de 7 años fue asesinado en el tiroteo de la escuela primaria Sandy Hook en Connecticut en 2012.
Barden recibió una llamada directa de Biden y tiempo después contó que sintió una conexión inmediata con el entonces vicepresidente en su conversación de más de una hora.
Hay dos palabras que proliferan para referirse a Biden: decencia y empatía.
Este “superpoder de la empatía”, dicen sus simpatizantes, puede que haya sido clave en sus aspiraciones presidenciales en un momento en el que la pandemia se ha cobrado cientos de miles de muertes y ha arruinado familias.
Biden ha expresado su incomodidad ante el hecho de que alguien pueda interpretar sus palabras sobre las tragedias de su vida como un intento de despertar compasión y, en época electoral, de ganar votos.
Por eso prefiere limitarse a hablar de temas tan personales en entrevistas o discursos puntuales.
Pero para quienes mejor lo conocen, el haber atravesado estas difíciles experiencias le aporta a Biden un valor que no debería esconder, ya que supuso una ventaja respecto a Trump, a quien a menudo se le critica la incapacidad de ponerse en el lugar de los demás.
En opinión del senador Coons: “Biden puede sanar nuestras relaciones con el mundo, con nuestros aliados. Puede restaurar nuestra posición de fortaleza y liderazgo en el mundo. Pero también puede recuperar una sensación de optimismo y sanar las increíblemente profundas divisiones que ya existían, pero que Trump ha explotado y ampliado”.
Esa capacidad de cerrar heridas y reunificar el país parece más necesaria que nunca después del violento asalto al Capitolio por parte de seguidores del presidente saliente y de los enfrentamientos que se han dado en ambas cámaras del Congreso entre demócratas y republicanos.