Estudiante pasó su último mes de la universidad cargando cadáveres en el epicentro del coronavirus en EE.UU.
Mariel Sander dice que aprendió a tenerle respeto a la muerte después de tratar con decenas de cadáveres.
Mariel Sander es una joven estudiante de 21 años que estudia en la Universidad de Columbia. Cuando cursaba su último mes, la pandemia del coronavirus llegó a Nueva York, lugar donde vive.
Cuando fue notificada del cierre de la universidad ubicada en Manhattan, decidió no quedarse en casa y buscó de qué forma ayudar en esta emergencia.
Rápidamente Nueva York se convirtió en el centro de la pandemia en Estados Unidos, matando a miles de personas y contagiando a otras más. Para lidiar con esto, muchos hospitales empezaron a reclutar a jóvenes para trabajos temporales.
Sander fue una de las personas contratadas para trabajar en la morgue de un hospital de Brooklyn a US$25 por hora.
Durante el mes en el que trabajó vivió un verdadero desafío mental y físico al tener que lidiar con una verdadera pesadilla. Las bolsas de cadáveres rasgadas, miembros amputados y líquidos misteriosos en sábanas eran su día a día.
Su historia la contó al New York Times y, según dijo, uno de sus mayores aprendizajes fue tenerle respeto a los rituales de la muerte al ver que miles de personas se quedaron sin poder despedirse de su seres queridos ya que la carga viral del covid-19 en cadáveres obliga a que éstos sean embalados inmediatamente e incinerados.
“Esta experiencia me enseñó más de empatía que cualquier otra cosa”, dijo al NY Times.
En su primer día de trabajo observó como la morgue estaba colapsada, ya que el cuarto que acostumbraba a recibir una docena de cuerpos, tenía en ese momento 90 cadáveres que necesitaban ser almacenados.
Durante su tiempo de estudiante había recibido una capacitación como técnica en emergencias médicas y ahí aprendió a manipular cadáveres. Aún así, no estaba preparada para ver la huella que dejaba a su paso el coronavirus.
Su trabajo también consistía en ir a los cuartos donde estaban los pacientes intensivos a recoger el cuerpo de quienes acababan de fallecer. Cuando esto sucedía, miraba cómo el cuerpo de la persona estaba rodeado de otros pacientes inconscientes, la única señal de vida era el sonido de los respiradores.
Le tocó cargar cuerpos de bebés, de ancianos, hombres y mujeres. A veces, la bolsa permitía ver el rostro del fallecido y otras veces Sander podía sentir que los cuerpos aún estaban tibios.
En su último día de trabajo, se hace la prueba para descartar que haya sido contagiada. Los resultados salieron negativos al mismo tiempo que la universidad le notificaba que su graduación sería de forma virtual.