Lecciones de confinamiento: así se mantuvo en forma Nelson Mandela fuera y dentro de la cárcel
La propagación del coronavirus ha obligado a millones de personas de todo el mundo a recluirse en sus hogares y abandonar el ejercicio en el exterior y en el gimnasio. Si se dispone de una casa amplia con un jardín, la situación no es tan angustiosa. Sin embargo, la mayoría de las personas viven en pisos pequeños en los que la estrechez de los pasillos es la tónica habitual. ¿Cómo evitar marchitarse en tan poco espacio durante el tiempo que dure el confinamiento? Gavin Evans echa la vista atrás para conocer cómo se adaptó el boxeador y símbolo de la liberación de Sudáfrica Nelson Mandela durante su encarcelamiento en una minúscula celda en la isla Robben.
15 de febrero de 1990. Nelson Mandela se levanta a las 5 de la mañana y, conforme a su rutina habitual, empieza la hora de ejercicio. La diferencia esta vez es que, en lugar de en una celda, el gimnasio se sitúa en la sala de estar de su “caja de cerillas”, como se conoce a los hogares de Soweto por su reducido tamaño, en el número 8115 de Vilazaki Street. Pronto sería asediado por periodistas, seguidores, diplomáticos y familiares.
Unas horas después le entrevisté para profundizar en sus planes. Sus respuestas, claras y concisas, hacían que mis nervios aumentasen y que no me atreviera a sondear mucho más allá. No obstante, hacia el final de la entrevista le lancé una pregunta sobre el boxeo, momento en el que relajó su, hasta el momento, serio semblante. De pronto, sonrió y comenzó a hablar de sus boxeadores favoritos y de cómo se las apañaba para seguir la actualidad del deporte desde prisión.
Mandela se introdujo en el mundo del boxeo cuando estudiaba en la Universidad de Fort Hare, en Sudáfrica, aunque se empleó más a fondo en los entrenamientos cuando estuvo estudiando, trabajando y luchando por sus derechos en Johannesburgo en las décadas de los 40 y los 50, si bien nunca compitió. Se mostraba modesto al hablar de sus habilidades: “Nunca fui un boxeador notable”, reconoció en su autobiografía, Un largo camino hacia la libertad. “Pertenecía a la categoría de los pesos pesados y no tenía ni la potencia necesaria para compensar mi falta de velocidad ni la velocidad necesaria para compensar mi falta de potencia”, afirmó.
En cualquier caso, disfrutaba de la disciplina que otorga el deporte, una rutina interrumpida periódicamente por los arrestos que sufrió y por las exigencias de la lucha. Mandela escribió:
Desahogaba a menudo mi ira y frustración contra un saco de entrenamiento, en vez de hacerlo sobre un compañero o incluso un policía.
El ejercicio, su refugio
Mandela tenía la convicción de que su rutina de ejercicios era clave para cuidar tanto su estado de salud físico como la paz mental.
El ejercicio disipa la tensión, que es la enemiga de la serenidad. Había descubierto que trabajaba mejor y pensaba con mayor claridad cuando estaba en buena forma física, por lo que los entrenamientos se convirtieron en una de las disciplinas inflexibles de mi vida.
Dedicaba cuatro mañanas a la semana a correr y tres tardes a ejercitarse en un gimnasio de boxeo de Soweto, actividad que llevaba a cabo como “un modo de acuparme en algo que no fuera la lucha política”. Y añadía que se despertaba a la mañana siguiente “fresco y vigoroso” y “dispuesto a emprender de nuevo el combate”.
A partir de 1960, Mandela lideró el brazo armado del Congreso Nacional Africano, Umkhonto we Sizwe (La Lanza de la Nación), viajando por todo el país disfrazado de chófer. También tuvo que viajar al extranjero para conseguir apoyos. La “Pimpinela Negra”, como fue apodado, fue detenido en 1962 tras un chivatazo por parte de la CIA a la policía del apartheid, y pasó los siguientes 27 años y medio encarcelado, 18 de ellos en la isla Robben.
La vida entre rejas
A su llegada, un carcelero espetó a Mandela: “Esto es la isla. Aquí morirás”.
Parte del reto residía en acostumbrarse a la monotonía. Mandela lo explicó así:
La vida en la cárcel siempre es igual: cada día es idéntico al que le precede, con lo que los meses y los años acaban confundiéndose los unos con los otros.
La rutina diaria del preso 46664 consistía en desarrollar un trabajo manual extenuante: pasaba el día en una cantera extrayendo piedra caliza con pesados martillos con los que convertía las rocas en gravilla. Una actividad agotadora que Mandela no utilizó como excusa para abandonar su régimen de ejercicio. En adelante, su entrenamiento comenzaría a las 5:00 y tendría lugar en una celda de 2,1 metros cuadrados consumida por la humedad, y no en el asfixiante ambiente de un gimnasio de boxeo de Soweto. “Intenté conservar mi vieja rutina boxística de correr y desarrollar la musculatura”, confesó.
Empezaba corriendo en ese espacio durante 45 minutos. Después seguían 100 flexiones apoyando las puntas de los dedos, 200 abdominales, 50 sentadillas profundas y ejercicios calisténicos que había aprendido en el gimnasio. Por entonces (y aún hoy), estos incluían saltos de estrella y burpees, unos ejercicios en los que se parte erguido, se ejecuta una sentadilla, una flexión y se vuelve a la posición original.
Mandela repetía esta rutina de lunes a jueves y descansaba tres días, y no cesó ni siquiera durante las temporadas que pasó en aislamiento.
Su lucha contra la tuberculosis
En 1988, a los 70 años, contrajo una tuberculosis que se agravó por la humedad de la celda en la que vivía, por lo que fue ingresado en el hospital tras toser sangre. Al recibir el alta, fue trasladado a la casa del carcelero del penal Victor Verster, en la ciudad sudafricana de Paarl, donde retomó una versión reducida de su plan de ejercicio, que ahora incluía vueltas alrededor de la piscina de la prisión.
Fue liberado junto a otros presos políticos el 11 de febrero de 1990, nueve días después de que el Congreso Nacional Africano y otros movimientos por la liberación fueran legalizados por el Gobierno del apartheid. Posteriormente, se convirtió en el primer presidente de la Sudáfrica democrática, cargo que ocupó entre 1994 y 1999.
Al llegar a los 80, como es lógico, su rutina de actividad física se vio recortada, pero nunca la abandonó. Mandela falleció el 5 de diciembre de 2013 a los 95 años, tras sufrir una infección respiratoria.
Mandela creía firmemente que la disciplina de ejercicios que se impuso a lo largo de toda su vida le ayudó a sobrevivir a su cautiverio y le mantuvo preparado para los retos que le puso la vida.
“En la cárcel, disponer de una válvula de escape para las frustraciones era absolutamente esencial”, manifestó. Estas palabras pueden resultar sumamente útiles para aquellos que por el coronavirus se enfrentan a meses de confinamiento en un espacio angosto.
Gavin Evans, Lecturer, Culture and Media department, Birkbeck, University of London
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