Este es el terror que vivió recolector de basura por haber tomado un peluche de una tumba
Jorge D’Incau ha narrado varios relatos de terror y en esta oportunidad nos cuenta lo que le sucedió a un recolector de basura que recogió un peluche que cayó en el relleno sanitario cuando se derrumbaron unas tumbas del Cementerio General, en la zona 3 de la capital.
*Este es el primero de una entrega de relatos de terror del autor Jorge D’Incau. El 31 de octubre será la última entrega especial.
En el basurero de la zona 3 día a día son depositadas toneladas de desechos sólidos que los habitantes de la ciudad de Guatemala y municipios cercanos generan.
Es un problema ambiental serio. Pero aparte de eso también encierra misterios inexplicables y sobrenaturales que, quienes habitan sus alrededores cuentan. El relleno sanitario está dividido por sectores.
Muy pocos sabemos lo que realmente sucede dentro de aquel enorme lugar, menos aún su funcionamiento y la historia de cómo se convirtió poco a poco en hogar y fuente de ingresos para muchas personas. Entre ellos Byron a quien hace algunos años conocí.
Cuando lo conocí, Byron ya se dedicaba a la instalación de alfombras. Era maestro instalador y ganaba ya muy bien. Pero no siempre fue así, en su adolescencia trabajó como recolector de basura en un camión y según él, fueron días duros y tristes.
Me contó que en una ocasión, al retirar la basura de una casa, entre esta había algunos vidrios que le cortaron profundamente uno de sus dedos. La sangre brotaba y manchaba la basura que había puesto en un costal.
La persona que había sacado aquella basura solamente le quitó el bote que él había vaciado sobre el costal y cerró la puerta, indiferente a lo que le había sucedido.
Byron se quitó la camisa y se la envolvió fuertemente en el dedo. La sangre no dejaba de salir, pero al menos no seguía rociando y manchándolo todo, solo su sucia camisa de trabajo.
Después de que sus compañeros le lavaran la herida con el agua que ellos tenían en el camión, lo llevaron a los bomberos en donde desinfectaron y suturaron la herida. Obviamente le recomendaron no seguir trabajando, al menos hasta que sanara el dedo, pero, necesitaba llevar el dinero que ganaba cada día a su casa.
Ya que era prácticamente lo único con lo que su mamá y sus hermanos contaban. Los dos niños eran más pequeños que él y aún no podían trabajar. Su mamá lavaba ropa ajena, pero no siempre había trabajo, así que aun suturado siguió trabajando ese día.
Por suerte, la herida no se infectó y unos días después había sanado por completo. Lo único que quedó fue una enorme cicatriz que deformó la huella dactilar de su dedo índice.
Trabajo duro
Los años pasaron y Byron se había acostumbrado a aquel duro trabajo. No cualquiera se anima a trabajar en el camión de la basura, como se le conoce.
Byron contaba cómo separaban la basura “valiosa” en el camión y resto era desechada en alguno de los sectores del enorme relleno. En una ocasión a causa de un accidente no llegaron temprano -tipo 4 de la tarde- al relleno a vaciar el camión.
Así que lo poco que habían rescatado aquel día de entre la basura para reciclar lo pasaron vendiendo en La Terminal, zona 4 de la capital, donde algunas cuantas recicladoras funcionan.
Luego repartieron el dinero y uno a uno se despidieron sus compañeros, quienes se fueron quedando en el camino. Byron que vivía cerca del basurero se quedó con el piloto del camión.
Ambos irían a vaciar el camión al interior del relleno para dejarlo vacío y así trabajar al día siguiente. Él -Byron- nunca había entrado de noche y lo describió así:
Es como ir en medio de un desierto con dunas bien altas. Hay mucho silencio y lo único que se ve es el movimiento de los pájaros gigantes que bajan a escarbar la basura a toda hora, pero sobre todo de noche. Es como estar en otro planeta.
Pues esa noche los enviaron a uno de los sectores más lejanos a vaciar el contenido del camión. No llegaron hasta donde les dijeron y voltearon la carga sobre un lugar cualquiera, fuera de la vista de los encargados.
Cuando habían terminado de barrer la carrocería comenzó a sonar la alarma de derrumbe. La verdad es que yo no sabía que en el relleno sanitario tienen una alarma para avisar de que hay o habrá un derrumbe.
Sonó la alarma
Hasta ese día que Byron me lo contó. La alarma suena en cierto sector y todos saben que tienen que estar alertas o quedarán soterrados. Lamentablemente como ya sabemos no siempre funciona o no siempre logran ponerse a salvo las personas que trabajan en ese sector y muchos han muerto soterrados.
Pues esa alarma comenzó a sonar. Byron y el piloto del camión veían como una de esas dunas gigantescas se movía hacia un lado y luego hacia otro. Era impresionante, me contaba. Era como ver una cuadra completa moverse lentamente y luego detenerse.
Cuando la alarma se quedó en silencio y la enorme pila de basura se detuvo, algo, como una especie de onda expansiva pegó primero contra el camión y luego contra una pared de tierra que estaba a algunos metros del camión. Bajo esa pared de tierra corría un pequeño riachuelo de aguas negras, aguas que se estremecieron cuando a causa de la onda expansiva que chocó con la pared, la mitad de una fila de nichos se precipitó por el barranco y cayó entre ellas.
Los nichos como todos sabemos eran parte del cementerio que colinda con el relleno sanitario. El Cementerio General de ciudad Guatemala. Estos nichos se encontraban en la orilla de aquella pared de tierra que al recibir aquella onda expansiva los dejó caer con todo y ataúdes y obviamente estos contenía viejos cadáveres momificados o hechos polvo.
El riachuelo no era nada profundo así que todo lo que cayó en este no quedó cubierto de agua.
El piloto del camión invitaba a Byron a revisar las cajas de muerto que habían caído entre el río.
“A veces los entierran con joyas o dinero. Tal vez encontramos algo bueno. Venite rápido antes de que los policías de la entrada nos vengan a buscar”, dijo.
Con una linterna que no alumbraba prácticamente nada caminaron los dos hacia el riachuelo que a aquella hora se escuchaba perfectamente correr entre las rocas. Los ataúdes estaban destrozados entre la orilla del riachuelo y las aguas negras. También había muchos huesos largos, viejos y roídos esparcidos por el lugar. Esto impresionaba un poco a Byron.
Buscaba junto al piloto del camión algo de valor que les arreglara el día, pero no había nada, solo madera rota, algo de ropa, polvo y como ya les dije antes, huesos.
“Vámonos, por ahí vienen ya los policías”, dijo el piloto.
Tomó el oso de peluche
Los dos comenzaron a retirarse, pero echando un último vistazo, Byron vio entre una bolsa de plástico un oso de peluche. Volvió un par de pasos y lo tomó.
Cuando levantó el oso de peluche debajo de este había un pequeño cráneo destrozado que parecía observarlo desde sus cuencas vacías. El susto lo hizo caer de espaldas sobre las aguas negras del río, pero no soltó el peluche que llevaría a sus hermanos. Ambos rieron y salieron del relleno sanitario, al menos Byron no llevaba las manos vacías.
Yo no me imaginé nunca que después de tanto tiempo de entrar y salir del relleno sanitario, no podría olvidar aquella noche en que le juro desearía nunca haber entrado.
Así continuaba Byron contando el relato de la experiencia aquella que vivió. Llegó a su casa tipo 8 de la noche y entregó el peluche a su mamá para que se lo diera a sus hermanitos que ya dormían a esa hora. No contaban con luz eléctrica e iluminaban con velas su pequeña casa de láminas.
Vivían tan cerca del relleno que escuchan las ratas pasar corriendo frente a su casa entre la oscuridad. Cenaron un poco y se fueron a acostar.
El peluche se quedó sobre un pequeño mueble que utilizaban para guardar todo tipo de cosas y la oscuridad de la noche los envolvió cuando apagaron todo para dormir. A eso de las 3 de la madrugada más o menos, Byron escuchó a su mamá hablar.
“No, no, no, no, no, no. No debiste, era mío”, se escuchaba.
Byron intentó ver entre la oscuridad hacia donde estaba la cama de su mamá, pero no lograba ver nada. La seguía escuchando, susurraba algo indescifrable. Su mamá no era así
¿Qué estaba pasando?
Mamá ¿Qué pasó? Estás hablando.
No, no, no, no.
Seguido de una risita.
Mamá
El espanto
Byron se levantó y entre la oscuridad buscó los fósforos para encender la vela que se quedaba siempre en la mesa donde comían. Los encontró y encendió uno. La habitación se iluminó y vio como un pequeño niño estaba sentado sobre la cama de su mamá. Se cubría la cara con sus manos completamente negras y seguía susurrando. Byron comenzó a hablar a su mamá más fuerte para despertarla.
Mamá despierta hay alguien aquí. Mamá ¡Mamááááá!
El niño aquel sentado sobre la cama de su madre se abalanzó sobre Byron y gritó “nooooooooo”.
Al hacerlo descubrió su rostro y este era un esqueleto con restos de piel aún pegados. Tiró al piso a Byron y comenzó a rasguñar su piel. Byron sentía como las afiladas uñas desfiguraban su rostro y el aliento maloliente que salía de la boca de aquel niño invadía sus pulmones.
Mamá Gritó de nuevo Byron y su madre despertó asustada por el grito de su hijo que estaba tirado en el suelo tratando de liberarse de algo que ella no pudo ver. Llorando, Byron le contó lo que había visto, lo que había escuchado y cómo lo había atacado aquel niño.
Fue solo una pesadilla hijo. No te preocupes. Vuelve a dormir me quedaré despierta hasta que te quedes dormido.
El resto de la noche pasó sin otro incidente. Y a las 5 de la mañana Byron salió de su casa hacia donde el camión de basura lo esperaba para otro día de trabajo. Fue un día normal, aunque no logró separar de su menta la horrible pesadilla que había tenido la noche anterior.
Llegó temprano a su casa, sus hermanos aún estaban despiertos y jugaban con el peluche que él les había llevado. Todo era normal, seguro solamente había sido un mal sueño.
Eso creía, pero mientras sus hermanos jugaban con el peluche sentados en el suelo, vio claramente cuando junto a ellos había otro niño.
Era el niño que vio sentado en la cama de su madre la noche anterior. Fue cosa de un segundo y desapareció, pero estaba seguro de que lo había visto. Así que seguramente no había sido un sueño, se estaba volviendo loco o algo extraño estaba pasando.
Fuerte viento
Llegó la noche, cenaron todos juntos y se preparaban para dormir. Había que cerrar bien para que las ratas no entraran en la habitación. En eso estaba Byron cuando algo, una ráfaga muy fuerte de aire tal vez empujó la puerta de la pequeña habitación con tal fuerza que lo empujó a él hacia el suelo y apagó la vela que aún permanecía encendida. Entre la confusión y la oscuridad Byron vio por un segundo la silueta de aquel niño parado en la puerta.
¿Lo viste mamá?
¿Qué cosa?
Había alguien parado en la puerta.
No, yo no vi a nadie
Su madre volvió a encender la vela y entre los dos cerraron la puerta. Afuera hacía mucho aire y el viento elevaba enormes cantidades de basura que parecían pájaros deformes cruzando el cielo que anunciaba una tormenta.
Va a llover, al menos ya no se nos entra el agua, dijo su mamá y era verdad, habían cambiado las láminas después de que en el último invierno se les inundara todo con las primeras lluvias.
Cerraron todo y se fueron a acostar cuando la lluvia comenzaba a estrellarse contra las láminas del techo.
De nuevo a eso de las 3 de la mañana una voz susurrando despertó a Byron. La tormenta afuera estrellaba toda su furia contra el pavimento y las humildes casas que rodean el relleno sanitario. Nada se escuchaba por el fuerte sonido de la lluvia contra las láminas, pero por alguna razón aquella voz sí se escuchaba claramente y repetía una y otra vez
“No, no, no, no, no, no. No debiste”
seguido de una risa burlona.
Byron sabía lo que era y esta vez no pensaba encender ninguna vela. Cerró los ojos fuertemente y dio la espalda a la cama de su madre. La voz se calló y solamente escuchaba la lluvia cayendo sobre su casa.
Debía dormir, ya que tenía trabajo en un rato. Se acomodó y abrió los ojos unos segundos. Entre la oscuridad, muy cerquita de él, el rostro de aquel niño, con unos despojos de piel, con las cuencas oscuras y que aun así parecía observarlo fijamente. Abría y cerraba la boca rápidamente sin sonido alguno. Byron presa del terror perdió el conocimiento.
Cuando Byron despertó vio a su mamá sentada a la orilla de su cama. Lo veía con gesto de preocupación y ternura y en cuanto vio que había recobrado el conocimiento le tocó la frente y al comprobar que la fiebre había bajado le dijo:
Es por el peluche, tu madrina vino a hablar conmigo y trajo a doña Carmen. Ella cuando nomas entró y vio al peluche dijo que vos lo habías traído del cementerio, yo le dije que no, que se lo trajiste a tus hermanos del relleno sanitario, pero ella insiste.
Extraño comportamiento
Decime la verdad. Vos me despertaste gritando anoche y estabas como ido con los ojos trabados y repetías “no, no, no, no debí” y después te reías. Por eso supe que no era nada bueno y la llamé. Ella dice que vos te robaste ese peluche del cementerio y que trae algo pegado.
Pero no puede ir ella a devolverlo, tenéis que ser vos y a la misma hora que lo sacaste. ¿De dónde lo sacaste Byron?
Mucha necesidad podemos tener, pero no voy a dejar que te estés metiendo al cementerio a robar cosas si esa gente te lo dice. Prefiero morirme de hambre que andes haciendo esas cosas. Decime por favor, qué pasó.
Byron repasó en su mente lo que había sucedido aquella noche. Y comenzó a contárselo con todo detalle a su mamá. Quería salir del problema en el que se había metido sin querer, dormir en paz y que su madre estuviera tranquila.
Ella lo escuchó atentamente y le dijo
“Esperame aquí ahorita vengo”. Su madre
volvió con la madrina de Byron y con doña Carmen. Las tres se sentaron cerca de él, pero fue doña Carmen la que comenzó a hablar.
Mire mijo, usted primero que nada debe saber que no debe tocar nunca nada que pertenezca a un muerto. Eso no se hace, si hasta los zapatos se sacude uno cuando sale de un cementerio.
Pero ya lo hizo, entonces ni modo toca arreglarlo. El peluche trae algo pegado, es un alma en pena. No sabemos si el dueño del peluche o qué, pero usted tiene que ir a la tumba en donde estaba y devolverlo, rezar tres padres nuestros y pedir disculpas.
Lo podemos acompañar, pero nos tenemos que quedar lejitos. Usted solito tiene que llegar a la tumba y devolver lo que tomó.
Ya me contó todo su mamá y no sabemos de qué tumba fue, pero voy a averiguar. En el cementerio deben tener un registro y seguro saben en qué nicho había un niño.
Déjenme ver qué averiguo y hoy a las 5 de la tarde regreso y les digo lo que vamos a hacer. Mientras tanto mantengan la oración. Yo ahí regreso, hasta más tarde.
La valiente doña Carmen
Doña Carmen, señora muy respetada en la colonia por su don de encontrarle solución a casi todo problema, salió de la humilde habitación y dirigió sus pasos hacia la avenida del cementerio.
A las 5 de la tarde en punto y bajo una fuerte tormenta volvió doña Carmen a la casa de Byron. Su madre, sus hermanos y él seguían orando como les había aconsejado. La habitación ya se encontraba oscura y una vela los iluminaba a ellos y al peluche cuando doña Carmen entró.
Bueno, hay buenas y malas noticias. La primera es que averigüé a quien pertenece el peluchito. Era de un niño al que sus propios padres dejaron morir de hambre, tenía solo 9 años cuando sucedió y al no tener más familia que cubriera los gastos del entierro y tener a ambos padres presos, el cementerio se hizo cargo de todo.
Lo enterraron en la última fila de nichos y le metieron el peluche entre la caja antes de cerrarla. Conmovió mucho a todos ese caso, por eso lo tenían bien presente. Pero, la mala noticia es que el área en donde está esa fila de nichos no está abierta al público por el peligro de derrumbe.
Esa es la mala noticia. Y como no hay otra forma de deshacerse del alma en pena que trae pegado, vamos a tener que entrar por el lado del relleno. Bajo esta lluvia, esa cosa -el peluche- no puede pasar una noche más aquí, es peligroso.
Muchas gracias doña Carmen. Yo le agradezco mucho lo que está haciendo por nosotros, pero ¿No le parece que es más peligroso meterse al basurero bajo esta lluvia y de noche? A mí me da más miedo, incluso que el cementerio o lo que sea que nos molesta en la noche.
Doña Carmen quedó en silencio por un momento, veía como la llama de la vela se movía de un lado hacia otro iluminando por momentos los ojos del peluche aquel que parecía observarlo todo.
Alma en pena
No, si el peluche pasa una noche más aquí, no importará si van o no a dejarlo al cementerio, el alma en pena que tiene pegada se va a pegar a otra cosa aquí en la casa.
Les llaman almas parásito. Se aferran a alguien o algo con carga emocional y absorben esa energía. Así sobreviven en este plano y ayer ya vimos que comenzó a absorber la energía de Byron. Usted decide. Pero por el bien de todos en esta casa lo mejor es que se haga ya, yo le ofrezco mi ayuda esta noche, mañana tendrán que resolverlo ustedes solos.
No había nada que pensar, la decisión estaba tomada, Doña Carmen, Byron y su madre irían esa noche hasta la parte en donde los nichos habían caído destrozados y subirían a dejar el peluche que los había metido en aquel problema.
Sus hermanos pequeños se quedarían con su madrina quien los cuidaría toda la noche si fuese necesario. Lo importante era devolverlo, pedir disculpas y rezar el padre nuestro. No importaba que la tumba no existiera más. Que se hubiera derrumbado por completo, el peluche debía ser devuelto a la tierra del cementerio y todo terminaría. O al menos eso esperaban todos, no sería fácil, pero debían hacerlo.
Nos vamos a las 7 de la noche. Vamos a entrar por la recicladora, yo ya hablé con el guardián y nos va a dar permiso. Entrar era lo difícil, el resto lo vamos a hacer rápido.
Las 7 de la noche llegó en un parpadeo. Byron metió el peluche en la misma bolsa en la que lo encontró, se despidió de su madrina y de sus hermanos. Todos estaban angustiados, pero todos tenían la seguridad de no querer vivir otra vez lo mismo de aquellas dos noches.
La lluvia no había dejado de caer durante toda la tarde. La noche había llegado y con ella la intensidad de la tormenta había disminuido, aunque seguía lloviendo cuando salieron hacia la recicladora. No estaba muy lejos. Byron llevaba consigo el peluche, un suéter y un plástico sobre la espalda que no lo cubría absolutamente nada.
La calle estaba desierta, solamente la luz de los postes reflejada en los charcos de agua sucia los acompañaba. Llegaron pronto, tocaron una sola vez y la enorme puerta de metal se abrió de par en par.
Un hombre cubierto con una capa impermeable y botas de hule les dio las buenas noches. Lo siguieron hasta una pequeña puerta al fondo del enorme terreno lleno de metal retorcido. Abrió la pequeña puerta y antes de que salieran les preguntó “¿Eso es”? Doña Carmen y la madre de Byron asintieron con la cabeza. El guardia señalaba con su mano el peluche que Byron llevaba y solamente dijo “con cuidado pues” cuando las dos mujeres y el niño ya habían comenzado a caminar.
Detrás de ellos escucharon como la pequeña puerta de metal se cerraba y todo quedó en silencio otra vez. Solamente las gotas de lluvia estrellándose contra miles de toneladas de basura maloliente los acompañaba ahora.
De camino a la tumba
Byron caminaba tomado de la mano de su madre que no lo había soltado ni un momento desde que salieron de casa. Doña Carmen caminaba decididamente hacia el sector en donde el relleno sanitario colinda con el cementerio. La débil luz que iluminaba aquella pequeña puerta por la que habían salido hace un momento quedaba atrás y la inmensa oscuridad comenzó a rodearlos.
Doña Carmen sacó una pequeña linterna y siguió caminando, Byron y su madre la siguieron. Todo aquello era tan irreal. El sonido de la lluvia por la noche, las gigantescas siluetas de las dunas de basura rodeándolos, el peluche colgando de la mano de Byron y los tres abriéndose camino hacia el cementerio. No por ganas, si por necesidad, cualquiera que los hubiera visto en ese momento habría jurado que se trataba de los espíritus de las personas que han muerto soterradas en aquel lugar.
Media hora después habían llegado sanos y salvos hasta el riachuelo. Está de más decir que en ese momento no era ya un riachuelo, era un enorme río oscuro y pestilente que les impedía llegar hasta la pared que debían subir para llegar al cementerio.
La vida había hecho dura a doña Carmen. A tres hijos sacó adelante en aquellas calles sucias de la zona 3. A los tres había sacado de todo problema que se les hubiera presentado, nunca los dejó solos o descuidados y eran su orgullo. Un río crecido no era problema para ella.
Voy a ir cruzando yo primero, paso que de paso que dan ustedes, hasta que yo no me mueva ustedes no se mueven. Era esto o meternos por el Gallito y ustedes saben que eso es más peligroso que un río crecido.
El río le cubría un poco más de la mitad del cuerpo. Apartaba con las manos la basura que la corriente llevaba y avanzaba lentamente. Byron y su madre detrás batallaban por mantener el equilibrio y avanzaban detrás de doña Carmen. Byron estaba llorando.
“Lloraba de miedo y de angustia, pero sobre todo de cólera. Por baboso me había metido a ese problema y había metido también a mi mamá.
Mi santa madre no me soltó ni un momento, así de fuerte como yo llevaba agarrado el peluche. “Por mi mulada” decía Byron mientras me lo contaba.
Llegaron exhaustos al otro lado del riachuelo crecido que rugía entre la basura y la oscuridad. Faltaba poco, debían subir una pared empinada de más o menos doscientos metros entre árboles viejos y espinosos, basura, cajas de muerto destrozadas y huesos.
Huesos de perro y de gente.
Fue una verdadera eternidad, entre la oscuridad y la lluvia que arreciaba por momentos la pequeña linterna no servía de mucho y por turnos iban tropezando y cayendo sobre sabrá Dios qué cosas.
Eran casi las 10 de la noche cuando por fin el terreno comenzó a ser plano. Caminaron algunos metros hasta que encontraron en donde sentarse. Las altas filas de nichos llenas de cadáveres viejos y nuevos los rodeaban.
Las gigantes figuras de árboles tan antiguos como la ciudad parecían vigilarlos. Desde el lugar en donde estaban sentados contemplaban gran parte del lado sur de la ciudad. La silueta de los volcanes se dibujaba en el horizonte con cada rayo que caía seguramente en la costa sur.
Devolver el peluche
Las luces de la ciudad eran opacadas por la fuerza de la tormenta. Estaban exhaustos y empapados, doña Carmen dijo:
Debemos comenzar ya. Como les dije la pertenencia debió ser devuelta a la misma hora que se tomó. Pero fue imposible así que la noche deberá servir. La pila de nichos que cayó estaba ubicada justo en donde se ve esa pila de escombros. Tenemos suerte de que la última fila haya quedado de pie y aún en terrenos del cementerio. Justo en ese nicho que se ve cortado por la mitad es el nicho de “Tonito” como conocieron al niño al que perteneció el peluche.
Su ataúd cayó por el barranco, pero la mitad de su nicho quedó aquí. Allí es donde debes dejar el peluche, pedir perdón y rezar los padres nuestro. Nosotras estaremos vigilándote desde aquí.
Byron y su madre se tomaron fuertemente de la mano y la mamá preguntó si podía acompañarlo.
No, él debe ir solo. Él tomó el peluche solo y debe devolverlo solo. Roguemos porque sea suficientes y todo esto termine, vaya a dejar el peluche Byron, entre más rápido mejor, dijo doña Carmen.
Byron soltó la mano de su madre. Le dio un beso a ella y a doña Carmen y caminó con el peluche en la mano hasta donde le habían señalado. La lluvia arreciaba, la visión era escasa y el terror inmenso. Los pasos que Byron daba los sentía pesados, eternos.
El valor le fallaba y pensó varias veces en volver con su madre. Pero no lo hizo. Siguió caminando hasta las ruinas de aquel nicho y poco a poco se fue acercando. El olor a humedad vieja llenó sus pulmones cuando se agachó a depositar el peluche dentro de lo que quedaba del nicho. Lo colocó hasta el fondo y dijo levantando un poco la voz que la salió temblorosa por el frío y el terror. “Perdón por tomar tu pertenencia, no quise ofenderte. Aquí te la devuelvo”.
Tuvo que rezar
Byron se hincó para rezar los padres nuestros que doña Carmen le había indicado. Antes de comenzar volteó a ver hacia donde se encontraba ella y su madre. No las vio, pero escuchó su voz “aquí estamos” volvió la vista hacia delante y comenzó a rezar.
Al terminar el primer padre nuestro vio instintivamente hacia el interior del nicho buscando ver el peluche que hace unos minutos había dejado dentro. El mismo niño que había visto sobre la cama de su madre unas noches antes estaba sentado, acurrucado de forma imposible dentro de aquel húmedo y viejo agujero. Lo veía con las cuencas de los ojos vacías.
La piel, la poca piel que le quedaba colgaba de su calavera. Se inclinó un poco hacia delante y con un movimiento sobrenatural acercó su rostro a unos cuantos centímetros del de Byron, quien sintió su helado y putrefacto aliento cuando abrió la boca para decir “No, no, no, no, no debiste” y con ese mismo movimiento sobrenatural se alejó en un segundo de Byron quien cayó casi inconsciente sobre el barro en que la tierra del cementerio se había convertido.
Con los últimos segundos de lucidez vio cómo aquel niño se perdía entre la oscuridad del nicho que parecía eternamente profundo sintiendo una enorme tristeza y a la vez cómo su madre y doña Carmen lo levantaban entre las dos y lo alejaban de aquel lugar. La lluvia se estrellaba contra su rostro y pronto no supo de sí.
Cuando despertó se encontraba en su cama, había pasado dos días inconsciente, pero los había pasado en paz, sin pesadillas y sin hablar dormido. Sus hermanos y su madrina estaban junto a su madre observándolo alrededor de su cama.
-¿Todo salió bien? Preguntó.
Sí. Estuviste inconsciente, pero todo estuvo tranquilo. Creo que todo salió bien.
Byron siguió trabajando algunos años más de recolector de basura. Vivió muchas otras cosas más mientras lo hizo.
Encontró de todo entre la basura, pero nunca más volvió a llevarse nada a su casa. “Uno nunca sabe de dónde vienen las cosas que se encuentra entre la basura” me dijo.
Fin.
Este contenido fue reproducido con autorización del autor @Yosh_G