La ciencia ha demostrado que muchas de las emociones que pensamos que son exclusivamente humanas, no solo son.
La capacidad de experimentar placer, dolor y miedo no es exclusiva de los seres humanos. De hecho, es vital para la supervivencia de los individuos de numerosas especies
Pero, ¿qué pasa con emociones más complejas, como la capacidad de sufrir por la pérdida de un ser querido o indignarnos cuando consideramos que han sido injustos con nosotros?
La biología evolutiva y las ciencias del comportamiento y el cerebro han demostrado que el sistema nervioso de los humanos tiene impactantes similitudes con el de algunos animales, sobre todo el de otros mamíferos.
Por eso, no debe sorprender que el experimentado primatólogo y antropólogo español Pablo Herreros asegure que algunas emociones que a menudo consideramos exclusivamente humanas, no solo las experimentamos nosotros.
A continuación 5 ejemplos de su libro “La inteligencia emocional de los animales”.
Una persona con inteligencia promedio es capaz de distinguir entre lo que es justo y lo que no. Y también primates como los monos capuchinos.
Estos mamíferos se niegan a cooperar cuando sienten que se les ha tratado de manera injusta, según un estudio del Centro Yerkes de Primates, en Atlanta, Estados Unidos.
Los científicos de ese centro llevaron a cabo un experimento en el que daban trozos de pepino a un grupo de estos monosa cambio de fichas plásticas.
Luego, uno de los investigadores le dio una uva -un alimento que los primates disfrutan más que el pepino- a solo uno de ellos.
Inmediatamente después el resto se negó a seguir colaborando. Algunos incluso les lanzaron los trozos de pepino en la cara a los científicos.
Si a casi todos los humanos alguna vez nos pasa por la cabeza la idea de vengarnos, no hay razones para pensar que no le pasa lo mismo a algunos animales.
De hecho, es famoso el episodio que vivió India en 2016, cuando una manada de elefantes invadió la población de Ranchi (al noreste del país) obligando a los habitantes a correr por sus vidas.
Los elefantes buscaban el cuerpo de una hembra que había muerto luego de caer en un canal de irrigación.
Otros animales se han mostrado rencorosos y vengativos con sus agresivos adiestradores.
Los chimpancés, por ejemplo, guardan en su cerebro quiénes son sus amigos y sus enemigos. Si uno agrede a otro, sus amigos podrían vengarse.
Los seres humanos que tienen hijos tienden a ser amorosos y protectores con ellos. De tan conocida, ya es un cliché la frase “No hay amor como el de una madre”.
Y, en su libro, Pablo Herreros compila varios ejemplos de amor maternal de animales que han cuidado de sus crías con tanta pasión como la de una persona.
Este fue el caso de Christina, una chimpancé de Tanzania cuya cría nació con síndrome de Down y una herniaque le impedía sentarse por sí sola.
Investigadores de la Universidad de Kyoto, Japón, fueron testigos de los cuidados extremos de esta madre, que a veces dejaba de comer para atender a su cría.
La pequeña murió a los dos años de edad. Y durante ese tiempo, Christina no dejó que otros la cargaran, como si supiera que nadie podía hacerlo mejor que ella.
El caso de una madre elefante y su hija -que fue robada de la manada para llevarla a un campo de trabajo- también muestra este lado de las emociones en el mundo animal.
Tres años después volvieron a encontrarse tras los esfuerzos de una organización conservacionista. Ambas se quedaron quietas por una hora. Después comenzaron a unir sus trompas y acariciarse.
Las rupturas amorosas y la pérdida de la pareja son motivo de sufrimiento para muchas personas.
Y Herreros destaca en su libro cómo los guacamayos, que son fieles a su pareja toda la vida, son criaturas especialmente frágiles ante este tipo de pérdidas.
Por ejemplo, si uno de los dos muere súbitamente, al otro le es difícil soportarlo: con frecuencia deja de comer y se debilita.
Algunos incluso pierden tanta fuerza que les es imposible agarrarse de los acantilados donde habitan y caen al vacío, muriendo aplastados contra las rocas.
¿Una forma de suicidio por amor?
No solo las personas son capaces de tener empatía y sentir compasión por otros.
Un estudio publicado en la revista Science en 2016 demostró que animales como los topillos o ratones de campo son capaces de darse cuenta cuando sus iguales están sufriendo, y ofrecerles consuelo.
Al poner uno de estos roedores junto a otro altamente estresado, se demostró que el que estaba bien extremaba sus cuidados con el otro, para aliviarlo.
Al hacer esto, el cerebro del roedor estresado genera oxitocina -conocida como “la hormona del amor”- que los hace recuperar la sensación de bienestar.
Otros estudios han demostrado que los chimpancés consuelan a las víctimas de agresiones. Algo similar ocurre con delfines, elefantes y perros.