Los turistas generan una fuente de ingreso importante en muchas economías a nivel mundial, no obstante, existen lugares donde la cantidad de turistas supera a la de habitantes locales.
A casi nadie se le ocurriría que, al viajar a un país que por mucho tiempo deseaba visitar, se vaya a encontrar que hay más turistas que residentes y la idea de conocer la cultura local comience a esfumarse en pocos minutos.
No es fácil conseguir una habitación, una mesa en un hotel, hay que hacer filas infinitas y hasta se hace difícil caminar por la calle.
En los destinos más famosos, el turista sabe con anticipación que eso es lo que le espera y decide pagar el precio de estar en el epicentro de las mayores atracciones mundiales.
Pero desde el otro lado, hay ciudades como Barcelona, Ámsterdam o San Francisco, donde ha surgido una especie de “turismofobia” en los residentes porque las hordas de visitantes que llegan durante el año alteran la economía local, suben el valor de las propiedades, saturan los servicios y cambian el estilo de vida.
Aunque quienes se benefician de la industria turística la defienden por los beneficios económicos que genera el sector.
En otros países, donde uno de los principales ingresos económicos de los locales proviene del turismo y las consecuencias de la llegada de visitantes no tiene un efecto invasivo, las cosas funcionan mejor.
Cruzando el número de habitantes según las cifras de la División de Población de Naciones Unidas y los datos de la Organización Mundial de Turismo (UNWTO, en inglés) -cuya última actualización es 2016- el primer país donde existen más visitantes que población local es Andorra, donde hay 34 turistas por cada habitante.
Le siguen en la lista Macao, Mónaco, Hong Kong, Austria, Croacia y San Marino, excluyendo una larga lista de islas donde hay una ínfima cantidad de habitantes y en consecuencia, los turistas siempre dominan.
En la lista hay un gran ausente: Ciudad del Vaticano. No aparece porque no hay información precisa sobre el flujo de turistas proveniente de la UNWTO, aunque algunos cálculos sugieren que este destino puede llegar a tener 5 millones de turistas al año, frente a sus 450 habitantes.
En la mayor parte de los países que lideran el ranking, el turismo no ha sido una gran fuente de conflicto, salvo en Islandia, donde la llegada masiva de visitantes ha generado una fuerte resistencia de residentes y autoridades, al considerar que el turismo se ha vuelto invasivo.
En medio de los Pirineos, el Principado de Andorra es el hogar de apenas 77.000 personas. Con sus grandes atractivos naturales, no es extraño que los turistas sobrepasen a los locales y que la temporada de esquí sea un imán para los no residentes.
Y como está rodeado de Francia y España, el flujo turístico no se detiene.
La Región Administrativa Especial de Macao es un territorio autónomo conocido como “Las Vegas de Asia”.
Funciona como centro de entretención y está llena de casinos, hoteles de lujo y servicios para los turistas de alto poder adquisitivo.
Sus residentes viven en torno al mundo del juego y todo el país funciona como si se tratara de un gigantesco centro de apuestas. Según el Fondo Monetario Internacional, será el país más rico del mundo en 2019.
Con apenas dos kilómetros cuadrados de extensión, el Principado de Mónaco es conocido por ser el segundo país más pequeño del mundo (después del Vaticano).
Rodeado por Francia y a orillas del Mediterráneo, es un centro financiero y turístico con grandes ventajas impositivas. Es la tierra de los yates, el Casino en Monte Carlo y el Gran Premio de Fórmula Uno.
Con una población de solo 38.000 personas, está entre los diez países con el mayor PIB por habitante.
Hong Kong (4 turistas por habitante), Austria y Croacia (3) y San Marino (2), completan la lista.
Islandia es un caso especial, porque el turismo creció tan velozmente en los últimos tiempos que con cerca de siete turistas por cada habitante generó una resistencia en la población local.
Tanto así, que el gobierno trabaja en una serie de medidas para limitar la llegada de visitantes, incluyendo el cobro de un “impuesto a la naturaleza” con el objetivo de preservar el ecosistema.