Huehuetenango tiene las montañas más altas de Guatemala. Están cubiertas de exuberante vegetación y contrastan con el azul del cielo. Sus caminos cruzan por valles, precipicios y, al subir a las alturas, pasean por arriba de las nubes hasta donde llega la vista.
Es un lugar hermoso, que contrasta con la pobreza y los dramas que viven muchos de sus habitantes.
En este distrito, al noroeste de Guatemala, que hace frontera con México, la migración es cosa de cada día.
“En cada familia hay uno, o varios, que se fueron a los Estados”, dice Lucía en su puesto de verduras en la cabecera del municipio de La libertad. Pero, esto lo repiten una y otra vez en distintas partes del distrito.
Los “Estados” es como se le conoce a los Estados Unidos y es el destino del 97% de los guatemaltecos que viven fuera de su país, lo que significa unos 3 millones, según las cifras oficiales.
Y aunque no hay números específicos, los distintos expertos consultados por BBC Mundo coinciden en que Huehuetenango es uno de los principales epicentros de migración de Guatemala.
Las razones son múltiples, como en el resto del país, pero en esta zona fronteriza son aún más marcadas.
“La extrema pobreza, la falta de acceso a servicios básicos como agua o electricidad, falta de servicios de salud, oportunidades de una educación y trabajo dignos y altos niveles de violencia hacen que para muchas personas migrar sea la única opción“, explica a BBC Mundo Carlos Eduardo Woltke, defensor de las personas migrantes de la Procuraduría de los Derechos Humanos de Guatemala.
Dice que consideran que la migración es un derecho de la gente, que debe tener opción de buscar una mejor vida, pero que debería ser solo una entre varias opciones.
En los últimos años, además cada vez migran más niños y niñas. “Ahora casi un 10% de los migrantes son menores”, dice.
Uno de los elementos para ese aumento es que los coyotes – o quienes cobran a los migrantes para llevarlos a Estados Unidos- engañan a los padres diciéndoles que si llevan a sus hijos pequeños las autoridades migratorias les facilitarán el ingreso.
En diciembre, dos niños migrantes de Guatemala murieron en custodia de las autoridades de EEUU, lo que causó conmoción en el país. Uno de ellos, Felipe era de una aldea muy pobre de Huehuetenango.
En entrevista con BBC, Sandra Jovel, ministra de Relaciones Exteriores, reconoció que la migración ha aumentado y que Huehuetenango es una de las zonas de las que salen más personas.
Dice que el gobierno trabaja en programas de desarrollo que ofrezcan mejores oportunidades para que la gente se quede en Guatemala, pero que 4 años de gobierno no compensan los “25 años de olvido” de otras administraciones.
Cruzar a Estados Unidos tiene un costo.
En la mayoría de los casos los migrantes pagan a “coyotes” para que los lleven a EEUU.
Según los distintos entrevistados por BBC Mundo esto cuesta entre 20.000 y 40.000 quetzales (entre US$2.500 y USD$5.000) por cruzar a cada persona.
“No migramos por gusto, migramos porque aquí no nos alcanza ni para comer“, explica Karina Martínez, que vive en la Libertad, la cabecera del municipio del mismo nombre y que hace un año intentó migrar, pero fue deportada.
Explica que, casi todos los migrantes de su comunidad han tenido que pedir un préstamo.
A veces, cuando logran cruzar a EE.UU. y trabajar ahí, pueden pagar la deuda. Pero, otras veces, no es tan fácil establecerse en el país del norte o son deportados. En esos casos, esas deudas los lanzan aún más en la espiral de la pobreza.
“Algunas veces la deuda es con un familiar o vecino, a veces con un prestador o banco que cobran altos intereses. Conocemos algunos casos de familias que llegan a perder su casa o su terreno porque lo hipotecaron“, explica Yesenia Castillo, de la ONG Poch Noj que ayuda a las familias de migrantes en distintas comunidades mayas de Huehuetenango.
Dice que mayor parte de los migrantes de la zona, de mayoría indígena, son los padres de familia.
“Las madres que se quedan sufren mucho porque no saben donde están sus maridos y a veces sus hijos. Es muy común que el estrés les haga enfermar del corazón, del estómago, de dolores de cabeza o problemas de sueño”, cuenta.
Los hijos que se quedan también sufren por la separación de la familia y empiezan a tener bajo rendimiento escolar, dice.
Francisca Ortiz es una maestra de primaria en la aldea Ixcanzán, donde los caminos son apenas empinadísimas brechas que con las lluvias y la niebla se vuelven extremadamente difíciles, incluso para los conductores con más pericia.
Cuenta a BBC Mundo que su marido, campesino, y su hija, estudiante de 17 años, migraron hace 4 meses “debido a la extrema pobreza”.
Explica que esa zona fue muy afectada por la sangrienta guerra civil por lo que ella creció desplazada en Chiapas, del otro lado de la frontera, en México.
Volvió cuando tenía 26 años, ya casada y con la primera de sus 4 hijos.
“En enero de 2018 un gran derrumbe sepultó por completo 17 casas, entre ellas la nuestra. Tenemos suerte de estar vivos, pero se llevó todo lo que teníamos. Nos quedamos sin nada, aún más sumidos en la pobreza”, dice.
Así que su hija, que quiere estudiar la universidad tomó la decisión de migrar. “Sabía el gran peligro que significa cruzar México, así que le pidió a su papá que la acompañara”, dice.
Ortiz asegura que es común que sus alumnos le cuenten que sus padres migraron.
Dice que ve la tristeza de las familias que se desbaratan por la separación.
“Algunos hombres, cuando están del otro lado, se olvidan de sus esposas e hijos y los abandonan. A veces encuentran otra mujer allá”, cuenta, algo que confirman otros entrevistados.
Jackeline Hernández, de la capital de Huehuetenango, cuenta a BBC Mundo que vio por última vez a esposo Byron Manolo Pérez Cano, de 34 años, el 1 de octubre de 2016.
Intentaba migrar porque su trabajo como comerciante de café cada vez le rendía menos para sacar adelante a sus 3 hijos.
Se fue cuando el mayor tenía 4 años y el menor apenas 2 meses de nacido.
“Me llamó para decirme que estaba ya en el norte de México y que iba a cruzar el desierto para llegar a EE.UU. Pero ya no volví a saber nada de él“, dice entre lágrimas.
Los primeros días pensó que tal vez estaba detenido, pero con el tiempo empezó a tocar todas las puertas posibles. “Las autoridades de Guatemala no han sido de ninguna ayuda, pero sí se han acercado a mí algunas organizaciones internacionales”, dice.
Entre ellas menciona a El Colibrí, una ONG que tiene información de 1.500 cuerpos de migrantes que han muerto en el desierto, intentando cruzar al estado de Arizona. Aunque tomaron la muestra de ADN de sus hijos, no pudieron identificar el cuerpo de su esposo.
“Es terriblemente doloroso y aterrador no saber si está vivo o muerto”, dice. Hubo un tiempo que ella misma quiso morir. “Me deprimí y perdí mucho peso, estaba dentro de un túnel oscuro del que sólo salí para sacar adelante a mis hijos”, cuenta.
Ella no cree, que como algunos le han sugerido, su esposo pudo haber encontrado otra pareja. “Nunca hubiera hecho eso. Estoy segura que por sus hijos no hubiera desaparecido así”.
Pero no todo es drama con la migración en Huehuetenango. Algunos que se han ido sí han conseguido establecerse en el país del norte y mandan remesas a sus familias.
“Esta casa en la que vivimos, aunque es pequeña, la construimos gracias a mis dos hijos que se fueron. También, gracias a ese poquito de dinero que mandan, sus hermanos menores pueden estudiar”, explica María García.
En 2018, las remesas que los migrantes enviaron de EE.UU. representaron US$9.288 millones según el Banco de Guatemala, aproximadamente un 11,8% del PIB.
Pero, eso lo logran solo algunos. En 2018, según las cifras oficiales, volvieron deportados unos 93.000 guatemaltecos.