La amenaza de un conflicto armado pende sobre Venezuela.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha repetido en varias ocasiones que no descarta la opción militar para sacar a Nicolás Maduro del poder.
Maduro replica que, de producirse la intervención, los venezolanos combatirían.
“Tendríamos que ir con dolor a defender el derecho de nuestro país a existir”, dijo en una reciente entrevista con la BBC.
Estados Unidos, como los principales países de la Unión Europea y la mayoría de los latinoamericanos, apoya a Juan Guaidó, el líder opositor que alega que Maduro es un gobernante ilegítimo e invocó la Constitución para juramentarse como “presidente encargado” del país.
Maduro conserva el apoyo de Rusia, China, Bolivia y Cuba, entre otros estados.
Guaidó anunció que el próximo 23 de febrero comenzará a entrar al país la “ayuda humanitaria” con la que hacer frente a una crisis que el gobierno de Maduro niega y para la que Estados Unidos y sus aliados en este litigio han prometido donaciones.
Pero Maduro ha denunciado que lo que se propone Guaidó es “presentar una crisis humanitaria que no existe en Venezuela” para justificar una intervención extranjera y ha advertido de que las fuerzas armadas defenderán las fronteras.
La tensión va en aumento.
Pese a que Estados Unidos se ha cuidado hasta ahora de llevar sus advertencias más allá de las palabras, las miradas se centran en el ejército venezolano.
¿Cómo reaccionará ante la presión? ¿Tiene capacidad para hacer frente a un eventual ataque estadounidense?
De acuerdo con los datos del Ministerio de Defensa, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana cuenta con entre 95.00 y 150.000 integrantes, cifra a la que habría que sumar los miembros de la Milicia Nacional, un cuerpo paralelo que ha sido descrito como paramilitar por los detractores del gobierno, y formado por voluntarios que asumen diversas funciones al servicio del Estado.
Los milicianos reciben adiestramiento en el manejo de armas y están equipados con viejos fusiles que en su día se utilizaron en el ejército.
La Milicia Nacional se basa en la premisa de la “unión cívico-militar”, acuñada en su día por el fallecido presidente Hugo Chávez, por la que toda la sociedad debe complementar el esfuerzo del ejército en “la defensa de la nación”.
Maduro ha mantenido la apuesta por la Milicia pese a las denuncias de que su implantación supone una militarización de la vida civil y en enero anunció que para el mes de abril se habrá llegado a los dos millones de milicianos.
De confirmarse, se trataría de una fuerza ciertamente numerosa, pero persisten las dudas tanto sobre la cifra como sobre la calidad de su armamento y adiestramiento.
También forman parte de las fuerzas armadas los miembros de la Guardia Nacional, un cuerpo militar con funciones de orden público y seguridad ciudadana muy familiar para los venezolanos, ya que la Guardia Nacional es quien con más frecuencia vigila las calles y carreteras del país.
También ha sido muy activa en la dispersión de las manifestaciones de la oposición, especialmente violentas en 2017, y su proceder ha sido objeto de polémica.
No hay cifras oficiales sobre el total de efectivos que sumarían el ejército, la Guardia Nacional y la Milicia Nacional.
Tras la llegada de Chávez al poder, gracias al auge de los ingresos petroleros de la primera década del siglo XXI, Caracas emprendió una ambiciosa renovación de las Fuerzas Armadas que tuvo a Rusia y a China como principales proveedores.
Rusia suministró durante años varios modelos de aviones y helicópteros, así como tanques y unidades de artillería.
Su apoyo volvió a hacerse evidente el pasado diciembre, cuando desplazó a Venezuela dos modernos bombarderos con capacidad nuclear Tu-160 para ejercitarse conjuntamente con la aviación venezolana, lo que provocó las protestas del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Pero la gran aportación rusa a la capacidad disuasoria venezolana fue la venta de los cazas Su-30Mk2, según los expertos, un aparato capaz de competir con los más avanzados aviones de combate estadounidenses gracias a su potencia de fuego, maniobrabilidad y prestaciones.
Los rusos proveyeron además de sistemas de misiles antiaéreos y China de radares que permitieron establecer lo que el portal especializado Infodefensa ha descrito como “el mejor sistema de defensa aeroespacial de la región latinoamericana”.
En los años del chavismo también se renovó una flota que tiene su epicentro en la base naval de Puerto Cabello, en la costa septentrional del país, y que recientemente protagonizó un incidente con un buque de la petrolera estadounidense Exxon Mobil cuando operaba en una zona que Venezuela se disputa con la vecina Guyana.
Considerando todos sus medios humanos y técnicos, la página web Global Firepower colocó en 2018 a Venezuela en el puesto 46 de su ranking mundial de países con mayor fortaleza militar.
La mala noticia para Maduro y los suyos es que Estados Unidos se mantiene inamovible en el número uno.
Desde que estalló la última crisis política, Maduro ha multiplicado los actos con militares y una y otra vez elogia la capacidad de las fuerzas armadas.
Coincidiendo con la escalada diplomática con Estados Unidos, organizó unos ejercicios militares a gran escala que calificó como los “más importantes de la historia”.
Se trata de un esfuerzo por destacar la operatividad del ejército en un momento crítico.
Un experto militar extranjero en Caracas que pidió no ser identificado le dijo a BBC Mundo que “hay muchas dudas sobre la capacidad operativa real de los equipos por la falta de mantenimiento”, otra consecuencia de la severa crisis económica que atraviesa el país.
La escasez de repuestos se hace visible incluso en la conocida como base aérea de La Carlota, en pleno Caracas, donde los helicópteros allí estacionados sufren lo que en la jerga se conoce como “canibalización”, es decir, el uso de piezas de aparatos en buen estado para la reparación de otros averiados.
“En los últimos años han intentado que los rusos y los chinos se ocupen del mantenimiento, pero el problema que tienen es que ahora no pueden pagarle a nadie“, señaló el experto.
“Los rusos apostaron mucho por Venezuela, pero se encontraron con que no cobraban”.
Entre los proyectos inconclusos con Rusia, está la fábrica de fusiles Kalashnikov que lleva años en construcción en la ciudad de Maracay. El gobierno planea que de allí salgan las armas para militares y milicianos, pero nada de eso se ha concretado hasta la fecha.
La falta de reparación y repuestos se convierte en un problema especialmente grave para el material más antiguo, como los helicópteros de transporte de fabricación francesa Super Puma o los cazas de fabricación estadounidense F-16, que fueron adquiridos antes incluso del triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998 y de los que no consta que hayan sido sometidos a la actualización necesaria dado el tiempo transcurrido.
¿Lucharían por Maduro?
Desde que Guaidó desafió a Maduro y comenzó todo este lío, la oposición venezolana ha hecho intensos llamamientos a los uniformados para que retiren su apoyo al gobernante socialista y “se pongan del lado de la Constitución”.
Pero aunque la tropa sufre la escasez y la hiperinflación como el resto de los venezolanos, las defecciones en cascada que algunos pronosticaron no se han producido.
Pese a las denuncias sin confirmar de supuestas detenciones masivas de militares descontentos con la gestión de Maduro, los pronunciamientos de lealtad al “presidente constitucional” se repiten en las cuentas de Twitter del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada y el Ministerio de Defensa.
https://twitter.com/JSuarezChourio/status/1095803000386392078
Si, como muchos aventuran, también en Estados Unidos, el apoyo del alto mando a Maduro se está resquebrajando, las grietas son por ahora poco perceptibles.
Las razones del apego militar al gobierno son diversas.
No faltan los observadores que señalan que el chavismo es desde su nacimiento un sistema político esencial y originalmente militar.
No en vano, su fundador, Hugo Chávez, era un comandante del ejército.
Tal y como lo expresó la escritora Cristina Marcano en un reciente artículo en el diario El País, “el ejército no solo apoya al régimen, es un factor fundamental del régimen”.
Marcano recordó que al llegar Chávez a la presidencia, los uniformados empezaron a ocupar los más altos puestos en la Administración y en las empresas públicas.
El almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, afirmó ante un comité del Senado de su país que Venezuela tiene en torno a 2.000 generales, más que todos los países de la OTAN juntos.
Para Faller, “la mayoría están a sueldo de Maduro” y están implicados negocios ilícitos, entre los que se incluirían el tráfico de drogas y el contrabando de gasolina, con los que el líder bolivariano, dijo Faller, “compra su lealtad”.
Lo cierto es que, como sucede en otros países en los que la política tiene un fuerte componente militar, como Cuba o Egipto, la institución castrense controla gran parte de la economía venezolana.
Cuando llegó a la presidencia, Maduro creó lo que llamó la Zona Económica Militar Socialista, un plan de desarrollo empresarial exclusivamente militar con el que parecía imitar el modelo del Grupo de Administración Empresarial (Gaesa) a través del cual las fuerzas armadas cubanas se reservan la gestión de gran parte de los ingresos del Estado que el turismo y otras actividades dejan en la isla.
Maduro también puso al frente de la petrolera estatal, PDVSA, que, según todas las estimaciones canaliza la mayor parte de las exportaciones del país, a un general.
Sean sentimentales, ideológicos o económicos, los lazos del alto mando militar con el presidente han sido por ahora más poderosos que las llamadas a cambiar de bando de sus rivales.
Ted Galen Carpenter, experto en Defensa y Política Exterior del centro de análisis Cato Institute, le dijo a BBC Mundo que “aunque hay informaciones que apuntan a la división interna, al menos algunas unidades combatirían una intervención estadounidense“.
Aunque no pudo ser muy concreto sobre cuán firme podría ser esa resistencia: “Eso es lo que la inteligencia estadounidense seguramente está tratando de descubrir, pero averiguarlo no es tan fácil”.
Carpenter ha alertado en su país de que, pese a su abrumadora superioridad sobre el papel, el recurso a la fuerza para decantar la crisis venezolana podría acabar costando mucho dinero y muchas vidas estadounidenses.
“Nadie puede hacer frente a Estados Unidos en una confrontación abierta pero Maduro conserva aún un núcleo duro de seguidores y lo que podrían hacer los venezolanos es oponer una guerra de guerrillas”.
“Eso también puede ser muy efectivo”, advirtió.
Palabras como las de este analista remueven en la conciencia colectiva estadounidenses el recuerdo de la guerra de Irak o la de Vietnam, en las que el ejército de las barras y estrellas sufrió numerosas bajas en su intento por imponer un cambio político en países lejanos.
El mismo Maduro ha agitado el fantasma de Vietnam en su intento de disuadir a la Casa Blanca de recurrir a las armas: “Venezuela se convertiría en un Vietnam si un día Donald Trump manda al Ejército de Estados Unidos a agredirnos”, pronosticó.
Hasta la fecha, el cerco de Washington a Maduro se ha ceñido a lo estrictamente diplomático y Trump, pese a sus declaraciones, sigue reticente a comprometer tropas estadounidenses en misiones en el exterior.
Si para muchos Vietnam fue la guerra de nunca acabar de Estados Unidos, Venezuela es por ahora la que nunca empezó.