Un punto en una máquina de escribir anticuada se veía como una mancha negra tan grande como una letra. La llegada de las computadoras trajo consigo tipografías con espaciados proporcionales y el punto se redujo a una pequeña marca.
Para mí, como previo usuario de máquinas de escribir, el efecto fue hacer que ese punto importara menos. La parte más importante de una oración pasó a convertirse en una simple manchita: fácil de insertar sin pensar mucho, fácil de ignorar por completo.
Después llegó otra amenaza: mensajes de texto y conversaciones en línea. El lenguaje visual dialogado de las burbujas de mensajes de texto anunciándose a la izquierda y a la derecha en el celular encuentra poca utilidad en los puntos. Una sola línea de texto no necesita puntuación para dejar en claro que ya terminó.
En lugar de un punto, presionamos “enviar”. Y ahora la conclusión de un texto se marca con la imagen de un beso o una carita en lugar de un alto total. Los estudios incluso muestran que las personas tienden a interpretar un texto que termina con punto como cortante o pasivo-agresivo.
Vivimos en una era digital que gusta de pretender que escribir es hablar. Revisamos nuestros correos electrónicos, mensajes de texto y actualizamos nuestros perfiles de redes sociales en los lugares -trenes llenos, cafés y calles- en los que también conversamos.
Escribimos como si platicáramos. Este tipo de escritura digital suele hacerse rápidamente en espera de una respuesta inmediata. Es una forma semi-continua de tener una plática.
Pero escribir no es realmente una conversación. Uno de los propósitos de escribir de manera efectiva es almacenar y difundir información de forma que no se requiera la presencia física de otra persona mientras se escribe. Un texto escrito es su propia pequeña isla de sentido, desde la cual el escritor ha sido trasladado y en la que nadie más necesita habitar.
Por lo tanto, con cualquier tipo de escritura formal o semiformal que elaboremos al trabajar -incluidos correos electrónico- el punto y dónde se coloca es crucial. Una oración debe asumir la existencia del lector, pero no puede, como en una burbuja de diálogo, exigir una respuesta. Con una pausa tu oración se vuelve autosuficiente.
El punto le ofrece al lector una forma de alivio al permitirle cerrar el ciclo de significado y tomar un respiro mental. Los puntos también le dan a la escritura su ritmo.
Los puntos van en diferentes lugares, cortando grupos de palabras cortos y largos, variando la cadencias -esas caídas en el tono al final que indican que la oración y el sentimiento terminaron-.
Una buena oración avanza limpiamente hacia una pausa. La mejor forma de garantizar que esto suceda es poner las cosas importantes al final. Una oración ordenada así se siente más deliberada y memorable como cuando, al terminar de hablar, lo que se queda en la mente del que escucha es lo último que dijiste.
El énfasis más fuerte de una oración está en la última sílaba resaltada antes del punto. Una oración tiene un énfasis especial si la última sílaba se resalta. Una oración con un final fuerte deja ver que a su escritor le importó cómo se sentían las palabras al oído del lector.
Si quieres escribir bien, aprende a amar el punto. Considéralo como el objetivo hacia la que las palabras en tu texto se mueven firmemente. El punto es un pequeño “clic” satisfactorio que mueve tu escritura para que la siguiente oración pueda continuar donde la dejó.