Casanova, el donjuán por excelencia del siglo XVIII, acumuló tantas mujeres conquistadas como trucos para conseguirlas.
“Pero Casanova vivió hace más de 300 años, y la gente de hoy está perdiendo el arte de seducir“, afirma a BBC Mundo el doctor Raj Persaud, psiquiatra inglés y autor del libro “Simplemente irresistible: la psicología de la seducción”.
El significado de seducir y ser seductor, de hecho, se ha reducido, según el doctor, a la inmediatez de llevarse a alguien a la cama o a creer que George Clooney o Angelina Jolie son irresistibles solo por su apariencia física.
O peor, se piensa que ser seductor es algo con lo que se nace o no y algunas personas asumen que están destinadas a no ser seductoras.
En este sentido, Tempest Rose, bailarina de cabaret en Reino Unido, describió en un video de BBC Ideas que en sus shows una de las cosas que quiere es que la audiencia sienta cuando se vaya que “no existe una sola regla sobre ser atractivo o sexy”.
“Cada uno de nosotros usa su propio poder individual”, dice.
Las redes sociales y las apps de citas como Tinder, opina Persaud, también han convertido la seducción “en desplazar una foto a la izquierda o derecha (no me gusta o me gusta, respectivamente) y en tener conversaciones triviales donde apenas se conoce a la otra persona”.
“Con respecto a la seducción hay dos ideas fundamentales. La primera, que se puede aprender a seducir. La segunda, que es una habilidad muy importante no solo para conquistar a alguien, sino también para lograr cualquier objetivo en la vida, ya sea un aumento de sueldo, conseguir un trabajo en una entrevista o mantener una amistad”, expone Persaud.
Para conseguirlo, el doctor recurre a una verdad universal: todos tenemos “necesidades insatisfechas”.
La clave del éxito, dice, sería encontrar cuáles son las del otro u otra y basar nuestro juego de seducción en responder a las mismas a través de una conversación dirigida con ese objetivo.
¿Pero por qué si parece tan fácil se aplica tan poco?
Un ejercicio mental muy sencillo ayuda a entenderlo.
“Si yo te pregunto: ¿cuáles crees que son las necesidades insatisfechas de tu jefe, cuáles dirías que son?”, cuestiona Persaud.
La respuesta automática a la pregunta es intuirlas. Es una reacción instintiva o natural pero que nos aleja del punto en cuestión.
“Desde mi experiencia, las personas ni se molestan en pensar un poco, todo lo que hacen es asumir que conocen lo que las personas necesitan en lugar de ir, ser curioso y preguntar“.
“El problema, también, es que cada vez que acudimos a nuestros jefes es para resolver nuestros problemas en vez de intentar solucionar los de ellos”, sigue el psiquiatra con el ejemplo.
Persaud basa la idea de la seducción en que la vida es una transacción en la que para recibir lo que queremos, primero debemos dar algo a cambio. Señala cómo solemos demandar mucho más de lo que ofrecemos y que no se puede ser seductor sin tener nada que ofrecer.
“Si queremos un aumento de salario o una promoción, al jefe hay que darle algo que nadie más ofrezca en la empresa”, dice.
“El principal problema es que nadie se preocupa por las necesidades de los jefes y, entonces, ni las conocen ni luego tienen los recursos para satisfacerlas. Se puede seducir al mundo si se propone, pero hay que poner un poco de esfuerzo en ello”, continúa Persaud, de 56 años.
Pero los límites de la seducción van más allá del intercambio de persona a persona.
En 2016, Donald Trump venció en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos cuando muchos lo daban por improbable por prometer cosas como por ejemplo la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre su país y México.
Trump había encontrado algo que ponía ansioso a parte del electorado, sobre todo el de la clase media blanca: perder el trabajo.
“El éxito de los políticos que muchos llaman populistas se debe a que detectan qué pone a la gente ansiosa (sus necesidades insatisfechas) y luego proponen una solución simple para ello”, dice Persaud.
“Triunfan porque sus rivales, a veces mejor preparados, no están de acuerdo con esto y se empecinan en solucionar grandes problemas. Ahí se pierden. Lo que mueve al electorado son sus miedos y sentimientos. Las ideas simples, aunque pese, son más seductoras“, concluye Persaud.