Encontrar un propósito de vida en el trabajo es un mantra contemporáneo. María de Fátima Superti Dalla Colletta, de 57 años, había encontrado el suyo.
Tras recibirse de enfermera en 2007, fue a trabajar en un hogar de ancianos en Torrinha, São Paulo, su ciudad natal.
María de Fátima se dedicó a su trabajo de cuidadora pero, poco a poco, se vio inundada de otros trabajos paralelos.
Con el salario que recibía en aquella época, cerca de US$260 mensuales, equipó por su cuenta la sala de enfermería, elaboró el historial médico de cada paciente, y se ocupaba de hacer la limpieza y la comida cuando faltaba alguna de las cocineras.
“No me sentía explotada, lo hacía por amor. Los directores estaban cómodos porque yo les resolvía todo, desde un grifo que goteaba hasta una ducha arruinada, e involucraba a mis amigos y a mi propia familia en esas tareas”.
En 2018, María de Fátima dijo “basta”. “Me fui agotando de pasar cada vez más tiempo allí, muchas veces haciendo tareas que no me correspondían”.
Esta situación se repite en otras profesiones que, a los ojos de la sociedad, involucran cuidados, afecto y pasión por el oficio.
“En las cocinas, la gente lava su cofia, limpia el piso, el horno. Ninguna cocina -a excepción quizás de la de un hotel- tiene personal de limpieza. Entonces la gente llega a las 07:00 y se va a las 02:00 sin ganar nada por ello, solo la experiencia de haber trabajado mucho”.
Formada en gastronomía e ingeniería de alimentos, la confitera y consultora Joyce Galvão cuenta que este tipo de explotación aún se ve hoy día.
“En España, por ejemplo, puedes incluso trabajar en un restaurante con estrellas Michelin, pero sin cobrar: te dan comida y casa a cambio“.
Para Joyce, “en áreas creativas, en las que la gente necesita tener visibilidad, trabajar de forma gratuita o para divulgar el propio trabajo es algo frecuente”.
Hay una zona gris en la mayoría de los trabajos que no son de oficina, en la que todo se ve como una inversión a largo plazo.
No se sabe bien cómo y cuándo se puso de moda el aforismo “haga lo que usted ama y nunca tendrá que trabajar un día en la vida”, que ya fue atribuido a Confucio, y que sigue vivo en el discurso de empresarios y millonarios tecnócratas.
Se trata de una fórmula que aparece hasta el cansancio en libros de autoayuda, charlas motivacionales y que repiten entrenadores personales.
Uno de sus profetas fue Steve Jobs (1955-2011), CEO de Apple, quien en 2005 le habló en estos términos a un grupo de graduados de la Universidad de Stanford: “Ustedes necesitan encontrar lo que aman, eso es importante tanto para la vida profesional como para la vida amorosa … y la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que haces”.
Sin embargo, el énfasis en hacer lo que a uno le gusta, en ciertas carreras, facilita la legitimación de prácticas abusivas, injustas o degradantes en el mercado de trabajo.
Esta es la tesis principal de un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad Duke, en EE.UU., en asociación con profesores de psicología social de la Universidad Estatal de Oklahoma, EE.UU.
Publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, el artículo aglutina ocho experimentos y un metaanálisis.
El estudio busca demostrar que, como en la vida amorosa, cuando uno está fascinado por algo -en este caso, el trabajo- esto puede “cegar” a las personas y llevarlas a realizar tareas que no fueron contratadas para hacer.
El hecho de que los propios jefes consideren legítima la atribución de tareas adicionales, dada de la presunción de que a sus empleados les gusta lo que hacen, lleva en muchos casos a peores condiciones de trabajo.
El fenómeno descrito en el estudio se llama “legitimación de la explotación de la pasión”. Aunque la pasión por el empleo sea positiva, da lugar a que se legitimen prácticas nocivas de gestión y a que se explote a la mano de obra.
Para los autores del estudio, la explotación se define “a partir del momento en que la gerencia, que representa sus propios objetivos e intereses así como los objetivos de los propietarios, exige que algunos empleados trabajen excesivamente o se involucren en tareas degradantes sin pago adicional o recompensas tangibles”.
Hacer horas extra no remuneradas, permanecer lejos de la familia, trabajar los fines de semana sin compensación e incluso escuchar insultos, son vistos como comportamientos justificables entre las personas que se relacionan de forma apasionada con el trabajo, o en lo que la la sociedad considera como “trabajo apasionado “.
Las injusticias se producen cuando los trabajadores no se benefician lo suficiente de esta entrega excesiva.
El beneficio, en este caso, se considera como algo a ser cosechado a largo plazo.
El “pago intangible” de ese esfuerzo motivado por la pasión es una promesa que no siempre se cumple, lo cual acaba con la noción de justicia o mérito entre los empleados.
Según el estudio, esa explotación se produce a partir de dos mecanismos mediadores. El primero de ellos es lo que se supone que las personas apasionadas por el trabajo se habrían ofrecido a hacer si hubieran tenido la oportunidad.
El segundo se da a partir de la creencia de que, para esta gente, el propio trabajo es la recompensa.
Los trabajadores no son siempre conscientes de ello. Como la actividad que realizan involucra afecto, el sujeto no puede verla como explotación.
“Este movimiento sociocultural contemporáneo que entiende el trabajo no como un oficio, sino como una actividad apasionante de la que las personas obtienen goce y sentido, puede irónicamente llevar a que muchas personas consideren prácticas gerenciales cuestionables como justas y legítimas”, afirman los autores del estudio.
Las personas entusiasmadas con el trabajo son más proactivas, pero también pueden sufrir más de agotamiento.
“Un buen número de sociólogos y periodistas han percibido un aumento del maltrato entre los empleados apasionados por el trabajo, aunque son ellos mismos los que admiten que la pasión justifica el abuso. En Corea del Sur, jóvenes trabajadores desilusionados acuñaron el término ‘salario de apasionado”, o “pago de apasionado “, para referirse, burlonamente, a la expectativa de que deberían trabajar sin ganancias sustantivas porque su entusiasmo es la recompensa”, señala el estudio.
La investigación también observa la legitimación de la explotación por un camino inverso: cuando los observadores atribuyen “pasión” y “dedicación” al trabajador que está, en realidad, siendo explotado.
Como el éxito no siempre acompaña a quienes se esfuerzan, estereotipos sociales como “pobre, pero feliz”, o “rico, pero infeliz” refuerzan el status quo. Para muchos, especialmente en una sociedad individualista como la estadounidense, el sistema social es justo cuando la desventaja material (pobreza) es neutralizada por el aparente bienestar.
Los autores llaman a ese mecanismo de “justificación compensatoria”.
“Nuestra investigación muestra que podemos participar de forma involuntaria en la legitimación de una forma de explotación laboral sutil e insidiosa. Ciertamente, no estamos diciendo con eso que las personas deban desistir de buscar lo que les gusta en el trabajo (o en la vida)”, afirman los autores de la investigación.
“Nuestro objetivo es inspirar más atención social y científica a las formas de explotación que pueden pasar desapercibidas en la sociedad contemporánea”.
Un posible camino es identificar, entre los trabajos, cargos y profesiones que involucran entusiasmo y pasión, cuáles empleadores tienden a explotar a sus empleados.
Troy H. Campbell, profesor asistente de la Facultad de Administración Lundquist, de la Universidad de Oregón, y uno de los autores del estudio, reconoce que no siempre es fácil cambiar un trabajo tóxico por otro mejor.
Pero se puede hacer: hay personas talentosas y esforzadas que trabajan en un ambiente que no legitima la explotación de la pasión.