Lo que fluye por el río Guaire, en Caracas, es agua, pero está tan sucia que casi parece petróleo.
Pese a ello, en los últimos días, cientos de personas acuden a este curso fluvial rodeado de asfalto y saturado de agentes contaminantes en busca de agua.
“La doctora del dispensario ya les ha dicho que no la pueden consumir ni aunque la hiervan, pero ellos siguen ahí”, comenta parada en lo alto de un puente sobre el río una mujer que no quiere dar su nombre.
Observa a sus vecinos arracimados llenar sus botellones con una expresión que parece más de diversión que de lástima.
Escenas como esta se repiten estos días en la capital de Venezuela, que cumple a la hora de escribir estas líneas su sexto día de falta de agua.
Este miércoles, el servicio comenzó a restablecerse lentamente en algunas zonas de la capital, pero el agua sigue sin llegar a muchos sectores.
Es un problema habitual en Caracas y en buena parte del país, pero ahora se recrudeció por el gigantesco apagón que dejó a casi toda Venezuela a oscuras el pasado jueves.
El país respiró aliviado cuando, aunque renqueante y con fallos persistentes, la luz volvió.
Entonces se empezó a echar en falta algo aún más vital: el agua.
Según explica en conversación con BBC Mundo José María De Viana, exdirector de Hidrocapital, la empresa pública que gestiona el agua en ella, la ciudad bebe de las cuencas de los ríos Tuy y Guárico, ambos lejanos del valle sobre el que se fundó Caracas.
“Es un sistema de agua motorizado, que trae el agua de fuentes de agua dulce que están muy lejos y mucho más abajo”.
Cuando la electricidad falló, dejaron de funcionar.
No llegaba ni gota.
Y sin luz tampoco funcionan los motores de los tanques que almacenan agua y que tienen muchos venezolanos en sus viviendas.
Mientras el presidente, Nicolás Maduro, repetía en la televisión estatal que lo ocurrido había sido causado por “un ataque cibernético, electromagnético” contra el sistema eléctrico venezolano perpetrado por el “imperio” estadounidense y pedía “paciencia” a la población, las calles se iban llenando de gentes que buscaban garrafa en mano la manera de abastecerse.
El Guaire, los arroyuelos que bajan desde el cerro que rodea la ciudad, acequias, cunetas, tuberías rotas y hasta el líquido acumulado en los hoyos del mal conservado pavimento de Caracas atrajeron a tantos ávidos aguadores que la Guardia Nacional tuvo que comenzar poner orden en las filas improvisadas en prevención de posibles incidentes.
A las manifestaciones de protesta convocadas para ese día por el líder de la oposición, Juan Guaidó, se sumaban las reuniones de quienes, antes que un cambio de gobierno, lo que querían era beber y lavarse.
La necesidad empujó a un segundo plano la crisis política abierta desde que en enero Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional (Parlamento), se proclamó “presidente encargado” en claro desafío a Maduro.
No todo el mundo parecía estar informado de si el agua con el que iban a llenar sus recipientes era apta para el consumo y uso humanos.
El jubilado Humberto López le explicaba a una de sus compañeras de fila que no tenía nada que temer.
“El agua es buena; yo la he tomado y no me pasó nada”, le decía, mientras ambos esperaban con sus bidones de plástico a que les dieran acceso a los bajos de un complejo policial en el barrio de San Agustín por el que pasa un curso de agua en el que los agentes les permitían aprovisionarse.
Ella, estudiante universitaria mucho más joven que él, no estaba segura: “¿Pero usted sabe de dónde viene el agua?”, preguntaba. “No”, concedía él.
Escenas como esta se repetían a medida que pasaban las horas.
El doctor Jaime Torres, director del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela, resumió: “La ausencia total de agua ha llevado a la gente a situaciones desesperadas, como utilizar el agua de un río como el Guaire, que colecta todas las cloacas y efluvios de la ciudad”.
“Es una situación extrema que implica todo tipo de riesgos, ya que esa gente se está exponiendo a agentes biológicos y químicos, bacterias, virus y parásitos”.
Luisfredo, un joven de 27 años que aparenta mucha más edad, era uno de los que volvía del río Guaire empujando un carro cargado con bidones de agua negruzca.
“Tenemos que agarrar agua del Guaire porque el agua no llega y la luz se va a cada momento. Nos estamos muriendo. Si no hay agua, ¿cómo cocinamos? Y ya la comida no se podía conseguir porque estaba demasiado cara”, lamentaba.
Flaco y descalzo, al caer el sol acarreaba su preciado cargamento de agua sucia rumbo a la parroquia de Coche, donde vive.
Allí planeaba vendérsela a cambio de unos pocos bolívares en efectivo a los ancianos de la zona, que ya no pueden salir a lejanas aventuras urbanas como la suya y son especialmente vulnerables a una contingencia como la actual.
El ingeniero De Viana describe lo que ocurre estos días en comunidades deprimidas como la de Luisfredo. “Desde el lunes se produce un proceso de angustia, cuando la gente humilde se empieza a dar cuenta de que el problema no es que no haya agua en su casa, sino que no hay agua en ninguna parte”.
En las redes sociales, llegaban denuncias alarmantes también desde otros lugares del país.
#13Mar La situación por falta de agua en San Diego es terrible. Hay sectores que llevan más de 2 meses sin el servicio, igual que otras zonas de Valencia y Los Guayos.
Esta mañana llegó el agua a San Diego así 👇🏽 Nada apta para el consumo @Hidrocentro2011 @rafaellacava10 pic.twitter.com/4sfiBv98Zs
— Heberlizeth González (@Heberlizeth) March 13, 2019
El gobierno decretó por varios la suspensión de la jornada laboral y escolar hasta que la situación se normalizara y el metro lleva días sin funcionar.
Niega toda responsabilidad y culpa a Estados Unidos de impulsar “una guerra eléctrica” que supone “el peor ataque en la historia de la República”.
La oposición y la mayoría de expertos que se han pronunciado responsabiliza en cambio a Maduro y su círculo en el poder por la corrupción y la falta de mantenimiento.
“Es un escándalo de mala gestión de los servicios públicos”, concluye De Viana.
En realidad, aunque el gran apagón lo hizo especialmente acuciante y visible, los problemas con la electricidad no son nada nuevo para muchos venezolanos.
Recientemente, Maduro tuvo que interrumpir por dos veces una rueda de prensa en el palacio de Miraflores porque se quedó a oscuras.
El doctor Torres indica que también con el agua “el país vive hace tiempo una situación de suministro irregular”.
“No es solo que el agua no llegue, es que no se garantiza la calidad de la que llega, ya que hay muchas plantas de tratamiento que no están operando adecuadamente”.
“Si uno mira los últimos tiempos, se aprecia un aumento de los casos de hepatitis A, una infección transmitida por contaminación oral o del agua”, añade el experto, aunque esa información no puede contrastarse porque las autoridades venezolanas llevan años sin difundir los datos nacionales de epidemiología.
Los riesgos sanitarios no terminan ahí, ya que en muchos hogares la falta de agua impide evacuar adecuadamente los excrementos humanos y contribuye a la propagación de infecciones y enfermedades.
Y aunque las anomalías se han convertido en costumbre en los últimos años, pocos recuerdan una semana de privaciones como la última.
En 1958 retrató problemas similares el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, por aquel entonces joven periodista en la capital venezolana, en una crónica titulada “Caracas sin agua”.
García Márquez contaba allí cómo un ingeniero alemán atrapado en la sequía caraqueña y agobiado por la sed miraba acezante al cielo con la esperanza de que lloviera.
En la Venezuela de 2019, más que para que venga la lluvia, la gente reza para que no vuelva a irse la luz.
Y nadie, ni siquiera el gobierno, descarta que vuelva a ocurrir.