El ataque de Estados Unidos, Reino Unido y Francia contra Siria fue más intenso que le que Washington llevó a cabo en 2017.
Este fue un ataque más intenso que el de hace un año: contra tres objetivos y no uno, como el anterior.
En aquel, Estados Unidos actuó solo. Esta vez se unieron sus aliados Francia y Reino Unido.
Se dispararon más del doble del número de armas contra blancos sirios que el año pasado. En total 105, según el Pentágono.
Pero la pregunta fundamental sigue siendo la misma.
¿Será esto suficiente para lograr lo que Estados Unidos dice es su objetivo: impedir que el presidente Bashar al Asad use nuevamente armas químicas?
Desde hace siete años, el tormento de la guerra de Siria no ha terminado. Pero hay dos cosas fundamentales que han cambiado.
El presidente Al Asad quizás no controla todo el territorio de Siria. Pero, apoyado por Rusia e Irán, no hay nadie que realmente pueda enfrentársele.
La escasez de combatientes, equipo y capacidad ha evitado que pueda restablecer un control más amplio.
En segundo lugar, las relaciones entre Washington y Moscú, y entre Rusia y Occidente en general, se han deteriorado significativamente, hasta el punto de que altos funcionarios internacionales ahora están hablando de una nueva Guerra Fría.
Este es el contexto en el que el presidente Trump se vio determinado a enviar su mensaje punitivo al gobierno de Al Asad. Y es el contexto con el que han recibido el mensaje en ese país.
¿Se sentirán intimidados o reaccionarán desafiantes? ¿Acaso la bravata pública está ocultando una reflexión más profunda por parte de Al Asad? ¿Será Rusia más dura con el líder sirio a pesar de lo que ha dicho el portavoz de ese país? Y si es así, ¿tendrá esto algún efecto?
Pienso que la forma como se ha desarrollado esta crisis en Estados Unidos es desconcertante y de muchas formas preocupante.
Parece haber una falta de enfoque y claridad por parte de la administración Trump. No sorprende, quizás, cuando el propio presidente está cada vez más abrumado con sus propias dificultades internas, como alegatos y recriminaciones sobre supuestas relaciones pasadas y malas conductas, que ahora lo persiguen.
En ocasiones se ha visto más tentando a atacar el sistema judicial de Estados Unidos que al presidente Al Asad.
De hecho, durante la semana pasada, mientras gran parte del resto del mundo estaba preocupado por lo que Trump haría en Siria, los medios estadounidenses estaban dominados, absortos y fascinados, en igual medida, por las dificultades del presidente.
La retórica de Trump sugería que habría un enorme ataque militar contra el gobierno de Al Asad. De hecho, la acción que tuvo lugar, está muy por debajo de eso. Así que ¿qué conclusión podrían sacar Moscú y Damasco?
El Pentágono parece haber hecho todo lo posible para evitar tanto víctimas civiles como “extranjeras”, lo cual significa “rusas”.
Los tres blancos atacados fueron elegidos tanto por su papel central en el supuesto programa de armas químicas como por el hecho de que el riesgo de daños colaterales allí era muy pequeño.
El presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos indicó en una reunión tras el ataque que su país tenía una lista de otros blancos que, esta vez, prefirieron no atacar.
El mensaje claro es que si existen nuevas denuncias de supuestos usos de armas químicas por el gobierno de Al Asad, habrá más bombardeos.
Sin embargo, desde abril pasado, hubo reportes de otros presuntos ataques químicos, por lo general de gas cloro. Pero, hasta ahora, Estados Unidos no había atacado.
El gobierno Sirio y sus aliados niegan el uso de estas armas y la atribuyen a un montaje y a campaña de occidente para justificar una invasión allí.
Pero ¿qué ocurrirá con el conflicto en Siria?
Esta brutal guerra no parece tener fin. Muchos han señalado que son las bombas de barril, la artillería y las balas las responsables de la gran mayoría de las muertes y mutilaciones en Siria, y no las armas químicas. Aunque son estas últimas las que han conducido a una acción militar de Occidente.
Hay una buena parte de verdad en esta posición, pero por razones históricas y culturales las armas químicas provocan un horror particular en Occidente debido a su uso en la Primera Guerra Mundial.
El tratado que las prohíbe es un acuerdo importante de desarme y su debilitamiento amenaza con revertir años de progreso.
Pero la pregunta más amplia es ¿hasta qué punto este último ataque cambiará el panorama en Siria? ¿Llevarán al conflicto más cerca del fin?
Desafortunadamente, la respuesta casi ciertamente es no.
Hasta hace poco, para horror de sus generales, Trump habló de retirar a los soldados estadounidenses de Siria.
Pocos días más tarde amenazó con llevar a cabo una intervención militar importante. No ha habido consistencia en la posición del gobierno de Trump.
Simplemente no hay una estrategia clara que ayude a poner fin a la guerra. De hecho, uno de los argumentos para mantener las tropas estadounidenses en Siria para apoyar a sus aliados locales, como los kurdos, fue, en realidad, mantener desequilibrados al régimen sirio y a sus aliados iraníes.
Limitar a Irán parece ser el único tema consistente en el enfoque del gobierno de Trump, pero incluso a este no se le ha dado importancia suficiente para una estrategia coherente.
En su declaración, después de los ataques, el presidente una vez más afirmó que Estados Unidos no está buscando una presencia indefinida en Siria.
Lo que esperaba claramente era que otros compartan la carga (¿quién?) para que Estados Unidos pueda retirarse. Pero a esto le siguió una declaración general sobre la intratabilidad de la región y sus problemas, lo cual difícilmente sugiere el deseo de un compromiso a largo plazo.
Si estas son las señales que están surgiendo de Washington, ¿por qué debería preocuparse Rusia?
Este país, con su apoyo militar y político al gobierno de Al Asad, se ha restablecido a sí mismo como un actor diplomático importante en la región.
Rusia, por supuesto, advirtió a Estados Unidos y sus aliados que no atacaran a Siria. Así que ¿qué podrá hacer Rusia ahora después de este ataque?
En la propia Siria, podría buscar socavar aún más la posición ya debilitada de Washington, pero no se enfrentará a una guerra con los estadounidenses. Esos temores, a menos que hubiera un desastre extraordinario, siempre han sido probablemente exagerados.
El secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, ya dio a entender la probable respuesta rusa al notar que “debemos esperar una campaña importante de desinformación en los próximos días de los que se han alineado con el régimen de Al Asad”.
De hecho esta campaña de muchas formas ya ha comenzado.
Los rusos, que tienen fuerzas en el área donde se supone que ocurrió el reciente ataque químico, insisten en que no hay signos de tal ataque y en que todo fue orquestado por agentes extranjeros para desacreditar a Al Asad y a Moscú.
Esta es la misma Rusia que, tal como lo aceptaron la mayoría de los gobiernos occidentales, estuvo detrás del supuesto intento de asesinato de un exespía ruso y su hija en la ciudad inglesa de Salisbury, utilizando un agente nervioso.
Es la misma Rusia que a la que se le acusa de influir en las recientes elecciones de Estados Unidos y otros países. Es el mismo presidente ruso que se apoderó de parte de Ucrania.
En realidad se está desarrollando una nueva clase de Guerra Fría. Quizás no está en riesgo una aniquilación nuclear, pero debido a ello, de muchas formas es más directa e impredecible, con Moscú tomando riesgos mucho más grandes de los que hubiera tomado en el pasado.
Rusia no es una superpotencia global como fue la Unión Soviética. Ya no tiene una ideología que reúna el apoyo de movimientos de liberación alrededor del mundo.
Es fundamentalmente una potencia regional de mediano rango con un arsenal nuclear significativo y una economía relativamente débil.
Pero sabe cómo ejercer influencia y cómo conducir una guerra de información.
Y Putin está determinado a defender los intereses de Rusia, tal como él los ve, en donde le sea posible.
Esto significa los países cercanos a sus fronteras, los que tradicionalmente han estado en la esfera de interés de Rusia, como Georgia o Ucrania.
Siria es casi un miembro honorario de esta esfera, lo que le permite a Rusia un punto de entrada para recuperar su influencia en una región que todavía es importante.
La estrella de Rusia está en ascenso y la influencia de Washington, de muchas formas, está en descenso.
Esto importa porque la inestabilidad en la región está creciendo. Las consecuencias de que un gobierno estadounidense anterior haya eliminado el gobierno de Sadam Hussein en Irak continúan expandiéndose.
Irán fue el principal benefactor de esa decisión. Se ha convertido en un jugador regional formidable.
Su creciente influencia en Siria pone en riesgo un conflicto más grande con Israel. Se cree que fue Israel el que recientemente atacó una base siria que albergaba instalaciones iraníes.
Las tensiones están incrementándose.
Con sus ataques en la noche, Estados Unidos, Reino Unido y Francia han arrojado una piedra más en el estanque y sus ondas seguirán expandiéndose.