Cuando Debbie Balino dio a luz a su primer hijo, tanto ella como su esposo esperaban poder tener una familia grande.
Es un jardín extraordinario y está ayudando a los canadienses a romper los tabús que existen en muchas sociedades. Es un espacio en el que los padres pueden hablar abiertamente sobre sus abortos y la pérdida de sus bebés.
Después de que Debbie Balino dio a luz a su primer hijo, tanto ella como su esposo esperaban poder tener una familia grande. Era algo que siempre habían soñado.
Pero cuando se preparaban para la llegada de su segunda hija comenzaron los problemas.
“Perdí a Victoria a las 21 semanas (de embarazo) en 2013”, recuerda Debbie.
Ese fue su primer aborto. Después sufrió otros ocho abortos en el curso de cinco años.
“Estaba destrozada y pasé un tiempo terrible”, dice.
Los médicos no entendían por qué Debbie estaba teniendo esos problemas después de haber tenido un primer nacimiento sano.
Unas 3.000 mujeres canadienses experimentan partos de feto muerto cada año y se calcula que entre 15% y 20% de embarazos resultan en aborto.
Pero sufrir nueve abortos es algo excepcional.
Cinco de los bebés se perdieron en el primer trimestre de embarazo, y cuatro en el segundo.
Entre la confusión emocional que Debbie y su familia estaban experimentando, le surgieron varias preguntas prácticas.
¿Qué haces con los restos de un bebé que muere durante el embarazo? ¿Cómo honras su memoria?
Debbie cree que un niño abortado permanece en una especie de limbo.
“Son muy jóvenes para un funeral, pero muy viejos para ignorar que existieron. No sabíamos dónde colocar a Victoria, así que la dejamos en el hospital. Allí dijeron que era ‘basura biológica’ y me rompieron el corazón en pedazos”.
Cuando perdió a Victoria, Debbie no podía pensar en cosas como funerales. Pero al sufrir el segundo aborto, de William, a las 16 semanas de embarazo, le surgió una revelación.
Un médico le contó a Debbie sobre sobre un lugar cercano llamado “Little Spirits Garden” (Jardín de los Pequeños Espíritus).
Se trataba de un jardín diseñado dedicado a la memoria de los niños que mueren durante el embarazo. Fue completado en 2012 y se ubica dentro del Cementerio Royal Oak, en Victoria, Columbia Británica.
Dentro de éste hay una serie de pedestales de concreto largos sobre los que se posan pequeñas casas grises. Estas son “las casas de los espíritus” y cada una conmemora a un bebé muerto.
Hay unas 400 casas en el jardín y tiene espacio para unas 3.000.
Los médicos ponen en contacto a los padres que sufrieron una pérdida, como Debbie, con el equipo que dirige el jardín, cuando piensan que éste puede beneficiarlos. El servicio es gratuito y se financia con donativos.
Si el bebé es cremado, las cenizas pueden esparcirse en una sección especial en el jardín o colocarse en un osario, una bóveda que está colocada bajo un pabellón.
Ya sea que el niño sea cremado o no, a todos los padres se les da una casa de espíritu.
“Es realmente difícil cuando sufres un aborto y no tienes un cuerpo porque no existe el objeto físico”, dice Debbie.
“El Jardín de los Pequeños Espíritus te ofrece ese objeto, que es la casa”.
Como ella se enteró del jardín después de su segundo aborto, pudo obtener una casa para marcar los primeros dos episodios, además de los subsiguientes siete.
“Tengo muchos bienes raíces en este jardín”, afirma.
“Me siento validada, en el sentido de que alguien puede ver lo que siento. Puedes mirarlo y llamarlo la casa del espíritu de tu hija. Se siente muy bien que ella tenga un hogar”.
Debbie visita sus nueve casas de forma regular.
“Que me hayan dado una casa de espíritu es lo más generoso, amoroso y amable que un ser humano puede hacer por otro. Porque lo triste de un aborto o un parto de feto muerto es que es un tabú y no se discute”.
“Este jardín es un lugar donde eres libre de sentir lo que necesites sentir y de tener el luto que desees tener”.
El jardín fue diseñado por los arquitectos de jardines canadienses Bill Pechet y Joseph Daly. La inspiración surgió después de que Pechet pasó un tiempo en Japón, donde vivió dos años.
Cuando estuvo allí le impactó la tradición budista llamada Jizo, la práctica de crear pequeñas estatuas votivas para marcar la muerte de un niño.
Estas a menudo se colocan en templos, que tienen cementerios adjuntos. Durante los festivales se les adorna con ropas típicas como pequeños tocados tejidos por los padres, y se les coloca juntas para formar un desfile.
“Es inspirador, delicado y hermoso ver estas creaciones”, dice Bill. “Me impresionó el sentido de magnitud cuando se les muestra juntos en ocasiones especiales, reflejando la pérdida colectiva en la sociedad”.
Entonces se preguntó si algo similar podía hacerse en Canadá.
“Me di cuenta de que el Jardín de los Espíritus debería tener un espacio ecuménico, porque en Canadá somos una sociedad pluralista. Se necesitaba un símbolo que fuera incluyente y la casa es un símbolo universal de protección y no es confesional”.
Su equipo realizó una serie de talleres para investigar lo que la gente pensaba de la idea, invitando a padres que habían perdido a niños, asesores y líderes religiosos.
Hubo cierta resistencia, recuerda Bill, especialmente entre los cristianos, que se vieron renuentes por el origen japonés de la idea, pero él persistió.
“Mi voz interna en esa ápoca me decía que todo nuestro país está basado en la inmigración y en la adopción de ideas del resto del mundo”, afirma.
Eventualmente todos quedaron convencidos y el jardín se hizo una realidad.
“Una mujer que sufrió un aborto en 1955 vino recientemente. Me preguntó si podía tener una casa de espíritu. Y por supuesto que pudo”, dice Susan McMullen, quien trabaja en el cementerio.
Susan cree que esto ofrece una forma de cerrar el duelo a la gente de esa generación que no pudo tenerlo abiertamente después de perder a un bebé.
La misma Susan tiene dos casas en el Jardín.
“Cuando tuve mi aborto en 1991 fue muy terrible para mi esposo y para mi porque ya habíamos tenido un hijo y comenzamos a decirle a la gente demasiado pronto (sobre el segundo embarazo)”.
“Tu grupo de amigos escucha que estás embazada, pero para entonces tú ya no lo estás. Fue un tiempo muy extraño”.
Más de dos décadas después, tanto ella como su esposo eligieron conmemorar la pérdida con una casa en el jardín, pero Susan también quería marcar la otra pérdida.
“Mi madre sufrió un aborto a principios de 1960, antes de que yo naciera”. explica.
Esto siempre ha estado presente en mi mente.
“Así que tuve la oportunidad de honrar al hermano que debía nacer antes que yo. Coloque una casa para 1960, y otra para 1991”.
Susan cree que su madre no recibió ninguna compasión en ese tiempo.
“La forma de pensar era ‘son cosas que pasan’ y tienes que seguir adelante. Pero si pierdes un bebé hay una razón por la que ocurre”, afirma.
“Nuestra generación se siente empoderada para compartir nuestro dolor”.
A Debbie le gusta visitar el jardín con su hija.
Ella también vio sus expectativas arruinadas, dice Debbie, cuando esperaba a un hermano que nunca llegó.
Ahora de ocho años, la niña ha estado acompañando a Debbie al jardín desde que tenía tres años.
“Brinca de un lado a otro, baila y juega, habla con sus hermanos y hermanas, les trae huevos de Pascua, les canta. Les dice: ‘ya empecé la escuela’, ‘esto es lo que voy a llevar para Halloween’. Le habla a las casas”, cuenta Debbie.
Debbie llama a la red de apoyo de personas que ha conocido a través de sus abortos “la comunidad de las pérdidas”. Y fue al unirse a esta comunidad cuando logró por fin tener al hijo que anhelaba.
Conoció a una mujer que había sufrido abortos que se ofreció a donarle óvulos.
“Creamos un niño hace un año”, dice. Se refiere a él como “el niño arco iris”, como a veces se les conoce a los bebés sanos que nacen después de un aborto.
Ahora él también visita el jardín.