Advertencia: Este artículo contiene lenguaje que puede resultar ofensivo.
Puede ser un verbo o un sustantivo. O también un adjetivo o un adverbio.
El poeta Octavio Paz lo veía como una palabra de “mágica ambigüedad”, digna de confiarle “la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones”.
Pero también un carácter prohibido por ser una mala palabra, de esas “malditas” que se pronuncian en voz alta “solo cuando no somos dueños de nosotros mismos”.
Se trata de “chingar”, uno de los términos más polifacéticos del español hablado en México, nacido de la raíz lingüística “chin-” que puede usarse para un sinnúmero de expresiones.
Para muchos es vulgar, altisonante, una “palabrota”. Para otros guarda el significado más adecuado.
“Es una voz mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos”, reflexiona Paz en su obra radiográfica de los mexicanos “El laberinto de la soledad”.
Esos cambios de tono son los que explora “El Chingonario”, un extenso compendio con más de 150 acepciones de este verbo, sustantivo, adjetivo y adverbio.
“Es una raíz que el mexicano le ha dado una gran variedad de significado, casi todo algo altisonante, que no siempre es peyorativo“, le dice a BBC Mundo la editora de la obra, la lingüista Pilar Montes de Oca.
Su alta carga de sentido sexual original de alguna manera es transformada en el español mexicano para hacer del término un juego de vencedor y vencido.
Por ello “El Chingonario” explica a los mexicanos y extranjeros el sentido, uso y hasta “abuso” de cada acepción de las que habla.
El origen de la palabra “chingar” no es tan claro, pero la Real Academia Española apunta a que proviene del caló gitano čingarár, que significa “pelear”. Y sus significados en cada país es amplia.
Otros lingüistas, e incluso Octavio Paz, dicen que es probable que venga del vocablo tzincon dela lengua náhuatl, hablada por los aztecas, que significa “en el ano”.
Para Montes de Oca, a su vez, tiene más sentido que provenga del latín syngarar, del cual proceden palabras como jeringa, un instrumento para penetrar.
Paz señala que “chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta”.
Y la “chingada” es lo pasivo. Como en la conquista de México, el español, Hernán Cortés, es el que toma por la fuerza y violenta —también sexualmente— a la mujer indígena, que tiene el rostro de la Malinche.
Para Montes de Oca, esa visión de hace varias décadas de Paz está bien, pero considera que el uso más actual del término ha trascendido el sentimiento de ser víctimas del “malinchismo” de la conquista española.
“No importa tanto de donde viene, sino de cómo se arraigó a la idiosincrasia del mexicano. No solamente el verbo chingar, sino la raíz ‘chin-‘”, apunta Montes de Oca.
Sin necesidad de que alguien lo remita a ese lugar, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, suele irse a la “Chingada”a pasar sus días de descanso.
Así se llama su finca en la localidad de Palenque, Chiapas, en la que prometió mudarse definitivamente si no ganaba la elección presidencial de 2018.
El político no solo hablaba literalmente, sino que hizo uso del sentido figurado de “chingar” en una de sus variantes: “Vete a la chingada”.
“Chingada” es el participio de “chingar”, pero como se muestra en este ejemplo, trascendió al sentido sexual y más bien transmite que aquel lugar, “la chingada”, es “un sitio jodido y para los jodidos“.
Esto refleja un juego semántico de vencedor (el “chingón” o la “chingona”) y vencido (el “chingado” o “chingada”.
“Los mexicanos tenemos un gran ingenio para crear nuevas palabras, para crear nuevas acepciones. No nos tenemos que basar en códigos extranjeros, porque tenemos nuestro propio lenguaje”, destaca Montes de Oca.
“Esto habla de lo fructífera y fértil que es la lengua en todos los sentidos. La lengua te puede llevar a muchos, muchísimos significados”, añade.
El uso, reuso y abuso de la raíz “chin-“, como da muestra el libro, sirva para formar un gran número de expresiones.
“Chingadazos” es un sustantivo el cual es sinónimo de golpes.
Y siempre es mejor ser el que da los “chingadazos” a ser el que los recibe. De nuevo refleja una situación de dominio y dominado.
“¡Chinga tu madre!” es considerada “la madre de todas las ofensas“. Implica lo más sagrado de una persona, su mamá, pero su sentido figurado está más cercano a un “basta ya”.
“Es catártico. No es lo mismo decir ‘¿por qué no vas e importunas a tu progenitora?’ a ‘¿por qué no vas a chingar a tu madre?’. Te libera más”, dice Montes de Oca.
Octavio Paz en la década de 1950, cuando fue publicado “El laberinto de la soledad”, la llamaba “maldita” y le daba el carácter de “prohibida” y “secreta”.
Pero Montes de Oca considera que es reflejo de cómo la lengua va cambiando de acuerdo a la época que vive.
“Cada época tiene una diferente forma de ver la cultura, la vida, el mundo. Los millennials no piensan igual que la generación X. Si el mundo cambia, la lengua cambia. La aceptación de lo LGBT, de la igualdad de mujeres y hombres, la integración racial, nos lleva a aceptar decir palabras que antes estaban prohibidas”, explica.
Para ella, ningún lingüista puede darle un juicio de valor a ninguna palabra, pues son los hablantes los que tienen la última decisión de qué decir, cómo decirlo y qué es aceptable.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 5 de septiembre y el 8 de septiembre de 2019.