Ismael López Especial para BBC News Mundo, Managua
A finales de 1988, el ex presidente de Rusia Boris Yeltsin —entonces alto funcionario del Partido Comunista de la Unión Soviética— llegaba a Managua con una trágica noticia para Daniel Ortega y los otros comandantes que lideraban la Revolución en Nicaragua.
El mensaje era que la ayuda de la URSS, que había servido para dar un respiro económico aun país devastado económicamente y hacer frente a la guerra de la contrarrevolución financiada por Estados Unidos, se acababa.
Unos meses después, durante una reunión de países centroamericanos celebrada en enero de 1989 en El Salvador, Ortega accedió a impulsar una serie de cambios constitucionales y adelantar las elecciones en Nicaragua, que terminó perdiendo de manera abrupta contra Violeta Barrios de Chamorro.
Nicaragua era entonces parte del ajedrez de la Guerra Fría.
El enfrentamiento bélico entre la Contrarrevolución —un ejército de campesinos antisandinistas sostenidos por Washington —y el sandinismo— financiado por la URSS y otros países, y que había llegado al poder en 1979 tras derrocar a Anastasio Somoza— había dejado más de 50.000 muertos.
“Había una gran presión, sobre todo por la situación militar. Había además una situación de desgaste económico enorme. Una inflación exagerada. La economía hacia aguas y el desabastecimiento golpeaba todos los hogares”, recuerda a BBC Mundo la excomandante guerrillera Mónica Baltodano, en aquellos años viceministra de la Presidencia.
“También es cierto que el campo socialista ya no podía abastecer como lo hacía antes. Y con la llegada de Gorbachov a la presidencia de la URSS, hubo cambios hacia Nicaragua”, agrega.
Baltodano, hoy dedicada a escribir las memorias de la Revolución Sandinista y distanciada del oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) asegura que adelantar las elecciones de noviembre a febrero de 1990 no fue una decisión de Ortega.
La decisión, dice, se debió a la Dirección Nacional, compuesta por los nueve comandantes guerrilleros, y de los principales cuadros del partido, el ejército y el gobierno.
“Debemos recordar que, desde 1986, el gobierno se vio obligado a participar de un proceso de negociación regional llamado Esquipulas, que tuvo varias fases presionado por la comunidad internacional, por el bloqueo, la guerra y el desgaste económico”, cuenta Baltodano.
A finales de la década de los ochenta, la moneda nicaragüense no valía nada. La hiperinflación superó el 33.000%, según cifras del Banco Central de Nicaragua.
El ingreso per cápita se había reducido de US$733 en 1980 a 480 en 1989. El país era uno de los más endeudados del mundo.
Además, aquella Nicaragua bloqueada por Estados Unidos estaba cada vez más aislada del mundo.
Ortega se enfrentaba al descontento popular por la escasez de productos y el Servicio Militar Patriótico, una ley que obligaba a los jóvenes de entre 16 y 25 años a alistarse en el Ejército para ir a las montañas a combatir a la Contrarrevolución.
En medio de todas esas adversidades, Ortega accedió finalmente a adelantar los comiciosy celebrarlos en febrero de 1990.
“Él [Ortega] creía que cumpliendo el compromiso de hacer elecciones libres, limpias y transparentes, no ponía en riesgo su poder. Él estaba convencido de que ganaría las elecciones“, dice Luis Sánchez, férreo opositor al régimen sandinista en aquella época y miembro de las mesas donde se discutieron los acuerdos de paz.
“Creía que la gran mayoría del pueblo lo apoyaba y que no había manera de que la derecha reaccionaria financiada por el imperialismo triunfara”, dice en tono sarcástico Sánchez, quien en su juventud militó en el pro soviético Partido Socialista Nicaragüense.
“La verdad es que la gran mayoría de los sandinistas teníamos seguridad en que ganaríamos. Lo afirmaban las estructuras, las organizaciones y también las encuestas que estaban a cargo de Paul Oquist (hoy secretario para Asuntos Públicos de Ortega)”, reconoce Baltodano.
Baltodano revela que no se tomaron en cuenta otros análisis de cuadros del FSLN que apuntaban a que un alto porcentaje de quienes respondían no saber por quién iban a votar, eran en realidad votos para la Unión Nacional Opositora (UNO).
Esta coalición política postulaba a Barrios de Chamorro, quien finalmente triunfó y pasó a liderar un país que por casi 10 años se había desangrado en la guerra.
Después de perder el poder en 1990, Ortega se vio obligado a pasar 17 años en la oposición: fue derrotado en tres comicios consecutivos hasta que ganó las elecciones en 2006, volviendo a asumir la presidencia a inicios de 2007.
Pero desde hace algunos meses enfrenta sin duda el escenario más adverso de su actual mandato: las protestas sociales que han dejado más de 215 personas fallecidas por la represión y violencia del Estado, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Los nicaragüenses que aún se mantienen protestando y tienen ciudades enteras paralizadas como Masaya, León, Matagalpa, Jinotega y Diriamba, piden la salida de Ortega del gobierno.
Tanto actores de la comunidad internacional como Estados Unidos y la Organización de Estados Americanos, como los obispos de Nicaragua que participan como mediadores en el Diálogo Nacional, le han pedido reiteradamente que adelante las elecciones previstas para 2021.
Pero Ortega, que tiene fama de ser muy pragmático cuando está al borde del abismo, no ha respondido.
Y muchos en el país creen que el mal recuerdo de lo que le pasó aquella vez que adelantó las elecciones, hace 28 años, todavía pesa mucho en la cabeza del mandatario, quien no ha dado señales de pensar en dejar el poder.