En julio pasado, durante una tranquila mañana de viernes, estalló el caos en un colegio en el noreste de Malasia.
Siti Nurannisaa, una estudiante de 17 años, se vio en el centro de ese pandemonio.
Este es su recuento de lo que ocurrió.
Sonó la campana para la asamblea escolar.
Yo estaba en mi escritorio y me sentía somnolienta cuando sentí una fuerte palmada en mi hombro.
Volteé para ver quién era y el cuarto se oscureció.
Tuve miedo. Sentí un dolor agudo en la espalda y la cabeza comenzó a darme vueltas. Caí al piso.
Sin darme cuenta empecé a mirar el “otro mundo”. Escenas de sangre y violencia.
Lo más escalofriante que vi fue una cara de maldad absoluta.
Me estaba persiguiendo, no podía escapar. Abrí la boca y traté de gritar pero no me salió ningún sonido.
Me desmayé.
El arrebato de Siti provocó una gran reacción en cadena que afectó toda la escuela.
En cuestión de minutos, estudiantes en otros salones comenzaron a gritar. Sus frenéticos llantos hacían eco a través de los corredores.
Una niña se desmayó después de haber visto la misma “figura oscura”.
Los maestros y estudiantes de la escuela secundaria nacional Ketereh (SMK Ketereh) en Kelantan se encerraron aterrados dentro de los salones de clase.
Llamaron a curanderos espirituales islámicos para que llevaran a cabo sesiones para rezar en grupo.
Al final de ese día, se determinó que 39 personas habían resultado afectadas por un brote de “histeria colectiva”.
La histeria colectiva, o enfermedad psicogénica de masas, como también se le conoce, es la rápida propagación de síntomas físicos, como hiperventilación entre un grupo sustancial de personas, sin ninguna causa orgánica verosímil.
“Es una respuesta colectiva de estrés que provoca una estimulación excesiva del sistema nervioso“, afirma el sociólogo médico y autor estadounidense Robert Bartholomew.
“Podemos compararlo con un problema de software“.
Los mecanismos detrás de la histeria colectiva a menudo son mal entendidos y no están catalogados en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés).
Pero psiquiatras como el doctor Simon Wessely del Hospital King’s College en Londres lo ven como “una conducta colectiva”.
“Los síntomas que se experimentan son reales: desmayo, palpitaciones, dolor de cabeza, náusea, temblores e incluso convulsiones“, dice.
“A menudo es atribuido a un trastorno médico, pero para el cual no se encuentran explicaciones biomédicas convencionales”.
La transmisión, agrega el experto, “se debe principalmente a factores psicológicos y sociales”.
Brotes como este se han registrado en todo el mundo, con casos que datan incluso de la Edad Media.
Los incidentes en Malasia fueron particularmente prevalentes entre trabajadores de fábricas durante los 1960.
Hoy, estos afectan principalmente a niños en colegios y dormitorios.
Robert Bartholomew pasó décadas investigando el fenómeno en Malasia y llama al país del sureste de Asia “la capital mundial de la histeria colectiva”.
“Es una nación profundamente religiosa y espiritual donde muchas personas, especialmente de los estados rurales y conservadores, creen en los poderes del folclore tradicional y sobrenatural”.
Pero el asunto de la histeria sigue siendo un tema sensible.
En Malasia los casos han involucrado, más que a ningún otro grupo, a las adolescentes de la mayoría étnica musulmana malaya.
“No se puede negar que la histeria colectiva es un fenómeno abrumadoramente femenino” dice Bartholomew.
“Es la única constante en la literatura (académica)”.
Rodeado de exuberantes arrozales, el tranquilo poblado malasio de Padang Lembek está ubicado en las afueras de la capital de Kelantan, Kota Bharu.
Es una pequeña y unida comunidad donde todos se conocen. El tipo de lugar que hace a muchos malasios recordar cómo era su país antes.
Hay restaurantes y salones de belleza administrados por familias, una mezquita y buenas escuelas locales.
Siti y su familia viven en una modesta casa de un piso.
Una vieja motocicleta que comparte con su mejor amiga, Rusydiah Roslan, que vive cerca, está estacionada en el exterior.
“Nos fuimos en la moto la mañana cuando me vi poseída por espíritus“, dice Siti.
Igual que a otros adolescentes, Siti ha sufrido estrés.
Dice que le afectó más durante su último año escolar en 2018, a medida que se acercaban los importantes exámenes.
“Me preparé durante semanas, tratando de memorizar mis notas pero algo estaba mal”, dice.
“Sentí como si nada se me quedara en la cabeza”.
El incidente en el colegio durante el período de estudio en julio dejó a Siri incapaz de dormir o comer apropiadamente.
Tuvo que descansar durante un mes para poder volver a la normalidad.
Un brote de histeria colectiva a menudo comienza con lo que los expertos llaman “un caso índice”, la primera persona que se ve afectada.
En esta historia, esa persona es Siti.
“No ocurre de la noche a la mañana”, afirma Robert Bartholomew.
“Comienza con un niño y después rápidamente se propaga a otros debido a una exposición a un ambiente bajo presión de estrés”.
Y todo lo que se necesita es alcanzar un punto máximo de ansiedad en una situación de grupo, como ver a un compañero de clase que se desmaya o tiene una convulsión, para que se desencadene una reacción en otra persona.
Rusydiah Roslan nunca olvidará haber visto a su mejor amiga en ese estado.
“Siti estaba gritando sin control”, dice.
“Nadie sabía qué hacer. Incluso teníamos miedo de tocarla”.
Las niñas siempre han estado muy unidas pero los eventos del año pasado pusieron presión en su relación.
“Ayuda hablar sobre lo que ocurrió”, dice Rusydiah.
“Nos ha ayudado a seguir adelante”.
Desde el exterior, SMK Ketereh es igual a cualquier otra secundaria de Malasia.
Hay árboles gigantes que dan sombra a las instalaciones y sus muros están recién pintados de gris y amarillo brillante.
Makcik Zan, que administra un puesto de platillos de arroz estaba preparando la comida hace un año cuando escuchó los gritos.
“Los llantos eran ensordecedores”, dice la anciana vendedora.
La mujer vio a al menos nueve niñas que eran sacadas de sus salones pateando y gritando.
Reconoció a algunas de ellas como clientas de su puesto.
“Verlas me rompió el corazón“, afirma.
Después vio a un curandero que entraba a un pequeño cuarto de rezos con sus asistentes.
“Estuvieron allí durante horas”, recuerda.
“Me dan lástima esas niñas por lo que pudieron haber visto ese día”.
Las autoridades reforzaron la seguridad en SMK Ketereh desde el incidente de julio de 2018.
“Para evitar que los brotes se salgan de control hemos reestructurado nuestro programa de seguridad e hicimos cambios en el personal”, le dijo a la BBC un miembro del personal del colegio que prefirió no decir su nombre porque no tenía autorización para hablar con los medios.
Indicó que se han introducido sesiones diarias de rezo y psicología.
“La seguridad es primero pero también le damos importancia a la atención de nuestros estudiantes”.
No dio detalles de lo que pasa en esas sesiones o si están diseñadas por profesionales de salud mental.
Los expertos como Robert Bartholomew abogan con firmeza para que se eduque a los estudiantes sobre el fenómeno, dada su prevalencia en el país.
“Se les debe enseñar por qué ocurre la histeria colectiva y cómo se propaga”, afirma.
“También es importante que aprendan cómo enfrentar el estrés y la ansiedad”.
Funcionarios del ministerio de Educación malasio no respondieron a los pedidos de la BBC para hacer un comentario al respecto.
SMK Ketereh es una de 68 escuelas secundarias en Kelantan.
Pero está lejos de ser la única donde ha habido un brote.
En 2016, la histeria colectiva afectó a muchos colegios en el estado.
“Los funcionarios no podían manejar los múltiples brotes y cerraron todas las escuelas”, dice Firdaus Hassan, un reportero local.
Tanto él como su camarógrafo Chia Chee Lin recuerdan una atmósfera febril ese abril.
“Era una temporada de histeria colectiva y estaban ocurriendo casos sin parar, propagándose de un colegio a otro” afirma Chia.
A figure, supposedly of the apparition, caught on camera by a SMK Pengkalan Chepa 2 student #Hysteria pic.twitter.com/SGUOyR87KC
— Philip Golingai (@PhilipGolingai) April 18, 2016
Un caso en la cercada ciudad de Pengkalan Chepa atrajo bastante atención de los medios.
Se dijo que los estudiantes y maestros estaban “poseídos” después de haber visto “una figura oscura y borrosa” acechando en las instalaciones.
Unas 100 personas resultaron afectadas.
“Una figura, supuestamente una aparición, fue tomada en esta imagen por un estudiante de SMK Pengkalan”, escribió un usuario en Twitter.
Siti Ain, que estudió en SMK Pengkalan Chepa 2, dice que la recuerda como “la escuela más embrujada en toda Malasia”.
“El terror duró horas pero tardó meses para que la vida regresara a la normalidad“, dice la joven que ahora tiene 18 años.
Le mostró a la BBC un lugar escondido cerca de la cancha de baloncesto.
“Aquí es donde comenzó todo”, dice señalando una hilera de tocones de árboles.
“Mis compañeros dijeron que vieron a una anciana parada entre los árboles”.
“Yo no pude ver lo que ellos veían pero sus reacciones eran reales”.
Tradición chamánica
La fascinación de Malasia con los fantasmas se remonta a siglos.
Está arraigada en la tradición chamánica y la mitología folclórica del sureste de Asia.
Los niños crecen escuchando historias sobre infantes muertos llamados “toyol” -inocados por chamanes que usan magia negra- y otros aterradores fantasmas de vampiros como el pontianak y penanggalan, vengativos espíritus femeninos que se alimentan de los vivos.
Los árboles y los cementerios son sitios comunes donde ocurren estas historias.
Son lugares que provocan temores y alimentan las creencias supersticiosas.
Es difícil determinar lo que realmente ocurrió ese día en Pangkalan Chapa 2, pero los funcionarios no perdieron tiempo en enfrentar lo que creyeron era la fuente del problema.
“Observamos desde nuestros salones como los trabajadores llegaron con sierras eléctricas para derribar los árboles”, dice Siti Ain.
“Los viejos árboles eran hermosos y fue triste ver que los talaban pero entendí porqué”.
Igual que muchos estudiantes aquí, la joven no cree que lo que ocurrió ese día fue un brote de histeria colectiva sino un evento sobrenatural.
Pero este no es un fenómeno confiando a los colegios islámicos en áreas profundamente religiosas.
El doctor Azly Rahman, antropólogo malasio basado en Estados Unidos, describió un episodio de histeria colectiva en 1976 en un internado de élite al que él asistió en la vecina ciudad de Kuantan.
“Se desató el caos” durante una competición de canto en el campus cuando una estudiante afirmó que había visto “un monje budista sonriente” en un dormitorio cercano.
“Dejó escapar un grito espeluznante“, recuerda.
Después llegaron curanderos para realizar exorcismos a las 30 niñas afectadas.
A Siti Nurannisaa y su familia se les explicó que el evento del año pasado se debió a histeria colectiva.
“Cualquier padre quedaría herido al ver a su hijo sufrir”, dice Azam Yaacob, el padre de Siti, e insiste en que psicológicamente “no le pasa nada“.
Después del incidente fueron a ver a Zaki Ya, un curandero espiritual con 20 años de experiencia.
En su centro en Ketereh, nos recibe con una cálida sonrisa.
“Apa khabar, ¿Cómo están?”
Se apega a sus enseñanzas del Corán, el libro sagrado del islam, y también cree en el poder de Jinn, los espíritus de la cosmología de Medio Oriente que “aparecen en una variedad de formas”.
“Compartimos nuestro mundo con estos seres que no vemos”, dice.
“Son buenos o malos y pueden ser derrotados por la fe”.
En la esquina junto a una ventana del centro espiritual hay una colección de objetos misteriosos sobre una mesa: cuchillos oxidados, peines, una orbe e incluso un caballo de mar desecado.
“Estos son objetos malditos”, advierte Zaki Ya.
“Por favor no toquen nada”, advierte.
Zaki Ya conoció a Siti y su familia después del brote de 2018 en SMK Ketereh.
“He estado guiando a Siti y ella dice que está mejor con mi ayuda”, afirma orgulloso Zaki Ya.
Me muestra un video de otra niña que “trató”.
Se le ve sacudiéndose salvajemente en el piso y gritando antes de ser sujetada por dos hombres.
Minutos después, Zaki Ya entra el cuarto y se acerca a la niña visiblemente angustiada.
Le sostiene la cabeza y canta versos islámicos.
Y ella parece calmarse.
“Las mujeres son más suaves y físicamente más débiles”, nos dice.
“Eso las hace más susceptibles a la posesión espiritual”.
El curandero dice que entiende que la salud mental juega un papel en muchos de los casos que ve, pero es enfático sobre el poder de Jinn.
“La ciencia es importante pero no puede explicar totalmente lo sobrenatural“, afirma.
“Los no creyentes no entenderán estos ataques hasta que les ocurra a ellos”.
Un enfoque más controvertido es el de un equipo de académicos islámicos en Pahang, el estado más grande en Malasia peninsular.
Con un precio de unos US$2.000, el equipo “antihisteria” que ofrecen consiste de artículos que incluyen ácido fórmico, inhaladores de amoníaco, gas pimienta y “tenazas” de bambú.
“Según el Corán, los espíritus malvados no pueden tolerar estos artículos”, dice el doctor Mahyuddin Ismail, quien desarrolló el equipo con el objetivo de “combinar la ciencia y lo sobrenatural”.
“Nuestros equipos han sido utilizados por dos escuelas y han resuelto más de 100 casos“, dice.
No hay evidencia científica que apoye esas afirmaciones.
El equipo fue muy criticado cuando se dio a conocer en 2016.
El exministro Khairy Jamaluddin lo llamó “la marca de una sociedad retrógrada”.
“Es una superstición absurda que no tiene sentido. Queremos que los malasios sean científicos e innovadores, no que se queden atrincherados en creencias sobrenaturales”.
Pero psicólogos clínicos como Irma Ismail, de la Universidad Putra Malasia, no descartan esas creencias cuando se habla de casos de histeria colectiva.
“La cultura malasia tiene su propia posición frente al fenómeno”, dice.
“Un enfoque más realista es integrar las creencias espirituales con tratamiento de salud mental adecuado”.
Si Malasia es “la capital mundial de la histeria colectiva”, Kelantan, en la costa noreste, es la zona cero.
“No es coincidencia que Kelantan el estado más religiosamente conservador de toda Malasia, es también el más propenso a brotes”, afirma Robert Bartholomew.
Conocido como el núcleo islámico de la mayoría musulmana del país, Kelantan es el único estado gobernado por la oposición conservadora, el Partido Islámico Malasio (PAS).
A diferencia del resto del país, Kelantan sigue el calendario islámico, con la semana laboral que comienza el domingo y termina el jueves, para dejar libre el viernes para los rezos.
“Este es un lado diferente de Malasia”, afirma Ruhaidah Ramil, una energética vendedora de 82 años en el mercado local.
“La vida aquí es simple. No es ajetreada ni estresante como en la capital Kuala Lumpur”.
El académico Afiq Noor sostiene que la implementación más estricta de la ley islámica en la escuela en estados como Kelantan está relacionada con el aumento de los brotes.
“Las niñas musulmanas malayas asisten a la escuela bajo una rígida disciplina religiosa”, dice.
“Observan códigos de vestimenta más estrictos y no pueden escuchar música que no sea islámica”.
La teoría es que un entorno tan restringido podría estar creando más ansiedad.
También se han informado brotes similares en conventos y monasterios católicos en México, Italia y Francia, en escuelas de Kosovo e incluso entre animadoras en una ciudad rural de Carolina del Norte.
Cada caso es único: el contexto cultural es diferente y, por lo tanto, la forma varía.
Pero en última instancia sigue siendo el mismo fenómeno y los investigadores sostienen que el impacto de las culturas estrictas y conservadoras en los afectados por la histeria colectiva es claro.
Para los psicólogos clínicos como Steven Diamond, los “síntomas dolorosos, atemorizantes y vergonzosos” a menudo asociados con la histeria masiva podrían ser “indicativos de una necesidad frustrada de atención”.
“¿Podrían sus síntomas notables decir algo acerca de cómo se sienten realmente por dentro pero no pueden o no quieren permitirse reconocer, sentir o verbalizar conscientemente?” escribió en un artículo de 2002 para Psychology Today.
2019 ha sido un año tranquilo para Siti Nurannisaa.
“He estado bien. Ha sido tranquilo para mí”, dice ella. “Hace meses que no veo cosas malas”.
Ha perdido contacto con gran parte de sus amigos después de graduarse de SMK Ketereh, pero esto no le molesta.
Me dice que siempre ha mantenido un pequeño círculo de amigos.
Ahora está tomando un descanso del estudio antes de ir a la universidad.
El día que nos vemos, ella me muestra un micrófono negro brillante.
“El karaoke siempre ha sido mi pasatiempo favorito”, dice ella.
Las canciones pop de Katy Perry y la diva local Siti Nurhaliza son sus favoritas.
Cantar demostró ser un gran alivio del estrés para la joven durante su terrible experiencia.
Le ayudó a recuperar algo de confianza después del incidente muy traumático.
“El estrés debilita mi cuerpo, pero he estado aprendiendo a manejarlo”, dice ella.
“Mi objetivo es ser normal y feliz”.
En esa nota, le pregunto qué quiere ser en el futuro.
“Una mujer policía”, dice ella. “Son valientes y no le temen a nada“.
Reporteo adicional de Jules Rahman Ong.