Ana Gabriela Rojas / Enviada especial de BBC Mundo a Ecatepec
Una veintena de mujeres y niñas lloran y rezan frente al altar improvisado en medio de una avenida en Ecatepec. El memorial, que surgió de manera colectiva y espontánea, pide justicia para las mujeres que se cree murieron a manos del ahora conocido como “Monstruo de Ecatepec” y su pareja.
“Estoy aquí porque sé que la muerta podría haber sido yo. O mi hija. O cualquiera de nosotras. Aquí nadie está a salvo”, dice a BBC Mundo Rafaela Adame, una de las mujeres que enciende una veladora.
Ecatepec, un municipio conurbado a la Ciudad de México, donde los feminicidios son tristemente frecuentes, se ha conmovido con la noticia de que allí se detuvo la semana pasada al que, de comprobarse sus crímenes, podría ser el mayor asesino serial en la historia de México.
El miedo se siente en el ambiente. Los parques y sus juegos infantiles están desiertos, las miradas que se cruzan en la calle son de desconfianza. Los padres no dejan salir a sus hijos solos.
El presunto feminicida, llamado Juan Carlos, de 38 años, utilizaba a su esposa, Patricia, de 44, como señuelo. Ella era quien invitaba a mujeres jóvenes a su residencia, un cuartucho de servicio en la azotea de una casa azul de dos pisos, en Jardines de Morelos.
Las mujeres iban para comprarles los quesos, la ropa importada o los perfumes que vendían.
Una vez allí, las mataban y las descuartizaban en el baño.
El número de víctimas no está claro aún, pero Juan Carlos confesó haber matado a 20 mujeres, según la fiscalía. De 10 de los crímenes dio detalles minuciosos.
El homicida confeso podría padecer psicosis y su pareja retraso mental, según los análisis psicológicos. Sin embargo los vecinos entrevistados por BBC Mundo los califican como “gente perfectamente normal”.
En un video que se filtró a las redes sociales y a los medios, el hombre dice al perito durante su confesión: “Si salgo voy a seguir matando mujeres”.
“Por el odio que les tengo”, cita entre los motivos. Entre las razones de ese profundo rencor está una ruptura amorosa que lo dañó. “Si yo no soy feliz, nadie lo va a ser“, dice.
También, relata que a los 10 años fue abusado sexualmente por una mujer con quien su madre lo dejaba encargado. Además, su madre tenía relaciones sexuales enfrente de él con hombres distintos a su padre.
Juan Carlos detalla actos atroces que él y su pareja hicieron con sus víctimas. Además, confesó que vendía sus huesos a una persona que no ha sido identificada.
El fiscal Alejandro Gómez aseguró a los medios que tenía que analizar el video, pero que cree que es “una filtración de un traidor” que está haciendo pública evidencia que no debería.
Reconoce que una línea de investigación es que los restos eran vendidos a santeros.
La pareja fue detenida en la esquina de su domicilio, en un barrio de clase media baja, llena de pequeños comercios familiares. Llevaban un cochecito de bebé en el que transportaban restos humanos, dice la fiscalía.
A unos cuantos metros más adelante, está un lote baldío en el que los investigadores encontraron todavía más restos. El sombrío lugar, que despide un olor penetrante y que ha sido precintado por la procuraduría, también ha sido llenado espontáneamente con flores, velas y pancartas que exigen justicia.
Los familiares de tres mujeres desaparecidas este año fueron quienes descubrieron que entre las últimas comunicaciones estaba en común el número telefónico de Patricia, explica la activista Frida Guerrera, que ha seguido el caso muy de cerca.
“Ecatepec se caracteriza por la corrupción. Las autoridades no resuelven los crímenes, especialmente los de mujeres. En este caso, como en muchos, fueron los familiares quienes impulsaron la investigación, que dieron las primeras pistas. Sin ellos los asesinos no hubieran sido capturados”, explica la autora del libro sobre feminicidios “#NiUnaMás”
Con Guerrera coinciden otras activistas: “En Ecatepec y en el Estado de México han desaparecido y han sido asesinadas muchas mujeres. Y no a todas las asesinó esta pareja. Tenemos que seguir pidiendo cuentas para que las autoridades sigan investigando todos los casos”.
Una de las tres mujeres desaparecidas que llevaron a los presuntos culpables, Arlet, de 23 años, vivía en el mismo edificio azul que los acusados. Desapareció el 25 de abril cuando iba por su hijo a la escuela.
Evelyn, de 29 años, madre de dos niños desapareció el 26 de julio. Le dijo a su familia que iba a comprar ropa para su hijo con una señora que vendía ropa americana. Ya no volvió.
Nancy, de 28 años, desapareció con Valentina, su bebé de dos meses, cuando se dirigía a una junta en la escuela de su hija mayor. Según la fiscalía, la bebé fue vendida por la pareja. Después fue recuperada por las autoridades y ahora está al cuidado de su abuela.
Los que eran vecinos de Juan Carlos y Patricia no quieren hablar con los medios. Los pocos que se atreven, reconocen que tienen miedo. De ellos, la mayoría prefiere no dar su nombre.
“Es un alivio que hayan atrapado a estos asesinos, pero sabemos que no son los únicos. Podrían ser solo los chivos expiatorios para que las autoridades digan que están resolviendo los feminicidios, un monstruo de enormes tentáculos”, expresa uno de ellos.
En la planta baja del edificio donde vivía la pareja hay un salón de belleza.
“Nosotros nunca vimos ni oímos nada. Nos enteramos cuando los detuvieron: teníamos como vecinos a unos monstruos y no lo sabíamos“, dice a BBC Mundo Jessenia Cruz, dueña del local.
Ella los conocía muy poco: hacía mes y medio, que abrió su negocio. “Pero parecían muy respetuosos, trabajadores y amigables”, cuenta. Dice que entre ellos eran muy cariñosos y se referían al otro como “mi amor”.
Según los vecinos, en el pequeño cuartucho en el que vivían con 4 hijos y 3 perros, siempre tenía las ventanas tapadas para que no se pudiera mirar el interior.
Juan Carlos y Patricia estaban por mudarse ya que la casera les había pedido que desocuparan.
Según explican los vecinos, desperdiciaban mucha agua, un bien muy escaso en la zona. Cuando limpiaban los desechos de los perros el agua fétida caía a los otros pisos.
“Yo podría haber sido la próxima víctima de la pareja de asesinos”, cuenta todavía consternada a BBC Mundo Carolina (nombre ficticio).
La mujer de 29 años, asegura que Patricia la invitó solo unos días antes de ser detenida a tomar cerveza en su casa, pero que ella les dijo que iría después porque en esos momentos tenía un problema familiar.
“Cuando supe por las noticias me quedé pasmada. Por un lado, sentí un gran alivio por estar viva. Por el otro, un enorme terror de enterarme de lo que han hecho, crímenes innombrables”.
“Ya me quiero largar de aquí”
La gente de Ecatepec repite que la inseguridad en el municipio es terrible.
“Ya no se sabe si las grandes bolsas negras que están por la calle son basura que la gente tiró o restos humanos. Se les conoce como los ‘embolsados“, dice Ishtar García, una de las activistas que organizó una marcha el domingo pasado para pedir justicia por los asesinatos.
Dice que su marido le pide que no haga tanto ruido, que guarde sus fuerzas para cuando ella misma tenga que luchar una batalla, pero que ella no puede. “Alzo la voz ahora porque no quiero que me toque a mí. No quiero ser yo la desaparecida o no volver a ver a una de mis mujeres cercanas”.
Aunque existe una alerta de género en la zona, un mecanismo legal para que las autoridades destinen más recursos a la investigación de los feminicidios, las organizaciones civiles aseguran que los asesinatos y desapariciones no cesan.
Muchos casos no son investigados, aseguran colectivos como Mujeres en Cadena o la Red Andrómeda.
Antonio Soto, que es comerciante, asegura que en Ecatepec ya nadie puede salir a la calle. “A mí me da pavor dejar salir a mi hija porque sé que la pueden matar”, dice.
“Ya me quiero largar de aquí. Y estoy seguro que no soy el único. El estado de derecho se perdió. Aquí no se respeta la vida”, dice.