No es raro ver pasar un Lamborghini frente a una tienda de Louis Vuitton, Hermes o Bugatti en una de las economías más ricas del mundo.
Lo sorprendente es que con toda la riqueza que genera Estados Unidos, aún existan más de 40 millones de personas viviendo en la pobreza.
Y que la desigualdad no baje, aunque a la economía le vaya cada vez mejor.
“Los ingresos del 1% más rico se han duplicado en las últimas tres décadas y media”, le dice a BBC Mundo Mark Price, investigador del Economic Policy Institute, con sede en Washington, DC.
El experto argumenta que la evidencia muestra que los salarios no han aumentado en relación al crecimiento económico.
El salario mínimo (que hoy está en 7,25% la hora) “le permite a un trabajador comprar menos de lo que podía adquirir en 1968 con ese mismo dinero”, agrega.
Su análisis apunta a que la desigualdad de ingresos ha aumentado porque los trabajadores tienen menos poder de negociación a través de sindicatos, dado que las políticas laborales se han vuelto de una u otra manera más hostiles.
A eso se suma, dice Price, que la oferta laboral se está concentrando en menos empleadores y que ciertas compañías del mismo sector hacen acuerdos para mantener los salarios estancados, un fenómeno que los economistas describen como el “poder monopsónico”.
En una línea de investigación similar, el relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, Philip G. Alston, publicó a mediados de este año un informe bastante lapidario en el que afirma que Estados Unidos es el país rico con mayores niveles de desigualdad de ingreso y de riqueza.
“Lo que la desigualdad extrema significa es la transferencia de poder económico y político a un puñado selecto de personas, quienes inevitablemente lo usarán para avanzar sus propios intereses”, dijo Alston.
La desigualdad “se manifiesta en bajos niveles educativos, un sistema de salud inadecuado y la ausencia de protección social para la clase media y los pobres, lo que a su vez limita sus oportunidades económicas e inhibe el crecimiento general”, agregó.
El gobierno de Donald Trump criticó duramente el informe de Naciones Unidas, acusándolo de contener “cifras exageradas”.
La embajadora de Estados Unidos en la ONU en ese entonces, Nikki Haley, dijo que el informe era engañoso y está “motivado por razones políticas”.
También acusó al relator de “desperdiciar” los recursos de la ONU al investigar la pobreza “en el país más rico y libre del mundo” en lugar de centrarse en países donde los gobiernos causan el sufrimiento de su propia población como Burundi o la República Democrática del Congo.
Economistas como Gabriel Zucman, de la Universidad de California en Berkeley, han sumado un ingrediente adicional al debate sobre la desigualdad.
Argumentan que la riqueza global está siendo subestimada drásticamente en las estadísticas oficiales porque los multimillonarios eluden una gran cantidad de impuestos.
Lo hacen principalmente desviando recursos a paraísos fiscales que tienen una carga impositiva sustancialmente menor.
Esa es la razón por la cual los verdaderos niveles de desigualdad “son muy superiores” a lo que se conoce públicamente, argumenta Zucman.
Es la sombra que se esconde detrás de los informes oficiales y que revela un problema aún mucho mayor.
El investigador sostiene que las grandes empresas multinacionales trasladan cerca de la mitad de sus ganancias a paraísos fiscales.
Lo hacen de manera legal, pero ese tipo de artificios financieros genera un impacto negativo en el país de origen para el resto de la población.
Por ejemplo, las grandes empresas estadounidenses reportan más ganancias en Irlanda (uno de los mayores destinos para elusión de impuestos en el mundo) que en China, Japón, Alemania, Francia y México en su conjunto.
También está el caso de las empresas que evaden impuestos fuera de la ley, pero como no tienen un libro de contabilidad que diga “registro de transacciones ilegales”, no se puede cuantificar.
Sin embargo, Zucman y su equipo han estudiado transacciones informadas por el Bank for International Settlements que permiten hacer aproximaciones a la “riqueza escondida en el exterior”.
Por lo pronto estiman que cerca de un 10% de todo el Producto Interno Bruto mundial está perdido en diversos paraísos fiscales.
“Los trabajadores no tienen cómo esconder sus ganancias, están obligados a pagar sus impuestos. Las empresas no”, argumenta Mark Price.