Poner lo femenino en el diván para hablar del rechazo que las propias mujeres expresamos hacia nuestro género o hacia lo femenino, no resulta nada cómodo, sobretodo cuando la sororidad es la bandera que flamea en estas fechas.
Pero resulta interesante y necesario comprender “la misoginia internalizada”, como la llama la psicóloga y psicoanalista chilena Constanza Michelson, esa que, sin que lo queramos, se desliza desde el inconsciente y llega hasta el lenguaje, la mirada, los juicios y las relaciones.
Desde el psicoanálisis, que considera revolucionario, Constanza Michelson se ha convertido en una lectora lúcida de esos procesos.
Es columnista y autora de “50 sombras de Freud, laberintos del amor y el sexo” y “Neurótic@s. Bestiario de locuras y deseos contemporáneos”, libros en los que encara a los lectores con las neurosis de estos tiempos, y se sirve de las enseñanzas de Freud para derribar mitos y sacar caretas.
¿Es importante que las mujeres entendamos nuestra propia misoginia?
La misoginia entre mujeres se puede entender en varios registros.
Desde el punto de vista sociológico acostumbramos a pensar que las mujeres competimos y suele ocurrir que en algún momento, todas nos hemos descubierto diciendo “yo no soy como las otras mujeres”, o queriendo ser premiadas por algún hombre que te diga “tú no eres como las demás”.
¿Cuál es el origen de esta competencia con las otras?
En los tiempos precapitalistas el matrimonio era algo relevante para los hombres, tener una mujer e hijos lo ayudaba económica y socialmente.
Pero para las mujeres, era la única posibilidad de tener un lugar en lo público, ser mujer de alguien era un asunto de vida o muerte.
Para las que no se casaban o querían estudiar, la salida era ser monja, no había otros caminos.
El trabajo de las mujeres fue durante mucho tiempo buscar un marido, y si lo piensas, es brutal.
¿El mandato era competir por el amor de un hombre?
Este punto, que ha dividido a las mujeres, es uno de los grandes temas que hoy está en cuestión y es uno de los contenidos del paro internacional del 8 de marzo: el amor romántico.
Y por supuesto que competir por un hombre y ser la elegida es lo que estaba en el imaginario. Ser la única, ser la más bonita, no ser cualquiera. Esto sigue presente incluso en sociedades ya liberales.
¿Y hoy, en pleno capitalismo caníbal, dónde nos situamos?
Los hombres rápidamente encuentran otros destinos, pero las mujeres nos demoramos más, seguimos siendo esposas hasta hace no tantas décadas, por eso se da una asimetría.
Para ellos dejó de ser tan relevante el tener mujer e hijos, porque hoy el estatus de la masculinidad podría estar en el éxito en el trabajo o en ser muy sexual.
Las mujeres también observan ese camino, pero se ha abierto hace mucho menos tiempo.
¿Es por eso que en esta nueva ola feminista se ha buscado un término que nos hermana?
Hubo que acentuar una palabra, sororidad, para decir ¡hey! tenemos que estar juntas, dejar de estar divididas, incentivar algo que no se nos ha dado de manera tan orgánica y resistirnos a ese argumento que dice que por naturaleza somos envidiosas, porque hay razones sociológicas que lo ameritan.
Hemos sido lanzadas a competir, en la medida en que no hemos tenido otras posibilidades.
¿Por qué seguimos descalificándonos con las categorías más burdas: la puta, la tonta, la trepa?
Las posiciones femeninas están escritas desde la cultura, son formas de administrar el cuerpo de la mujer y tienen que ver con la reproducción. La mala mujer es la puta, con esa manera de ejercer la sexualidad, que se castiga. Hasta hace poco el día de la mujer tenía el imaginario del día de la madre, regalar una florcita, en esta idea casi religiosa en torno a la buena mujer. Nosotras no estamos ajenas a eso y reproducimos lo que está escrito, hasta que llega una oleada revolucionaria donde se cuestiona y en la que decimos: ¡vamos a escribir esto de otra manera!
Y la etiqueta de la mujer tonta o de la trepa, ¿de dónde viene?
Son metáforas de lo mismo. La trepa es la puta, siempre. Tiene que ver con la relación de la mujer con el dinero, que es tan poco fluida. En los suplementos femeninos se habla de todo menos de la jubilación. A muchas mujeres les resulta difícil pedir un aumento, porque hay una asociación atávica. La mujer buena es la madre, y la madre hace las cosas por amor, no por ganar algo. La tonta viene de la denigración de decir que servimos para lo doméstico, para lo sexual, no para lo público, no para los grandes asuntos de la ciudadanía. La trampa es seguir atrapadas en el cuerpo.
¿Cómo vivimos la relación con el cuerpo?
Hemos internalizado el ojo masculino. El lugar del amor es ser miradas por otros, más que ser dueñas de la mirada. No tenemos el poder, tenemos que seducirlo. La antropóloga feminista, Rita Segato, dice que este ojo pone al cuerpo en primer plano y es rapiña: tengo un rollo, la pechuga caída, la arruga. Ese ojo nos traiciona. Nos miramos por presa, de manera fetichista. La industria de la belleza y la cosmética te ofrece cuidados desde la punta del pie hasta el pelo, cada partecita. Es el drama de las mujeres, por eso invertimos tanto tiempo y dinero en el cuerpo.
¿Qué pasaría si nos “dejáramos estar”?
Eso ya te está diciendo que uno debiera trabajar sobre su cuerpo siempre, imagínate qué agotador y qué culpa si uno no lo hace. Así de fuerte es la trampa. Empezar a ser consciente permite que te relaciones con el cuerpo de otra manera, ni trabajarlo, ni dejarse estar, que se llame de otra forma. Resignificar la arruga, la piel.
¿Amarla?
Ni amarla ni odiarla, trivializarla tal vez. Mujer quiérete, quiere tu cuerpo, es otra vuelta de la moneda. Suena bien, pero seguimos atadas. Es el discurso del wellness pasado por el cedazo feminista, revuelto con un poco de discurso de la salud. No podemos echarle la culpa al patriarcado. Ya no está el ojo masculino, sino el de la ciencia. Es un nuevo vigilante. Te liberas de un amo, pero las nuevas esclavitudes son sin amo. Son auto-esclavitudes.
Y desde el punto de vista psicoanalítico, ¿cómo aparece la misoginia?
El gran descubrimiento freudiano es que el primer amor para todo niño y niña es la madre o quien cumple ese rol. Representa el mundo de los afectos, pero también una gran invasión, es un ser gigantesco de mucha potencia: las palabras de la madre, la mirada o la no mirada de la madre. Nuestra primera posición es la pasividad en sus manos. El segundo paso es salir de ahí y es un gran duelo, siempre salgo como un cachorro desamparado. Pero, también implica cierta autonomía frente a lo invasivo, a la excesiva seguridad. Dejar ese primer amor es una mezcolanza de libertad y miedo.
¿Y cómo salimos las mujeres, con libertad o con miedo?
A nosotras nos permite conectar con el desamparo, expresar el miedo, la insatisfacción, quejarnos por amor, y generalmente decimos que no nos quisieron tanto, una busca el amor que no tuvo. El masculino tiene que salir bajo un semblante de fuerza, de potencia, no alcanza a expresar que también sale con miedo. Lo hace sin queja, no hay una narrativa que describa el dolor para el hombre, cuando está privado del amor.
¿Es ese el origen de la misoginia masculina?
Todo lo que le recuerde su propia vulnerabilidad es rechazado, lo femenino es defectuoso, se queja, tiene alguna falla, algo hizo. Y este discurso del “algo hizo” también se repite en las mujeres, como si la verdad del ser humano tuviera que ser lo masculino para todos. El discurso del tú puedes, es el de la potencia. Lo brillante, lo fálico, lo interesante, va a estar puesto en ese ser a quien no le falta nada, que no se queja. Y todos miramos para allá. La vulnerabilidad se reprime, se patologiza. ¡Ah!, ¿está sufriendo?, ¡algo habrá hecho!
Le pegaron, la engañaron, abusaron, ¿algo habrá hecho?
Y ahí entra el #metoo, el yo te creo que es tan importante, porque es remar en contra de esta idea de que a las mujeres no hay que creerles, porque algo habrán hecho, siempre tienen una culpa respecto de la cual se quejan. Todos las hemos rechazado: los hombres, los homosexuales y las propias mujeres, porque la cultura está en contra de esta verdad humana que es la vulnerabilidad. Aún se ejerce mucha violencia hacia ellas y la violencia es un atributo de lo masculino. Una chica trans no binaria decía que ellas tienen más herramientas para defenderse en una violación, porque a las mujeres biológicas se nos enseñó que no tenemos derecho a la violencia y una mujer trans, si ha tenido otra crianza, saca el cuchillo y se defiende, las mujeres no. Por eso las batallas, necesitamos otros referentes, nuevos discursos.
¿Cómo nos afecta vivir con este rechazo?
Desde el punto de vista consciente, ni tu ni yo odiamos a las mujeres, pero lo inconsciente aparece detrás de los ojos, en frases pequeñas. Cuando digo, igual fue culpa de ella o cuando uno a sí misma se trata con el ojo rapiña del ¡estoy demasiado gorda! todo eso es ir en contra del aspecto femenino, de lo femenino como verdad para todos los seres humanos.
¿Por qué cuesta liberarse?
Que la liberación se convierta en una estética y un mandato, también es misoginia. Es la trampa permanente: no seas débil, deja al marido. Cuando uno supone que esa libertad va en contra de la idea de que somos seres dependientes, de que somos vulnerables, ahí, otra vez, opera lo inconsciente.
¿Cuánto hay que escarbar entonces para sacar estos patrones inconscientes?
Uno puede hacerse más consciente y buscar herramientas políticas para pelear y eso está ocurriendo. Como lo que pasó en las tomas feministas del año pasado en Chile, en las que no hubo una dirigente, no existió la Che Guevara de la toma. Eso es femenino, no porque fueran mujeres, sino porque iba en contra de los emblemas de lo masculino: el líder, eh héroe que salva a la masa. Por otra parte, la consigna de este 8 de marzo es contra la precarización de la vida y demuestra que estamos pensando en algo mucho más grande que el cuerpo. En un mundo en que las cosas no calzan y nuestra reivindicación no es solo para nosotras, es para todos.