La sede principal de la poderosa iglesia La Luz del Mundo está en México, pero Los Ángeles es el epicentro del escándalo que la rodea.
Horas después del arresto de su líder religioso, Naasón Joaquín García, en el aeropuerto de la ciudad estadounidense el pasado 3 de junio, cientos de miles de feligreses fueron convocados a los templos para mantener un rezo continuo de día y noche.
“La gente no conoce lo que es un hombre de Dios”, pronunciaba el “hermano” que oficiaba la misa el miércoles en la imponente iglesia del este de Los Ángeles, el barrio latino de la ciudad. A sus palabras le seguían sollozos y llantos agonizantes de decenas de mujeres que vestían faldas largas y se cubrían el pelo con velos.
García, quien se hace llamar “El Apóstol” y cuya iglesia afirma tener unos 7 millones de seguidores en el mundo, fue arrestado junto a dos mujeres asociadas con la organización religiosa.
La fiscalía del estado de California acusó a García de 26 delitos graves, que incluyen pornografía infantil, abuso sexual contra menores, tráfico y trata de personas.
El escándalo ha provocado que la iglesia y muchos de sus seguidores defiendan la inocencia de García, pero también ha desembocado en quejas y denuncias en foros de internet de personas que abandonaron el que califican como “culto” religioso.
BBC Mundo conversó con una joven estadounidense de 23 años que decidió abandonar la iglesia hace dos años tras haber sufrido trauma psicológico, según afirma.
El testimonio que Teresa (nombre ficticio) comparte a continuación se mantiene anónimo por temor a sufrir represalias por parte de su familia.
Mi familia ha tenido esta religión desde los tiempos de mis abuelos, así que está muy metida en mis raíces.
Mis padres son de origen mexicano pero se conocieron en Estados Unidos y se casaron dentro de la iglesia.
Me enseñaron a asistir a al menos una de las misas que organizan a diario, aunque mientras fuese a más mejor porque, según la religión, el sirviente de Dios todavía está con vida y debemos agradecer por eso. Sentía que debía rezar por él porque me salvaba cada mañana.
Desde los 5 años era obligatorio para las niñas usar vestidos o faldas holgadas que no delinearan el cuerpo y llegaran hasta los tobillos, pues la religión dice que el cuerpo es un templo y debe honrarse y respetarse.
Crecí teniendo como referencia a Samuel, el padre de Naasón y quien era el anterior apóstol. Me sentía muy conectada con él. Recuerdo que sentía ganas de llorar porque estaba muy feliz de tenerlo en mi vida. Sabía lo importante que era,porque mis padres me habían enseñado que él era más importante que ellos.
Cuando era niña, sentía la urgencia de ayudar en la casa del pastor, aunque al final no lo hice por no tener edad suficiente. La iglesia quería que las mujeres más entregadas y puras sirvieran la mesa cuando había cenas especiales en su residencia.
Si alguna vez escuchaba algo negativo sobre la iglesia, tenía que interrumpir a la persona o irme. Creía que el diablo estaba utilizando a las personas y sentía que estaban perdidas en el mundo.
Mientras crecía, sentía que estaba en un mundo diferente al resto de la gente. Nos decían que éramos luz y que no debíamos mezclarnos con la oscuridad, manifestada en cualquier persona que no fuese parte de la iglesia.
Mis padres no me permitían asistir a ninguna actividad de la escuela ni me dejaban ir a fiestas de cumpleaños de compañeros de clase o a fiestas de pijamas.
La iglesia dice que nada es obligado, pero sentía mucha culpa al querer usar maquillaje, bailar o escuchar música. Nos enseñaron que la carne no debía jubilarse y que debíamos luchar contra las urgencias de nuestro cuerpo.
A los 14 años me presenté oficialmente ante la iglesia con una ceremonia de bautizo y otra de “avivamiento” para recibir al Espíritu Santo, porque solo así iría al cielo. Si me oponía a hacerlo, mis padres se sentirían culpables porque mi decisión significaría que no me habían criado bien.
Mientras veía a otros llorando movidos por la ceremonia, no sentí emoción durante mi bautizo. Y ahí fue cuando la culpa y la vergüenza empezaron a invadirme.
Tres años después, me aterrorizó la muerte del “apóstol” Samuel porque nunca se nos dijo en la iglesia qué iba a pasar cuando falleciera.
Mi familia y yo fuimos a México para participar en sus honras fúnebres. Recuerdo estar rezando sin parar en el avión, pensando que si Dios me quitaba la vida iba a ser bueno porque me había bautizado y había sido una buena cristiana.
Estando en México y días después de la muerte de Samuel, la iglesia reveló que Naasón sería el próximo líder.
Al escuchar su nombre, no sentí felicidad ni alivio. Veía cómo otros lo honraban y se regocijaban llorando, mientras que yo fingía el llanto.
Era imposible cuestionar las cosas de la iglesia, así que fui muy cautelosa cuando les hacía preguntas a mis padres, porque no quería que pensaran que vivían con el enemigo.
Les pregunté qué pasaba si no sentía nada por Naasón y me decían que rezara más fuerte y que le pidiera a Dios con un corazón sincero que me hiciera sentir amor por el líder.
Mientras tanto, sentía que el diablo me usaba porque quería relacionarme más con personas fuera de la iglesia.
Una de las cosas que me daba más vergüenza era sentir deseos sexuales o atracción hacia alguien.
Tenía una presión enorme de ser virgen porque, si no lo eres, no puedes usar un vestido blanco en tu casamiento y te expones a la vergüenza de que todos se enteren.
En las reglas de la iglesia, si te gusta alguien de la misma religión, debes hablar primero con el pastor para luego iniciar tres meses de citas y después casarte. Algunos lo hacen a los 14 años, si tienen el permiso de sus padres.
Pero si alguna de las dos partes no quiere casarse, entonces esa persona deberá quedarse soltera por el resto de su vida y será incluida en el grupo de “las solas” o “los solos”. El que sí quería hacerlo también es castigado y puesto a prueba temporalmente.
Sabía que quería tener sexo, pero no quería hacerlo con alguien de la iglesia para no tener que casarme, así que terminé relacionándome con alguien de afuera.
Mis padres se enteraron porque decían que me veía diferente. Sentía tanta culpa que les conté y me pidieron que hablara con el pastor de mi iglesia local.
Me incomodó contarle mi vida sexual,pero al final lo hice y le dije que me sentía avergonzada.
Me dijo que me pondrían por cuatro meses en el grupo de “las solas”, me sacarían del coro y que debía ir a la iglesia cada día a pedir perdón, pues mi alma estaba en peligro.
La primera semana que fui a la iglesia cada mañana me sentí exhausta. Me preguntaba por qué me sentía tan culpable por algo que era natural.
Me sentí humillada cuando perdí la virginidad porque decepcioné a mis padres y recibí un castigo.
Estando castigada, pensé que ya no quería más estar en la iglesia y ahí fue cuando comencé a hacer cosas a espaldas de mis padres y a hablar con personas de otras religiones.
Conocí a una amiga católica a la que le compartí mis sentimientos de culpa y vergüenza y ella respondió diciéndome que sentía lo mismo.
Hablamos sobre no estar de acuerdo con ciertas cosas y que eso no nos hacía locas.
Pero las enseñanzas de mi religión me asaltaban y me sentía muy mal por estar teniendo estas conversaciones, hasta el punto de que sufría ataques de pánico.
Empecé a tener miedo de quedarme dormida porque pensaba que, si moría durante el sueño, me iría al infierno.
La primera vez que entré en pánico pensé que moriría y mis padres me llevaron a la sala de urgencias, pero afortunadamente mi corazón estaba sano. Los médicos dijeron que quizá la cafeína me estaba afectando, pero yo sentía que era la iglesia.
Les confesé a mis padres hace unos dos años que ya no quería asistir más a la iglesia. Se les rompió el corazón y comenzaron a llorar.
Estaba molesta con ellos al principio porque sentía que condicionaron mi forma de pensar y la manera en que veía el mundo.
Pero luego entendí que ellos me han dado todo y que esta religión los ancla a algún tipo de esperanza de regocijo en el cielo.
Nuestra relación no es la mejor y es complicado porque aún vivo con ellos. Pero soy una de las afortunadas que siente que la conexión con su familia no está perdida por completo.
Pienso que es un culto y muchos se han quedado solos al decidir abandonarlo.
Cuando supe de la noticia del arresto de Naasón, me sorprendió que las personas se acercaran a las autoridades para denunciar a alguien con tanto poder y admirado por millones de personas.
Me alegra porque están siendo valientes. Pero me preocupa que se ataque a gente común de la iglesia, especialmente a niños. Hay que dejarlos fuera de esto.
Yo todavía sufro de trauma psicológico y he buscado ayuda profesional para manejarlo.
Sabía que era arriesgado abandonar la iglesia, pero las cosas han mejorado para mí.