Analiza las líneas con las que comienza el tema The Internet is for Porn, una canción que cantan los personajes del musical de Broadway Avenue Q.
-Kate Monster: “¡Internet es verdaderamente genial”
-Trekkie Monster: “¡Para la pornografía!”
-Kate Monster: “Tengo una conexión veloz, así que no tuve que esperar”.
-Trekkie Monster: “Por la pornografía!”
-Kate Monster, la inocente maestra de jardín, está intentando celebrar lo útil que es internet para hacer compras y mandar felicitaciones de cumpleaños.
Mientras tanto, su gruñón vecino Trekkie Monster insiste en que la gente lo que más valora de internet es su uso para actividades más íntimas.
¿Tiene razón lestos personajes? Un poco… pero no del todo.
Estadísticas creíbles sugieren que aproximadamente una de cada siete búsquedas en la web está relacionada con pornografía. Esto no es insignificante pero, por supuesto, significa que seis de cada siete búsquedas no lo están.
El sitio web de pornografía más visitado del mundo, Pornhub, es casi tan popular como Netflix y LinkedIn.
Aunque esto significa que su popularidad es grande, apenas se ubica en el puesto 28 de los más visitados, según constaté.
Pero el musical Avenue Q se hizo por primera vez en 2003 (hace una era, en términos de internet) y puede que Trekkie Monster haya tenido más razón en ese entonces.
A menudo, las nuevas tecnologías tienden a ser caras y poco confiables. Necesitan encontrar un nicho de mercado entre usuarios innovadores, cuyos hábitos ayuden al desarrollo de estas tecnologías.
Una vez que son más baratas y confiables, pueden encontrar un mercado más grande y una gama de usos mucho más amplia.
Existe la teoría de que la pornografía desempeñó este papel en el desarrollo de internet y toda una gama de otras tecnologías.
Desde los albores del arte, el sexo siempre ha sido uno de sus temas. Los pintores de cuevas prehistóricas grababan nalgas, pechos, vulvas y penes cómicamente grandes.
Las tallas de parejas teniendo sexo se remontan al menos a 11.000 años, a los pastores de cabras en Judea.
Hace unos 4.000 años, un artista mesopotámico elaboró amorosamente una placa de terracota que mostraba a un hombre y una mujer teniendo relaciones sexuales, mientras esta última bebía cerveza con una pajita.
Un par de milenios después, los moche del norte de Perú representaron el coito a través de la cerámica. Mientras tanto, el Karma Sutra de India data de aproximadamente el mismo tiempo.
Pero solo porque la gente usara las artes y las manualidades para representar el mundo erótico, no significa que fuera la fuerza impulsora detrás de estas técnicas. No hay razón para pensar que lo fuera.
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Pensemos en la imprenta de Gutenberg. Aunque ciertamente gracias a ella se imprimieron libros emocionantes, el principal mercado para el material de lectura era el religioso.
Un candidato más plausible, saltando hacia el siglo XIX, es la fotografía.
Los estudios pioneros en París hicieron buen negocio en los llamados “estudios de arte”, un eufemismo que las autoridades no siempre aceptaron.
Los clientes estaban dispuestos a pagar lo suficiente para financiar la tecnología: durante un tiempo costaba más comprar una fotografía erótica que contratar a una prostituta.
La palabra “pornografía” deriva de los términos griegos “escribir” y “prostitutas”.
Cuando llegó el siguiente gran avance tecnológico en la expresión artística, la imagen en movimiento, esta palabra había adquirido su significado moderno.
Pero el porno en realidad no impulsó la industria del cine, por razones obvias.
Las películas eran caras. Se necesitaba una gran audiencia para recuperar los costos. Eso requería mostrar las películas en público.
Y si bien muchas personas pagaban por mirar fotos pornográficas en la privacidad de su hogar, no eran tantas las que se sentían cómodas viendo una película para adultos en un cine público.
Una solución llegó en la década de 1960 con las cabinas eróticas, un espacio cerrado donde se podía ver una película tras colocar monedas en una ranura. Una de estas cabinas podía recoger varios miles de dólares a la semana.
Pero el verdadero avance en la privacidad se produjo gracias a la grabadora de videocasetes (VCR).
En su libro The Erotic Engine (el motor erótico), el escritor Patchen Barss sostiene que el VCR llevó a que la pornografía “se convirtiera en una potencia económica y tecnológica”.
Al principio, los VCR eran difíciles de vender: eran caros y venían en dos formatos incompatibles: VHS y Betamax.
¿Quién iba a arriesgarse a dilapidar una cantidad significativa de dinero en efectivo en un dispositivo que pronto podría quedar obsoleto? Precisamente aquellos que realmente querían ver películas para adultos desde su casa.
A fines de la década de 1970, la mayoría de las ventas de cintas de video eran pornográficas.
En unos pocos años, la tecnología era más asequible para las personas que querían ver películas familiares, y a medida que este mercado se expandía, la parte relacionada con el porno disminuía.
Algo similar sucedió con la televisión por cable e internet.
Los lectores más antiguos recordarán que conectarse a internet significaba persuadir a un módem de acceso telefónico a establecer una conexión, y luego preocuparse por los cargos telefónicos, ya que era lento descargar archivos que hoy en día se obtienen en un abrir y cerrar de ojos.
¿Qué motivaría a una persona común a perseverar? Lo has adivinado.
Un estudio de los años 90 en grupos de discusión de Usenet sugirió que cinco de cada seis imágenes compartidas eran pornográficas.
Unos años más tarde, una investigación en salas de chat de internet mostró una proporción similar de actividad dedicada al sexo.
Así que, en esa época, el análisis de Trekkie Monster no habría estado muy equivocado. Así como sugiere a Kate Monster, el apetito por la pornografía ayudó a impulsar la demanda por conexiones más rápidas: mejores módems y mayor ancho de banda.
Esto también estimuló la innovación en otras áreas.
Los proveedores de pornografía en línea fueron pioneros en tecnologías webcomo la compresión de archivos de video y los sistemas de pago fáciles de usar, así como en modelos de negocios como los programas de marketing de afiliados.
Todas estas ideas siguieron encontrando usos mucho más amplios. Y a medida que internet se expandió, gradualmente se convirtió en algo menos para el porno y más para todas esas otras cosas.
Hoy en día, internet está dificultando la vida de los pornógrafos profesionales.
Así como es difícil vender una suscripción a un periódico o un video musical cuando hay tanta disponibilidad gratuita en línea, es difícil vender pornografía cuando sitios como Pornhub la regalan.
Gran parte de esta pornografía gratuita está pirateada y es una ardua lucha conseguir que se elimine el contenido cargado ilegalmente, como lo describe Jon Ronson en su serie de podcasts The Butterfly Effect (El efecto mariposa).
Un nicho emergente es la producción de pornografía “personalizada” para clientes como el hombre que pagó a la estrella del porno Casey Calvert y a otros, para que destruyeran con desprecio su colección de sellos frente a una cámara.
Pero, por supuesto, lo que es malo para los creadores de contenido es bueno para las plataformas agregadoras, que ganan su dinero a través de la publicidad y las suscripciones premium.
El gran actor en el porno en este momento es una compañía llamada Mindgeek, que es dueña de Pornhub y varios otros sitios web de pornografía.
Su dominio absoluto del mercado es un problema, según la profesora Marina Adshade, de la Escuela de Economía de Vancouver, en Canadá, autora de “Dólares y Sexo: cómo la economía influye en el sexo y el amor.”
“Tener un solo comprador ha presionado a los productores para que bajen el precio de sus películas”, dice.
“Esto no solo ha reducido las ganancias de los pornógrafos, sino que ha cambiado radicalmente el trabajo de los actores pornográficos, que ahora están bajo una mayor presión para realizar actos que podrían haber rechazado en el pasado, y a un precio menor”.
En el musical Avenue Q, pareciera que Trekkie Monster no hace nada más que buscar porno en internet, por lo que los otros personajes se sorprenden cuando revela que es multimillonario.
¿Su explicación? “En un mercado volátil, solo existe una inversión estable … ¡el porno!”
Y, una vez más, Trekkie Monster está casi en lo cierto, pero no del todo. Por supuesto, hay dinero en el porno.
Pero la mejor manera de hacerlo quizás es invertir en las tecnologías que lo habilitan y a las que este habilita.
En el pasado, se trataba de los estudios fotográficos parisinos o empresas que hacían VCR o módems de alta velocidad, lo cual hoy se traduce en los algoritmos de Mindgeek que te sugieren contenido y te mantienen con los ojos pegados a las pantallas.
¿Y qué dirá Trekkie Monster en el futuro? Quizás, “Los robots son para el porno”.
Es poco probable que el papel del sexo en un mundo de tecnología acelerada haya llegado a su fin.