Hace menos de 60 años, el concepto mismo de maltrato de menores perpetrado por los padres no existía, hasta que el doctor Henry Kempe informó esto:
Fue un momento que cambió para siempre la vida de niños en todo el mundo.
En 1962 un doctor estadounidense publicó un artículo describiendo lo que llamó “el síndrome del niño maltratado”, uno que -según dijo- el mundo médico había estado ignorando rutinariamente durante años.
“Potencialmente, todos podemos golpear a nuestros hijos y todos nos enojamos con nuestros bebés de tanto en tanto…”, dijo el doctor Henry Kempe.
Sus palabras siguen siendo difíciles de escuchar décadas más tarde pero más lo fue a finales de los años 50 y principios de los 60, cuando el concepto de abuso de menores sencillamente no existía.
Por eso, el verano en el que Kempe publicó su estudio con el deliberadamente provocativo título de “El niño maltratado” causó conmoción.
“Acuñé el término ‘síndrome del niño maltratado’ simplemente como un mecanismo para llamar la atención a una condición que los doctores no diagnosticaban y para la que siempre tenían otras explicaciones -como huesos de cristal (osteogénesis imperfecta) o, en el caso de retraso de crecimiento, unas 300 causas, cuando de hecho lo que estaba ocurriendo era que el bebé no estaba siendo alimentado-“, explicó el médico en un programa de la BBC de los años 70.
Kempe contó que cuando era jefe de pediatría en el hospital general de Colorado le desconcertaban la cantidad de lesiones sin explicación con que llegaban los niños.
“Algunos venían con magulladuras, fracturas o quemaduras que claramente eran de cigarrillos pero los padres decían que se había quemado con el agua de la tina”, cuenta Annie Kempe, la hija del doctor Kempe y su biógrafa.
“A veces era más grave”.
Las lesiones que el doctor veía “no podían explicarse con las historias que los padres relataban”.
Pero los médicos sólo contaban con esas historias para entender qué había pasado, así que a muchos les parecía que éstas efectivamente coincidían con los síntomas.
“Probablemente la gente se negaba a creer que los padres podían maltratarasí a sus hijos”, señala Annie Kempe.
“Creo que muchos profesionales de la salud se sentían incómodos pero no sabían qué hacer o cómo llamarlo. Además, no había sistemas establecidos para lidiar con el abuso de menores así que pienso que en parte los doctores se sentían un poco superados ante el problema”.
El doctor Kempe organizó reuniones semanales para evaluar los rayos X de los niños menores de 4 años que estuvieran en sus salas en el hospital. Esa tecnología relativamente nueva le ayudó a confirmar sus sospechas.
“Hasta los rayos X no había forma de saber qué le había pasado exactamente a un niño, especialmente en casos que incluían fracturas antiguas”.
“Las placas le dieron pie a hablar con padres y con otros doctores sobre lo que estaba viendo, y para discutir casos, especialmente cuando la historia que mostraban los rayos X no coincidía con los cuentos que le contaban”.
Para 1961 ya tenía suficiente evidencia para ofrecer una conferencia en la Academia Americana de Pediatría de Estados Unidos sobre el tema.
Al terminar, cuenta su hija, “algunos pediatras estaban agradecidos pues les había dado una etiqueta para conectar lesiones sinsentido; otros pensaban que su reacción era desmesurada”.
“Una persona se le acercó después de su conferencia y le dijo:
– ‘Yo nunca he visto un caso de maltrato de niños’
– ‘Sí lo has visto, pero no te diste cuenta‘, le contestó mi padre”.
El doctor Kempe dedicó el resto de su vida a investigar y prevenir el abuso de menores.
Desde el principio, su intención era rehabilitar a los padres con terapias y tratar hasta donde fuera posible de mantener las familias juntas.
“La mayoría de los padres con los que nosotros tratamos fueron desfavorecidos maternalmente y están casados con alguien similar. A menudo fueron golpeados cuando eran pequeños o criados de una forma poco compasiva por personas que no parecían poder demostrar afecto“, le dijo el médico a la BBC en ese entonces.
“Él realmente entendía lo que era ser padre y sabía que no estaba permitido decir ‘estoy abrumado, necesito ayuda’, explica su hija.
“Los padres hacían lo mejor que podían, con las capacidades con las que contaban y éstas a veces no eran ideales, pero amaban a sus hijos, aunque abusaban de ellos. Ese era un concepto difícil de entender”.
En los años 70, empezaron a surgir centros de terapia de familia no sólo en Estados Unidos, que ayudaban a madres en dificultades, como esta británica:
“Era un bebé miserable. Cuando tenía 3 meses traté de sofocarlo. Le había dado de comer, le cambié el pañal, lo cargué y no paraba de gritar, así que lo volteé y puse su cabeza contra el colchón y traté de asfixiarlo”.
El doctor Kempe pronto entendió que era tan importante detectar señales de vulnerabilidad en los padres como signos de maltrato en los niños.
“Una vez describió a una madre que llevó a su hijo al hospital seis veces porque tenía fiebre y vómito. Le dijeron que su bebé estaba bien y quedó registrada en las notas médicas como ‘madre ansiosa’. La siguiente vez que un médico vio al bebé fue porque tenía una fractura en el cráneo“, recuerda Annie Kempe.
“Para mi padre, ella había estado pidiendo auxilio en las visitas previas pero los doctores no supieron leer las señales. Desde su punto de vista, ella estaba llevándose al hospital a sí misma, no a su bebé”.
El equipo de Kempe empezó a analizar el comportamiento de los padres en el momento mismo del nacimiento y el período inmediatamente después.
Increíblemente, encontraron que con sólo hablar y observar podían predecir con alto grado de certeza qué familias tendrían dificultades.
“En un grupo de 150 padres en nuestro hospital podíamos ciertamente predecir dificultades en la crianza de los niños, que incluye abuso, al 87% de certitud“, declaró el doctor Kempe.
Pronto se convirtió en el experto mundial en abuso de menores y empezó a educar a profesionales de la salud.
“Hemos visto la misma distribución exacta entre todas las clases de la sociedad, desde abogados, médicos y jueces; hasta los más pobres”, decía.
“No se trata de un momento de rabia. En general, necesitas padres golpeadores, niños que ellos consideran que merecen ser golpeados -por ser malo, malévolo, travieso, lento, exigente- y una crisis“.
Padres como este británico que fue enviado a prisión tras atacar a su niño y dejarlo parcialmente paralizado.
“Willy (su hijo) era diferente desde el principio: siempre estaba muy enojado“, dijo de su hijo en un documental de la BBC en los años 70 sobre su intento de convencer a las autoridades de que se lo devolvieran.
“Fue solo una vez, él nunca había hecho algo así“, declaró la madre del niño sobre su compañero.
Pero, ¿no se enojó con él por hacerle eso a su hijo? le preguntaron.
“No, yo lo entendí… el niño debió haber hecho algo… fue culpa de Willy“.
Nunca recuperaron a su hijo.
La idea de que el Estado pudiera llevarse a tu hijo fue controvertida en aquel momento.
Algunos se mostraban escépticos ante la idea de que hubiera una diferencia entre la disciplina estricta y la crueldad.
Otros sentían que los hijos eran pertenencia de su familia y que el Estado no tenía ningún papel en su crianza.
No obstante, el doctor Kempe sentía que en casos extremos, separarlos de sus familias era la única opción.
“Una vez fue a los tribunales a pedir que se llevaran a un niño que había sido víctima de varios ataques. Pero el juez era pro-familia y se negó, señalando que los padres estaban arrepentidos y que iban a tomar clases para ser mejores padres”.
“Mi padre replicó: ‘Temo que si manda a este niño a casa, la próxima vez que lo veamos estará muerto‘”.
“Pocos meses después, el niño fue readmitido en el hospital con hematoma subdural y convulsiones, y murió”.
“Recuerdo claramente cuando (mi padre) regresó a casa ese día y dijo: ‘Estos son los casos en los que odio tener razón‘”.
Su investigación mostró además el impacto que el abuso de menores se extendía mucho más allá de las cicatrices físicas.
“Por supuesto que la violencia puede matar a niños -declaró el doctor Kempe-, y un niño muerto no se va a desarrollar. Pero también sabemos que el efecto de la violencia en el desarrollo de los niños cuando las lesiones no son tan graves pueden ser devastadoras“.
“Característicamente estos niños, que no tienen lesiones cerebrales y cuya inteligencia es normal, fracasan en el colegio, pues no saben escribir, leer o comunicarse. Aprendieron desde una edad temprana que la comunicación es peligrosa. Llamar la atención es peligroso. Por eso tratan de evadir miradas, tratan de volverse invisibles y, de hecho, quedan emocionalmente atrofiados de por vida”.
Henry Kempe murió en 1984 pero el Centro Kempe en Estados Unidos continúa creciendo y acaba de lanzar el programa Endcan, que se propone acabar con el abuso de menores en esta generación.