Quizás no te hayas dado cuenta, pero estamos viviendo en una edad de oro intelectual.
Desde que se inventó el examen de inteligencia hace más de 100 años, nuestros puntajes de cociente intelectual (CI) han aumentado constantemente. Incluso la persona promedio de hoy en día habría sido considerada un genio en comparación con una persona nacida en 1919.
A este fenómeno se le llama el efecto Flynn, y quizás es hora de que lo disfrutemos mientras dure.
La evidencia más reciente sugiere que esta tendencia puede estar disminuyendo. De hecho, puede estar incluso invirtiéndose, lo que significa que ya hemos alcanzado la cima del potencial intelectual humano.
¿Podemos realmente haber alcanzado la inteligencia máxima? Y si ese es el caso, ¿qué puede significar este declive para el futuro de la humanidad?
Son pocos los expertos que dirían que los cambios más recientes del CI son producto de la evolución genética,ya que los lapsos de tiempo son simplemente demasiado cortos.
Tan solo hace 100 años los científicos inventaron el llamado cociente o coeficiente intelectual (CI) para medir el potencial intelectual de alguien.
El éxito de esta medición se basa en el hecho de que muchas habilidades cognitivas están correlacionadas. Por ejemplo, la capacidad de una persona para realizar un razonamiento espacial o un reconocimiento de patrones está vinculada a su capacidad matemática y su destreza verbal.
Por esta razón, se piensa que el coeficiente intelectual refleja una “inteligencia general”.
Si bien las pruebas de CI son a menudo criticadas, una gran cantidad de investigaciones muestran que sus puntajes pueden ser indicadores de desempeño útiles en muchas tareas.
Son especialmente buenos para predecir el éxito académico (lo que no es sorprendente, dado que inicialmente fueron diseñados para ser utilizados en las escuelas), pero también predicen la rapidez con la que alguien adquiere nuevas habilidades en el trabajo.
No son una medida perfecta, y muchos otros factores también determinarán el éxito, pero en general muestran una diferencia significativa en la capacidad de las personas para aprender y procesar información compleja.
El aumento de los coeficientes intelectuales parece haber comenzado a principios del siglo XX, pero es relativamente reciente que los psicólogos han empezado a prestarle mucha atención al fenómeno.
Esto se debe a que los puntajes de CI están “estandarizados”, lo que significa que después de que las personas toman la prueba, sus puntajes brutos se transforman para garantizar que la mediana de la población siempre se mantenga en 100.
Esto permite comparar a las personas que tomaron diferentes formas de la prueba de CI, pero a menos que se mire la fuente de los datos, no se notarán diferencias entre generaciones.
Y cuando el investigador James Flynn observó los puntajes en el último siglo, descubrió un aumento constante, el equivalente a alrededor de tres puntos por década.
Hoy, eso ha sumado un aumento de hasta 30 puntos en algunos países.
Aunque la causa del efecto Flynn sigue siendo un tema de debate, se debe a múltiples factores del entorno y no a un cambio genético.
Quizás la mejor comparación sea nuestro cambio de altura: por ejemplo, somos 11 cm más altos que en el siglo XIX, pero eso no significa que nuestros genes hayan cambiado; solo significa que nuestra salud general ha cambiado.
De hecho, algunos de los mismos factores pueden subyacer a ambos cambios. Los avances de la medicina, la reducción de las infecciones infantiles y dietas más nutritivas, ayudaron a nuestros cuerpos a crecer más y a nuestros cerebros a ser más inteligentes, por ejemplo.
Algunos sostienen que el aumento en el coeficiente intelectual también podría deberse a una reducción del plomo en la gasolina, que pudo haber atrofiado el desarrollo cognitivo en el pasado. Cuanto más limpios son nuestros combustibles, más inteligentes nos volvemos.
Sin embargo, es poco probable que este sea el panorama completo, ya que nuestras sociedades también han visto enormes cambios en nuestro entorno intelectual, que ahora puede formar pensamiento abstracto y razonamiento desde una edad temprana.
En educación, por ejemplo, a la mayoría de los niños se les enseña a pensar en términos de categorías abstractas (si los animales son mamíferos o reptiles, por ejemplo).
También nos apoyamos en un pensamiento cada vez más abstracto para hacer frente a la tecnología moderna.
Solo piensa en una computadora y en todos los símbolos que debes reconocer y manipular para realizar incluso la tarea más simple. Crecer inmerso en este tipo de pensamiento debería permitir a todos cultivar las habilidades necesarias para desempeñarse bien en una prueba de CI.
Cualquiera que sea la causa del efecto Flynn, existe evidencia de que es posible que ya hayamos llegado al final de esta era, con el aumento del CI estancado e incluso revertido.
Si nos fijamos en Finlandia, Noruega y Dinamarca, por ejemplo, el punto de inflexión parece haber ocurrido a mediados de los años 90, después de lo cual el coeficiente intelectual promedio se redujo en alrededor de 0,2 puntos por año. Eso equivaldría a una diferencia de siete puntos entre generaciones.
Estas tendencias son aún más difíciles de explicar que el efecto Flynn, en parte porque han surgido recientemente. Una posibilidad es que la educación se haya vuelto un poco menos estimulante de lo que alguna vez fue, o al menos, no se ha enfocado en las mismas habilidades.
Algunas de las pruebas de coeficiente intelectual utilizadas han evaluado la aritmética mental de las personas, por ejemplo, pero como me indica Ole Rogeberg de la Universidad de Oslo, es probable que ahora los estudiantes estén más acostumbrados al uso de calculadoras.
Por ahora, parece claro que nuestra cultura puede moldear nuestras mentes de maneras misteriosas.
Si bien los científicos continúan descifrando las causas de esas tendencias, vale la pena preguntarse qué significan estos cambios en el coeficiente intelectual para la sociedad en general.
¿El aumento del coeficiente intelectual producto del efecto Flynn nos ha traído los beneficios que podríamos haber esperado? Y si no, ¿por qué no?
Un número especial del Journal of Intelligence recientemente se hizo esa pregunta, y en el editorial, Robert Sternberg, psicólogo de la Universidad de Cornell, escribió:
“Las personas probablemente son mejores para descifrar complejos teléfonos celulares y otras innovaciones tecnológicas de lo que hubieran sido a comienzos del siglo XX. Pero en términos de nuestro comportamiento como sociedad, ¿están impresionados con [los beneficios ] que nos han traído 30 puntos [de CI]? Las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 fueron probablemente tan pueriles como ninguna en nuestra historia… Además, un mayor coeficiente intelectual no ha traído consigo soluciones para ninguno de los principales problemas del mundo o del país: aumento de las disparidades de ingresos, pobreza generalizada, cambio climático, contaminación, violencia, muertes por opioides, entre otros“.
Quizás Sternberg es demasiado pesimista. La medicina ha logrado grandes avances en la reducción de problemas como la mortalidad infantil, por ejemplo, y si bien la pobreza extrema no se ha resuelto, ha disminuido a nivel mundial.
Esto sin mencionar los enormes beneficios de los avances tecnológicos y científicos que, por supuesto, se han basado en una fuerza laboral inteligente.
Sin embargo, Sternberg no está solo al preguntarse si el efecto Flynn realmente representó una mejora profunda en nuestra capacidad intelectual. El mismo James Flynn ha argumentado que probablemente se limita a algunas habilidades específicas de razonamiento.
e la misma manera en que algunos ejercicios físicos pueden desarrollar diferentes músculos sin aumentar el estado físico general, hemos estado ejercitando ciertos tipos de pensamiento abstracto, pero eso no necesariamente ha mejorado todas las habilidades cognitivas por igual.
Y algunas de esas otras habilidades, menos cultivadas, podrían ser esenciales para mejorar el mundo en el futuro.
Miremos la creatividad, por ejemplo. Cuando investigadores como Sternberg discuten sobre creatividad, no solo hablan de expresión artística, sino de habilidades más fundamentadas. ¿Con qué facilidad puede generar soluciones novedosas a un problema? Y ¿qué tan bueno es su “pensamiento contrafactual”?, es decir, la capacidad de considerar escenarios hipotéticos que aún no han ocurrido.
La inteligencia sin duda debería ayudarnos a ser más creativos, pero no vemos un aumento del pensamiento creativo individual a medida que aumentó el CI.
Lo que sea que haya causado el efecto Flynn, no nos ha llevado a pensar en formas nuevas y originales.
Luego está la cuestión de la racionalidad: qué tan bien puedes tomar decisiones óptimas, sopesando la evidencia y descartando la información irrelevante.
Podría suponerse que cuanto más inteligente sea una persona, más racional será, pero no es tan sencillo.
Si bien un coeficiente intelectual más alto se correlaciona con habilidades como la habilidad numérica, que es esencial para comprender las probabilidades y sopesar los riesgos, todavía hay muchos elementos de toma de decisiones racionales que no pueden explicarse por la falta de inteligencia.
Miremos los sesgos cognitivos, por ejemplo. Algo que se presenta como “95% sin grasa” suena más saludable que “5% de grasa”, por ejemplo, un fenómeno conocido como el “efecto marco”.
Ahora está claro que un alto coeficiente intelectual sirve de poco para ayudar a evitar este tipo de fallos, lo que significa que incluso las personas más inteligentes pueden dejarse engañar por los mensajes engañosos.
Las personas con un alto coeficiente intelectual también son susceptibles al sesgo de confirmación: nuestra tendencia a considerar solo la información que respalda nuestras opiniones preexistentes, mientras que ignoramos los hechos que podrían contradecir nuestras opiniones.
Ese es un problema serio cuando empezamos a hablar de cosas como la política.
Un alto coeficiente intelectual tampoco puede protegerte del “sesgo de los costos irrecuperables”, que es la tendencia a seguir invirtiendo recursos en un proyecto fallido, incluso si sería mejor reducir las pérdidas.
Este fue el sesgo que llevó a los gobiernos británico y francés a continuar financiando los aviones Concorde, a pesar de la creciente evidencia de que sería un desastre comercial.
Las personas altamente inteligentes tampoco son mucho mejores en las pruebas de “descuento temporal”, que implican renunciar a las ganancias a corto plazo para obtener mayores beneficios a largo plazo. Eso es esencial si quieres asegurar tu comodidad para el futuro.
Además de la resistencia a este tipo de sesgos, también existen habilidades de pensamiento crítico más generales, como la capacidad para desafiar suposiciones, identificar información faltante y buscar explicaciones alternativas para los sucesos antes de sacar conclusiones.
Estas habilidades son cruciales, pero no se correlacionan muy fuertemente con el coeficiente intelectual, y no necesariamente se adquieren con la educación superior.
Dadas estas correlaciones menos claras, tendría sentido que el aumento en el coeficiente intelectual no haya sido acompañado por una mejora igualmente milagrosa en todo tipo de toma de decisiones.
Como lo explico en mi libro sobre el tema, la falta de racionalidad y pensamiento crítico puede explicar por qué el fraude financiero sigue siendo un lugar común, y la razón por la que millones de personas gastan dinero en medicinas sin base científica o toman riesgos innecesarios para la salud.
En nuestra sociedad, esto puede llevar a errores médicos o fallos de justicia errados. Incluso puede haber contribuido a desastres como derrames de petróleo y crisis financieras mundiales.
También está contribuyendo a la difusión de noticias falsas y la enorme polarización política en temas como el cambio climático, que nos impide encontrar una solución concertada antes de que sea demasiado tarde.
Si consideramos el alcance de la historia humana hasta la fecha, podemos ver cómo nuestros cerebros crecieron para vivir en sociedades cada vez más complejas. Y la vida moderna, si bien nos permite pensar de manera más abstracta, no parece haber corregido nuestras tendencias irracionales.
Hemos asumido que las personas inteligentes naturalmente absorben la buena toma de decisiones a lo largo de la vida, pero está claro que no es así.
Mirando hacia el futuro, el “efecto Flynn inverso” y la posible caída de los coeficientes intelectuales deberían hacernos evaluar las formas en que usamos nuestros cerebros.
Prevenir un mayor descenso sin duda debería ser una prioridad para el futuro, pero también podríamos hacer un esfuerzo más concertado y deliberado para mejorar esas otras habilidades esenciales que no necesariamente vienen con un mayor coeficiente intelectual.
Ahora sabemos que este tipo de pensamiento puede enseñarse, pero necesita una instrucción deliberada y cuidadosa.
Estudios prometedores sobre la toma de decisiones por ejemplo, sugieren que los errores cognitivos comunes pueden evitarse si se enseña a ser más reflexivossobre el pensamiento. Eso podría salvar innumerables vidas.
¿Por qué no enseñar estas habilidades en la educación temprana?
Wandi Bruine de Bruin, de la Escuela de Negocios de la Universidad de Leeds y sus colegas han demostrado que las discusiones sobre los errores en la toma de decisiones pueden incorporarse en el currículo de historia de los estudiantes de secundaria, por ejemplo.
Sus investigaciones mostraron que hacerlo no solo mejora el desempeño en posteriores pruebas de racionalidad; también aumenta el aprendizaje de los hechos históricos.
Otros han intentado revitalizar la enseñanza del pensamiento crítico en escuelas y universidades; por ejemplo, una discusión sobre teorías de conspiración enseña a los estudiantes los principios del buen razonamiento, como identificar las falacias lógicas comunes y cómo evaluar las evidencias.
Habiendo tomado esas lecciones, los estudiantes parecen ser más escépticos sobre la información errónea en general, incluidas las noticias falsas.
Estos éxitos son solo una pequeña muestra de lo que se puede hacer, si a la racionalidad y al pensamiento crítico se les da el mismo tipo de respeto que tradicionalmente hemos brindado a nuestras otras capacidades cognitivas.
Idealmente, podríamos comenzar a ver un fuerte aumento de la racionalidad, e incluso de la sabiduría, en conjunto con el efecto Flynn. Si es así, el fallo temporal en nuestras puntuaciones de CI no debe significar el final de una edad de oro intelectual, sino su comienzo.
Puedes leer la versión original de este artículo en inglés en BBC Future.