El 29 de noviembre de 1970 una familia descubrió el cuerpo gravemente quemado de una mujer en el desolado valle de Isdalen, cerca de Bergen, Noruega.
Tenía etiquetas pegadas en la ropa y a su alrededor había dispersos varios objetos: botellas, un paraguas roto, un reloj.
Carl Halvor Aas, un abogado que fue de las primeras personas en ser llamadas a la escena, le dijo a la BBC que los objetos hallados junto al cuerpo parecían ser parte de “algún tipo de ceremonia”. Más tarde, la policía descubrió disfraces, mensajes codificados y pasaportes falsos.
Pero los investigadores llegaron a un callejón sin salida al tratar de descubrir la identidad de la víctima, que fue llamada en la prensa como “la mujer de Isdal”.
¿Había sido un suicidio, un accidente o un asesinato?
En 2018, la periodista de investigación noruega Marit Higraff y el documentalista Neil McCarthy investigaron el caso para la BBC en un podcast llamado Death in Ice Valley (Muerte en el Valle Helado).
A pesar de los modernos métodos científicos para determinar de dónde proviene la mujer de Isdal (y del trabajo de un grupo de detectives en Facebook que intentan responder esta pregunta) el caso sigue siendo uno de los misterios sin resolver más profundos de Noruega.
Death in Ice Valley ha sido solo uno de los muchos documentales de indiscutible calidad que en los últimos años han consolidado el lugar del crimen real en la cultura popular.
Otro fue S-Town, la exitosa serie de podcasts hecha por los productores de la conocida Serial. S-Town es el fascinante perfil de John B McLemore, un excéntrico restaurador de relojes de Alabama, Estados Unidos.
Sin embargo, la serie fue criticada por transmitir detalles íntimos de la vida de su personaje principal, sin consentimiento. Esto llevó a la familia de McLemore a presentar una demanda contra los autores del podcast.
Aunque no es la historia de un crimen real convencional, S-Town investigó un presunto asesinato y mostró el apetitode la audiencia por el misterio: ha sido descargado casi 80 millones de veces desde su lanzamiento en marzo de 2017.
In the dark (En la oscuridad), el podcast de periodismo de investigación de la estadounidense Madeleine Baran, también ha sido aclamado como una pieza “impactante, pero no sensacionalista”.
Su primera temporada abordó el secuestro y asesinato en 1989 de Jacob Wetterling, un niño de 11 años que fue secuestrado por un hombre enmascarado mientras andaba en bicicleta con sus amigos, en St. Joseph (Minnesota, Estados Unidos).
Una segunda temporada presentó el caso de Curtis Flowers, un hombre negro de Mississippi que fue juzgado seis veces por el asesinato de cuatro empleados en 1996, en una tienda de muebles donde había trabajado.
En la televisión, programas como The People v OJ Simpson: American Crime Story (que aborda el llamado “juicio del siglo”) han transformado este género en una imperdible programación de horario estelar.
El más popular de todos ha sido Making A murderer(Haciendo a un asesino), un original de Netflix.
Las directoras del documental, Laura Ricciardi y Moira Demos, descubrieron el inusual caso Steven Avery al leer un titular: “Liberado por prueba de ADN, ahora acusado de un nuevo crimen”.
La serie cuenta el juicio de Avery, un hombre de Wisconsin, Estados Unidos, que ya había cumplido 18 años por un crimen que no cometió, hasta que fue exonerado por pruebas de ADN.
Avery fue acusado más tarde del asesinato de la fotógrafa Teresa Halbach, de 25 años.
Posteriormente, fue condenado a cadena perpetua junto a su sobrino (también su coacusado) Brendan Dassey, pero muchos espectadores todavía creen que las pruebas en su contra fueron plantadas por las autoridades.
A lo largo de una convincente primera temporada, las cineastas pusieron en duda el proceso legal utilizado para condenar a Dassey y sugirieron irregularidades por parte de los fiscales y la policía.
Después de una enorme respuesta pública, la segunda temporada de Making a murderer abordó el proceso posterior a la condena y las apelaciones, y las emociones de las familias de los acusados y de la víctima, que en la temporada anterior parecían ser un personaje secundario en la historia.
¿Quién habría predicho que tendríamos un apetito aparentemente insaciable por ver análisis de salpicaduras de sangre o una investigación del FBI por pruebas supuestamente plantadas?
Para el crítico de televisión Jack Seale, el éxito de programas como Making a murderer se debe a su naturaleza poco común.
“Si el documental reduce el ritmo de manera tal que podamos obsesionarnos con los detalles de un delito de la vida real, el resultado no es aburrido sino fascinante”, dice Seale.
“Si incorporas algunos trucos astutos a la narración, como terminar cada episodio con una revelación más impactante, por ejemplo, el resultado será un nuevo género sorprendentemente adictivo”.
Los cambios tecnológicos en el consumo de televisión tienen un papel importante en el enorme éxito de los documentales sobre crímenes reales como Making a murderer.
“Está en Netflix, y Netflix no tiene un horario lineal en la semana”, explica Seale.
“Esta es la clave. Si hubieras ido a BBC One, a NBC, o incluso a HBO en 2015 y les hubieras dicho: ‘Oye, tengo este gran documental para ti, a la gente le encantará. Ah, por cierto, es de 10 horas’, se habrían reído.
“Pero en internet, los programas en teoría pueden durar para siempre, y a los espectadores no les importa si son extensos, porque pueden ver el siguiente episodio cuando lo deseen”.
El éxito de Making a murderer fue precedido por el podcast Serial, que rompió los récords de descargas en 2014.
Su autora, Sarah Koenig, pasó un año investigando el asesinato en 1999 de Hae Min Lee, una estudiante de Baltimore de 18 años, y la subsiguiente condena de su exnovio Adnan Syed.
El podcast condujo a que un juez dictaminara que Syed merecía un nuevo juicio, luego de que su abogado original no hubiera interrogado a un experto de una torre de telefonía móvil sobre la confiabilidad de datos.
Este escenario hubiera sido difícil de imaginar sin la atención que Koenig y la productora Julie Snyder llevaron al caso.
“La serie popularizó los materiales sobre criminales verdaderos, que ya no se referían a la victimización, sino a errores judiciales”, dice Gemma Flynn, profesora de criminología en la Universidad de Edimburgo.
“Creo que ha sido un cambio realmente positivo en el género del crimen real, porque lo que han estado haciendo Making a murderer y algunos programas ficticios como Orange is the new black es crear interés en la idea de que el sistema de justicia penal no funciona por sí solo, lo cual es algo en lo que la criminología ha tratado de enfocarse”.
Otro foco de interés para Flynn es que la popularidad del crimen verdadero está siendo impulsada en gran parte por una importante base de fans femeninas.
“Si bien las mujeres no son necesariamente las más propensas a ser víctimas de delitos, tienen mucho más miedo al delito”, dice.
“Entonces, hay algún tipo de replanteamiento alrededor de la idea del crimen, especialmente para las mujeres”.
Un popular podcast estadounidense que escaló en las listas de descargas en 2018 fue My favorite murder (Mi asesinato favorito).
Sus fieles seguidores son apodados “asesinos” y se les anima a enviar detalles de los asesinatos en sus ciudades natales.
En cada episodio, los presentadores Georgia Hardstark y Karen Kilgariff recuerdan la trama de un caso de asesinato, de una manera muy similar a la que un par de amigos podría recapitular una mala película que acaban de ver.
“¡Mantente sexy y no hagas que te asesinen!” es el credo del dúo (y el título de un libro que saldrá pronto). Para Flynn hay un problema aquí.
“Les está diciendo a su base de fans de manera explícita que podrían ser víctimas de un crimen, y en criminología no estamos tan contentos con esa idea porque los índices de criminalidad están bajando”.
“Un creciente número de mujeres están prestando gran atención a los espeluznantes podcasts sobre crímenes reales. ¿Qué hay detrás de la condición de la mujer que le hace buscar algún tipo de consuelo en eso?”.
La comediante de Manchester, Rachel Fairburn, es anfitriona de All Killa No Filla, un podcast cómico en el que habla sobre asesinos en serie con su compañera de escena Kiri Pritchard McLean.
Las dos amigas comenzaron a publicar episodios en 2014, después de haber pasado horas investigando cada caso.
Este año, el dúo comenzó una gira con eventos en vivo, donde entraron en contacto con sus fanáticos. La mayoría de los que acudieron a los espectáculos eran mujeres, dice Fairburn.
“Tu propia seguridad es algo de lo que siempre eres consciente como mujer. Tal vez sea el temor que siempre llevas dentro de ti como mujer: que tienes que ser cuidadosa con los que haces, que no vuelvas a casa tarde en la noche”.
“Y creo que es algo dentro de nosotras lo que nos fascina. Es tener la conciencia de que podría pasarte a ti”.
Trabajar sobre la línea entre el asesinato y la comedia no es una tarea fácil, pero Fairburn señala que el humor en el podcast está puesto a expensas del asesino, no de las víctimas.
Fairburn no está sorprendida por el resurgimiento del interés en el crimen real, y lo atribuye a la facilidad de acceso.
Ella recuerda un “sombrío” tabloide británico que es un descendiente directo de las hojas informativas de ejecución del siglo XVIII:
“Si analizas la época victoriana, (la gente) tenía cosas como The Illustrated Police News con sus informes sensacionalistas. La gente siempre ha sido un poco oscura: solían ver ejecuciones públicas“.
Hoy podemos apreciar décadas de grabaciones de archivo e informes editados en solo 10 horas, y nuestra sed de justicia no ha desaparecido.
Pero por mucho que queramos descubrir la verdad, explica Flynn, la mayoría de las veces las historias de crímenes verdaderos se centran en “cómo sucedió” y no en “quién lo hizo”.
“De lo que hablamos aquí es de una obra de arte, no de objetividad académica o investigación”, dice. “La están reformulando y contándonosla de manera tal que sigamos viendo la historia”.