Sarah Hana dice que el diagnóstico le hizo sentir que su vida se detenía abruptamente.
Sarah Hanan estaba en el trabajo cuando recibió la llamada de su doctor. Era una llamada que estaba esperando.
Un día antes, la mujer de 29 años que embarazada de siete meses con su primer hijo, había ido a un hospital de Minneapolis para un examen de rutina.
“Una dos semanas antes estaba sentada en el sofá con mi esposo, Ben, y noté algo duro en uno de mis senos”, le cuenta a la BBC.
Y aunque la pareja no le dio mayor importancia, agregó el tema a la “larga lista” de cosas que incluir en el examen.
“Hey”, le dijo al doctor. “Sé que probablemente no es nada, pero ¿podrías echarle un vistazo a esto?”.
Antes de que se diera cuenta, le estaban practicando un ultrasonido. Luego le hicieron una biopsia. Y ahora el teléfono estaba sonando.
Y las noticias no eran buenas.
“En 24 horas pasé de estar emocionada por nuestro bebé a ser diagnosticada con cáncer“, recuerda Sarah.
“Estábamos cada vez más emocionados. Solo faltaban un par de meses”.
“Luego sentí como si mi vida se detuviera repentinamente”, dice.
“¿Tengo que tomar una decisión sobre mi bebé? ¿Tengo que tomar una decisión sobre mí?”, se preguntó.
“De ahí al inicio de la quimioterapia todo fue un torbellino. La diagnosticaron un jueves y vimos a un oncólogo el lunes”, recuerda por su parte Ben.
“Asustaba bastante. Uno empieza a pensar: ‘No quiero ser un padre soltero. No quiero perder a mi esposa y mi hijo'”, dice.
“Le hicieron la prueba y vieron que era un cáncer bastante agresivo“, recuerda.
“Todos los doctores nos decían que, hasta donde ellos sabían, la quimio iba a afectar negativamente al bebé. Pero en realidad no teníamos otra opción”.
En realidad, según la organización británica de apoyo a pacientes de cáncer Macmillan Cancer Support, la quimioterapia es el tratamiento más común durante el embarazo.
Y las investigaciones indican que los bebés de madres que han tenido quimioterapia “no parecen tener problemas diferentes a los de los bebés cuyas madres no han tenido quimioterapia”, asegura la organización.
Pero eso no evitó que Sarah se preocupara.
“Como madre, meterme esas drogas era realmente devastador. No podía tomar ni siquiera ibuprofeno y ahí estaba teniendo quimioterapia”, cuenta.
“Pero también quería poder criar a mi hijo. Quería estar ahí para él. Así que quería que mis posibilidades de supervivencia fueran lo más altas posibles”, explica.
De hecho, para el momento de su primera sesión, el tumo de Sarah ya había duplicado su tamaño.
Pero a pesar de los efectos secundarios de la quimio, como cansancio y nausea, su primer trimestre de embarazo había sido mucho peor en comparación.
“En realidad fue muy fácil”, dice Sarah.
“Durante mis primeros tres meses de embarazo pasé vomitando todo el tiempo e incluso tuve que ir a emergencias porque no podía retener líquidos”, cuenta.
“Con la quimioterapia solo padecí nausea y todo sabía a metal“, recuerda.
“Pero también sabía que iba a perder todo mi cabellos. Y saber que iba a ser una mujer calva fue una de las principales cosas que tuve que asumir, para entender que todo iba a estar bien”.
En la mañana de un lunes de enero, Sarah dio a luz a un saludable varón, Noah.
“Solo tuve que pujar por unos 20 minutos“, cuenta Sarah. “Las enfermeras bromearon diciéndome que nunca le contara eso a otras madres”.
“Él salió e inmediatamente empezó a llorar”, dice de Noah.
“Agarró mi dedo meñique y ese fue el momento en que todo se volvió realidad. El momento en que nos convertimos en padres“.
El tratamiento de Sarah se había interrumpido unas tres semanas antes del nacimiento de Noah. Y se reanudó una semana después.
Pero la quimioterapia no le permitió a Sarah amamantar a su bebé.
“Había estado esperando ese momento con ansias, poder proveer así para mi bebé”, recuerda.
“Algunas mujeres eligen no dar el pecho, pero yo sentí que a mí me arrebataron esa posibilidad, que no tuve elección”, dice.
Y Sarah nunca podrá dar el pecho: en marzo, exámenes genéticos revelaron una mutación del gen TP53, que aumenta el riesgo de cáncer de seno. Así que en Mayo se someterá a una mastectomía doble.
“Eso es algo que como nueva mamá ha sido muy difícil de aceptar”, confiesa.
“Pero está bien. Él igual va a ser un niño inteligente y saludable, y lo vamos a alimentar con fórmula”, dice.
La pareja también ha podido contar con su iglesia, amigos y familia.
Cuidar a un recién nacido es un reto para cualquier padre primerizo. Y hacerlo mientras se sigue un tratamiento invasivo contra el cáncer todavía más.
“La quimio me deja agotada” explica Sarah.
“Para nosotros es imposible hacerlo todo. Por suerte, nuestra iglesia y nuestra familia vienen y nos ayudan”, dice.
“Se me rompe el corazón cuando no puedo cuidar a Noah, pero hay que saber pedir ayuda“, recomienda.
“Es perfectamente posible que este nada más sea el inicio de un largo y doloroso camino, pero quiero que la gente sepa que es algo que pasa”, dice Ben.
“Aparentemente, una de cada 3.000 mujeres embarazadas tendrá cáncer de mama. Es algo que realmente le importa a la gente, pero a menudo les da miedo hablar de eso”, agrega.
Y si no hubiera sido por Noah, a Sarah no la habrían diagnosticado tan rápidamente.
“El hecho de que Sarah estuviera embarazada le salvó la vida. Según la clínica, probablemente hubiera muerto en un año”, destaca Ben.
En lugar de eso, su tumor se ha ido reduciendo, más rápidamente que el promedio.
Pero todavía queda mucho camino por recorrer. Si cuando tenga cirugía se detectan células cancerígenas vivas, el siguiente paso será radioterapia, luego hormonoterapia. Y tendrá que someterse a exámenes anuales por el resto de su vida.
Ella, sin embargo, es positiva.
“Estamos corriendo una maratón. El objetivo este año es deshacernos del cáncer”, dice.
“Y esto también es parte de la historia de Noah. Algún día se la contaré toda. Es un niño milagroso”, concluye.