La pesadilla de Jan Broberg comenzó cuando tenía 12 años.
Se despertó atada de pies y manos a una cama mientras escuchaba una cinta grabada que le hablaba directamente a ella.
“Pensé que había sido secuestrada por extraterrestres“, dice.
“Es lo más aterrador que me ha pasado en la vida. Estaba aterrorizada por esa voz y lo que decía esa voz”, recuerda Jan, hablando con BBC Radio 5 Live.
A principios de la década de 1970, Jan fue secuestrada de su casa en Idaho por un hombre condenado por pedofilia que no solo abusó de ella, sino de toda su familia.
Su historia se cuenta en el documental de Netflix “Secuestrada a plena vista” (Abducted in Plain Sight).
Robert Berchtold era un amigo de la familia Broberg.
Acudía regularmente a la iglesia y era un pilar de la comunidad.
Trataba a los Broberg con cariño y la hizo sentir especial.
Cuando Jan fue secuestrada, sus padres no podían creer que Berchtold quisiera hacerle daño.
“Mis padres llamaron a la comisaría esa noche cuando no regresamos de montar a caballo, o al menos ahí es donde pensaron que habíamos ido”, cuenta Jan.
“Pero no se les pasó por la cabeza un secuestro o una desaparición. Creían que podría haber sido un accidente de tráfico”, relata.
Pero la verdad es que su hija había sido secuestrada y drogada y se encontraba a miles de kilómetros de distancia en el desierto mexicano.
Jan se despertó en la casa rodante de Berchtold.
Las grabaciones que escuchaba al despertar decían que los extraterrestres se habían apoderado de todo.
Para salvar su planeta, debía conocer a un hombre y tener un hijo con él.
Jan se lo creyó todo.
“El mensaje decía: ‘Irás a la parte delantera de la casa rodante y conocerás a tu compañero’.
“En las cintas me llamaban todo el tiempo ‘la compañera’. Me levanto y, ¿quién está tumbado en el pequeño sofá de la caravana? Robert Berchtold”, recuerda.
Aunque parezca increíble, Berchtold usaría esta intrincada historia para controlar a Jan y lavarle el cerebro durante los siguientes cuatro años.
“Literalmente hice todo lo que [los extraterrestres] me dijeron que hiciera, porque amenazaron con llevarse a mi hermana pequeña si no cumplía la misión”, recuerda.
Después de cinco semanas, el FBI localizó a Jan y Berchtold.
Pero Jan estaba demasiado asustada para contarle a alguien sobre lo sucedido con los extraterrestres, y demasiado asustada para revelar los abusos.
“Mi padre nunca dejó que Berchtold regresara a nuestra casa ni a nuestras vidas”, dice.
“Sabía que había algo mal con él. Pero [mi papá] no sabía que había abusado de mi o que me había violado porque nunca se lo conté a nadie”.
Berchtold solo estuvo unos días en la cárcel por secuestrar a Jan.
En los meses previos a su secuestro, había convencido tanto a la madre de Jan como a su padre de tener relaciones sexuales con él.
Eso significaba que podía chantajearlos a ambos para firmar declaraciones juradas de que tenía permiso para llevarse a Jan a México.
Berchtold regresó al vecindario y continuó viendo y controlando a Jan.
Los abusos y la historia alienígena se convirtieron en parte de la vida de Jan hasta que fue a un campamento de verano cuando estaba a punto de cumplir 16 años.
Hasta entonces siempre había evitado relacionarse con otros niños.
“Básicamente era una de las muchas reglas que tenía que seguir. Me las habían dado los extraterrestres”, dice.
“No podría relacionarme con otros niños. Si lo hacía, mi familia moriría“.
Así que cuando un niño la invitó a un helado, entró en pánico y llamó a su casa. Todo el mundo estaba bien.
“Fue suficiente para empezar a darme cuenta de lo que sucedía”, afirma.
“En el transcurso de los siguientes dos meses y medio probé pequeñas cosas: hablar con otro niño en la escuela, aceptar una cita al baile de bienvenida”.
“Sabía que si volvía a casa esa noche y mi padre no estaba muerto y mi hermana no había sido secuestrada ni estaba desaparecida, si mi otra hermana Karen no estaba ciega, y mamá y yo no nos habíamos evaporado, entonces [la amenaza] no era real. Y eso es lo que pasó”, recuerda.
Poco a poco, se sintió capaz de contarle a su familia lo que le había estado sucediendo, cómo un hombre que la familia había creído que era un gran amigo le había lavado el cerebro y había abusado de ella varios años.
“No pude hablar definitiva o explícitamente sobre el abuso sexual. Fue muy difícil para mí hacerlo”.
Cuando Jan cuenta su historia de años de control y abusos, parece difícil creer que sus padres no se dieran cuenta de lo que realmente estaba pasando.
“No creo que tuvieran ningún indicio. Quiero decir, literalmente, no era posible porque [Berchtold] realmente había tenido una relación estrecha con la familia”.
Durante la siguiente década, Jan reveló lentamente lo que le había sucedido, buscó asesoramiento y reconstruyó su vida.
Berchtold desapareció, para regresar a su vida casi tres décadas después, cuando se aparecía en los eventos de oratoria a los que Jan asistía para acosarla.
Jan presentó cargos de acoso contra él y finalmente se enfrentó a su violador en el tribunal.
Pero se suicidó antes de que pudiera ser sentenciado.
Berchtold solo cumplió en la cárcel 15 días por la violación y el abuso a Jan, y por el posterior abuso de otros jóvenes.
Jan sigue recordando a la gente que desenmascaren a los pedófilos que se esconden “a simple vista”.
Quiere que la gente confíe en sus instintos “y no aparten la mirada”.
Jan dice que espera que después de escuchar su historia, otros sobrevivientes se sientan “capaces de seguir adelante con su propia vida y de arreglar las cosas que están mal”.