El cuerpo humano no está diseñado para soportar el frío extremo.
Tony Neeley, una persona sin hogar de Chicago, le dijo al diario The New York Times esta semana que tenía “frío y miedo”.
Y no es para menos.
De acuerdo al Servicio Meteorológico de Estados Unidos, esta semana la ciudad del centro oeste estadounidense podría soportar temperaturas cercanas a los -30 ºC, que pueden llegar a sentirse de -50 ºC por las ráfagas heladas.
Esto es, varios grados menos de los que se registran habitualmente en algunas zonas de la Antártica o el monte Everest.
Junto con Illinois (donde está Chicago), los estados de Michigan y Wisconsin se declararon en situación de emergencia debido a un vórtice polar que ha hecho descender la temperatura a niveles inesperados.
Son, al fin de cuentas, fríos para los cuales el cuerpo humano no está preparado.
De hecho, el Servicio Nacional de Meteorología de EE.UU. (NWS, por sus siglas en inglés) advirtió que con estas temperaturas un a persona puede congelar la piel en tan solo 10 minutos.
La mayoría de la población del planeta vive en zonas de climas templados y tropicales, donde el termómetro no suele bajar hasta esos números.
Y aunque hemos logrado sobrevivir en regiones inhóspitas (como Siberia o Groenlandia), lo cierto es que la humanidad ha buscado alejarse del frío para sobrevivir.
Pero ¿qué efectos tiene en el cuerpo el frío extremo que hace tan difícil su supervivencia?
El cuerpo humano tiene varios mecanismos de defensa para intentar aumentar nuestra temperatura cuando hace frío.
Nuestros músculos tiemblan y nuestros dientes castañetean. Los pelos se erizan y la piel se nos pone “de gallina”, en una especie de eco evolutivo de la época en que nuestros ancestros estaban cubiertos de vello.
El hipotálamo, la glándula en el cerebro que actúa como termostato del cuerpo, estimula estas reacciones para mantener los órganos vitales en funcionamiento, por lo menos hasta que encontremos algo de calor y un refugio.
La misión del hipotálamo es conservar el calor a toda costa, incluso si eso significa sacrificar las extremidades.
Es por eso que sentimos hormigueo en los dedos de las manos y de los pies cuando hace mucho frío. El cuerpo está manteniendo su sangre caliente cerca del centro, restringiendo el suministro de sangre hacia los brazos y las piernas.
En frío extremo, y especialmente si la piel está expuesta, ese efecto puede generar casos de congelamiento, es decir, que el flujo de sangre se reduce y la falta de circulación hace que los tejidos se congelen y se rompan.
La principal recomendación de los expertos es evitar salir a la calle durante los días de frío extremo.
Si debido a a una circunstancia especial se debe salir, se aconseja cubrirse con varias capas de abrigos para controlar la salida del calor del cuerpo humano y evitar el contacto directo del frío con la piel.
También aconsejan evitar a toda costa que la ropa se humedezca, debido a que fácilmente podría congelarse y poner en riesgo la salud de la persona.
Es por esa razón que, por ejemplo, las autoridades del estado de Iowa han pedido a la gente que “evite respirar profundamente y que minimice las conversaciones” si salen a la calle.
También recomienda el uso de gafas especializadas para cubrir los ojos.
Otro consejo es evitar a toda costa llevar anillos o joyas. “La temperatura de los metales baja muy rápido, mucho más rápido que la temperatura de la piel”, le dijo a la BBC John Stone, experto canadiense en supervivencia en el frío.
Más allá de que el cuerpo humano no puede soportar esas temperaturas extremas, lo cierto es que el frío puede tener consecuencias funestas para la salud.
Estudios en Reino Unido revelaron que por cada grado que cae la temperatura por debajo de los 18 ºC, aumentan las muertes relacionadas con el clima en 1,5%.
Y no tiene que ver con la gripe o los resfriados que se complican, sino con los infartos y los derrames cerebrales.
Uno de los efectos del frío es que los vasos sanguíneos de la piel se contraen para conservar el calor, la composición de la sangre cambia y el corazón debe trabajar con más fuerza para bombear la sangre a través de los vasos contraídos.
Como lo muestran las cifras, las personas más afectadas por el frío extremo son los ancianos y las personas con sistemas inmunes comprometidos.
“Uno de los efectos del envejecimiento es que tu cuerpo es menos capaz de regular la temperatura. Y eso los hace menos capaces de juzgar si tienen frío o calor”, le dijo a la BBC Andrew Harrop de las organización Age Concern.
Los animales que viven en las zonas polares tienen protección porque están cubiertos de un pelaje que atrapa el aire caliente cerca del cuerpo o porque tienen grandes cantidades de grasa, a veces de varios centímetros de grosor.
La grasa no transfiere muy bien el calor, así que lo mantiene dentro del cuerpo.
Los humanos, de piel desnuda y con relativamente poca grasa, simplemente no estamos diseñados para esos ambientes.
Pero hemos aprendido a imitar esas cualidades. Los científicos en las estaciones antárticas, por ejemplo, se visten con varias capas para atrapar el aire caliente cerca del cuerpo, del mismo modo que lo hace el pelaje de los animales.
Las bajas temperaturas extremas también pueden crear problemas con la infraestructura de la que dependemos los humanos.
El frío intenso puede derribar líneas eléctricas por el peso del hielo y la nieve, lo que causa cortes de energía, y las tuberías sin aislamiento se pueden congelar y explotar.
En cuanto a los autos, el punto de congelamiento de la gasolina es cerca de -76ºC pero el del aceite es -40 ºC.
Y otros lubricantes se pueden poner más espesos a temperaturas no tan bajas. El diesel normalmente queda bloqueado a -10 ºC, si no tiene aditivos especiales que le permitan mantenerse viscoso en un entorno frío.
Hay algunas lecciones de la historia que nos advierten sobre los terribles efectos del frío extremo, como la invasión alemana a Rusia en 1941.
Cuando Adolf Hitler ordenó la invasión, en el principio del invierno en el hemisferio norte, las temperaturas cayeron a niveles similares a los que se han visto en los últimos inviernos norteamericanos.
Miles de soldados murieron congelados mientras vestían los uniformes de verano para una supuesta campaña corta.
Los motores de camiones y tanques solo podían ser descongelados encendiendo fogatas por debajo de los vehículos.
Las armas no disparaban porque la grasa se había fundido y, al retirarse del fuego, el agua hirviendo se congelaba en poco más de un minuto.
El periodista italiano Curzio Malaparte recordó en su novela Kaputt cómo los veteranos del Frente Oriental que desembarcaban en la entonces ocupada Varsovia llegaban con sus párpados congelados debido al frío extremo.