Marcos González Díaz / BBC News Mundo
Brenda Andrew lleva casi 15 años en el corredor de la muerte.
Esta mujer de Oklahoma, Estados Unidos, fue condenada a la pena capital tras ser hallada culpable de asesinar a su marido, Robert, en 2001.
Según la sentencia, Brenda planeó el crimen junto a su amante, James Pavatt (también condenado a muerte), para cobrar la póliza del seguro de Robert.
Basándose en las evidencias, el tribunal consideró sobradamente probada su culpabilidad.
Pero algunos de los argumentos utilizados en su contra durante el proceso fueron también objeto de críticas por creer que no eran oportunos ni relevantes para juzgar el crimen.
Entre ellos, el jurado pudo escuchar las presuntas aventuras extramatrimoniales de Brenda desde años antes del asesinato. También se conocieron detalles sobre el tipo de ropa que solía vestir.
Además se mostró la ropa interior encontrada en su maleta después de que ella huyera a México, y que según el fiscal demostraba que no vivía como “una viuda afligida” tras la muerte de su marido.
Y estos factores, según jueces que revisaron su caso y que reconocieron “errores” durante el proceso, pudieron ser determinantes a la hora de influir en la decisión del jurado de condenarla a muerte.
“Esos errores, en su forma más atroz, incluyen un patrón de presentar evidencias que no tienen otro propósito que el de decir que Brenda Andrew es una mala esposa, una mala madre y una mala mujer”, afirmó Arlene Johnson, jueza del Tribunal de Apelaciones Criminales de Oklahoma.
Y esa presentación de “pruebas inapropiadas”, remarcó la jueza al revisar el caso en 2007, violó “la regla fundamental de que un acusado debe ser condenado, en todo caso, por el delito imputado y no por ser una mala mujer”.
Johnson no dudaba del veredicto de culpabilidad, pero pidió revisar la sentencia de pena de muerte. Otro colega del tribunal incluso recomendó repetir el juicio, pero la mayoría de jueces determinó mantener la pena capital.
Brenda continúa a la espera de ser ejecutada. Hoy tiene 54 años.
Brenda Andrew es una de las, al menos, 500 mujeres que permanecen en el corredor de la muerte en el mundo, si bien Naciones Unidas alerta de que esta cifra es probablemente mayor.
Pese a no suponer más del 5% del total de personas a la espera de ser ejecutadas, Naciones Unidas alertó este mes de octubre con motivo del Día Mundial contra la Pena de Muerte de que “su invisibilidad significa que sus necesidades están ocultas en gran medida”.
Por ello, once relatores de la ONU pidieron a los Estados que “revisen todas las sentencias de muerte contra mujeres y niñas, y que adopten políticas de género para abordar (…) los prejuicios y la discriminación que caracterizan sus investigaciones y juicios” en comparación con los hombres en su misma situación.
Precisamente, un informe publicado en septiembre por el Centro sobre la Pena de Muerte de la facultad de Derecho de la Universidad de Cornell, Estados Unidos, trató de sacar a la luz la situación de estas mujeres.
Pero la tarea no fue sencilla debido a la falta de transparencia de muchos países que aplican esta pena.
Es el caso de China, donde el porcentaje de mujeres oscila entre el 1 y el 5% del total de personas del país en el corredor de la muerte, por lo que el Centro Cornell considera que pueden ser “decenas o incluso cientos de mujeres”.
Es similar el caso de Irán, donde abogados de derechos humanos calculan que puedan ser decenas. Solo durante el año pasado, al menos 10 fueron ejecutadas.
También se desconoce el número de sentenciadas a muerte en Arabia Saudita, donde al menos nueve fueron ejecutadas desde 2015.
El país donde el Centro Cornell sí pudo cuantificar el mayor número de mujeres en el corredor de la muerte fue Tailandia, con un total de 94 (el 18% de personas que esperan ser ejecutadas en el país).
Le siguen Estados Unidos, con un total de 54 mujeres; Bangladesh (37), Pakistán (33) y Nigeria (32).
El estudio también identificó los tipos de delitos más comunes por los que las mujeres suelen ser condenadas a la pena capital.
Decenas de ellas responden en países islámicos a los conocidos como “crímenes contra la moralidad”, tales como el adulterio.
Esta práctica, alerta la ONU, va en contra de los límites internacionales de la aplicación de la pena de muerte únicamente a casos que implican un asesinato de manera intencional.
El segundo delito más común para la condena capital de mujeres es el de aquellos relacionados con drogas.
De hecho, las mujeres -arrestadas en su mayoría por vender droga en la calle o actuar como “mulas” para transportarla a otro país- representan el 30% de los arrestos mundiales por narcotráfico.
Sin embargo, la mayoría de mujeres en el corredor de la muerte fueron condenadas por crímenes de asesinato, muchos de ellos a familiares cercanos.
El informe destaca que muchos de estos crímenes fueron cometidos en un contexto de violencia de género aunque, de nuevo, es imposible saber en cuántos por la falta de datos.
“En muchos casos de mujeres acusadas de matar a su marido, por ejemplo, en el juicio no se pregunta si había un contexto de violencia doméstica, por lo que no se hace ningún alegato basado en violencia de género y el tribunal nunca lo escucha”, le dice a BBC Mundo Delphine Lourtau, directora ejecutiva del Centro Cornell sobre Pena de Muerte.
“Y en los casos en que se presenta, la mayoría de veces el tribunal no los considera pruebas relevantes para entender las circunstancias del delito”, agrega.
La ONU coincide en que es extremadamente raro que el abuso doméstico sea tenido en cuenta como un atenuante durante los procesos que llevan a la pena capital.
“La imposición de la pena de muerte es siempre arbitraria e ilegal cuando el tribunal ignora hechos esenciales que pueden haber influido significativamente en las motivaciones, la situación y la conducta de un acusado de un delito capital, incluida su exposición a la violencia doméstica y otros abusos”, señalaron sus relatores.
La ONU también recuerda que la ejecución de cualquier persona por delitos cometidos cuando eran menores de 18 años está estrictamente prohibida por las leyes internacionales.
El informe del Centro Cornell reconoce la dificultad de documentar estos casos, debido a veces por la dificultad de definir la edad de las condenadas, pero todos los casos que detectaron estaban relacionados con violencia de género, matrimonio infantil y/o abuso sexual en países como Irán o Pakistán.
“Según las leyes iraníes, las niñas pueden enfrentarse a pena de muerte a partir de los nueve años de edad”, destaca Lourtau.
Pero si hay un factor distintivo entre los casos de mujeres condenadas a muerte respecto a los hombres, según el Centro Cornell, es el hecho de que la violación de estereotipos de género tradicionalmente asociados a la mujer suele ser un factor añadido a la hora de que se opte por la pena capital para castigarlas.
“En muchos casos, los tribunales juzgan a las mujeres no solo por sus supuestos delitos, sino también por lo que se percibe como sus fallas morales: como esposas ‘infieles’, madres ‘indiferentes’ o hijas ‘ingratas'”, declararon los relatores de la ONU.
Sin embargo, las estadísticas apuntan a que, en general, los jurados tienden a imponer la pena de muerte con menos frecuencia a mujeres que a hombres.
Expertos legales afirman que los trastornos emocionales son considerados como atenuante en muchos de sus casos, o que el jurado suele ser más reacio a dejar viviendo a niños sin su madre que sin su padre.
Para contrarrestar esta tendencia, en muchos procesos legales contra mujeres se utiliza una estrategia identificada en documentos de criminología y género desde hace décadas: la llamada “teoría de la mujer diabólica”.
Esta táctica persigue explotar los casos en que las mujeres rompen con sus estereotipos de comportamiento tradicional para que sean sometidas a castigos frecuentemente reservados para hombres.
Según el abogado de Brenda Andrew, John Carlson, esta estrategia fue “hábilmente” utilizada por los fiscales para presentar a su clienta como una mujer que, por sus actos, renunciaba “a la protección que la feminidad suele ofrecerles a los ojos del jurado”.
“Representaron a la señora Andrew como malvada de una manera únicamente femenina. La retrataron como agresivamente sexual, hostil a las nociones profundamente arraigadas de feminidad y ansiosa por profanar las normas de la sociedad sobre el matrimonio y la monogamia”, le dice a BBC Mundo.
“Para probar que era una asesina apta para ser ejecutada, demostraron que era una mujer adúltera, una que disfrutaba e incluso se deleitaba con su vida sexual mientras traicionaba a su esposo”.
“Una vez hecho, convencer al jurado de que la condenaran a muerte fue fácil”, agrega.
Preguntado sobre si el veredicto hubiera sido también de pena de muerte si su representada hubiera sido hombre, el abogado es tajante.
“No, los hombres que son juzgados por delitos capitales no tienen por qué ser representados como adecuados para recibir penas [consideradas] masculinas. Vienen preparados para la muerte. Las mujeres deben ser degradadas primero; entonces están listas para la muerte”, concluye.