Edison Veiga / BBC News Brasil, Roma
El papa Francisco tomó este jueves una decisión inédita en la historia de la Iglesia católica.
Por primera vez, un pontífice catalogó el castigo de la pena de muerte como inaceptable, bajo cualquier circunstancia.
El pronunciamiento papal es considerado histórico tanto por su contenido como por su forma.
Por su contenido, ya que el Vaticano siempre evitó pronunciarse en esta espinosa cuestión, entendiendo que la decisión de adoptarla correspondía a los gobiernos de los países.
Por su formato, porque no era una simple declaración, sino un cambio en el Catecismo de la Iglesia católica, el compendio que reúne la exposición de la fe y la doctrina del catolicismo.
La medida fue anunciada en el Vaticano.
El papa aprobó la nueva redacción del ítem 2267 del Catecismo con el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Luis Ladaria.
“La Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se empeña con determinación por su abolición en todo el mundo“, dijo el papa Francisco.
Eso significa que, en adelante, la Iglesia católica predica oficialmente contra la pena de muerte.
“A partir de ahora, quien esté a favor de la pena de muerte está claramente en contra de lo que la Iglesia enseña“, resume el vaticanista brasileño Filipe Domingues.
El nuevo texto del Catecismo dice que “la dignidad de la persona no se pierde ni después de haber cometido crímenes gravísimos”.
El cardenal Ladaria se encargó de remitir una carta informando a los obispos de todo el mundo acerca de la modificación. En el texto, dice que el cambio es una evolución natural de la enseñanza de la Iglesia.
Para el vaticanista Filipe Domingues, la decisión del Vaticano es “un cambio real en lo que la Iglesia ya venía defendiendo sobre la pena de muerte”.
“No fue un cambio brusco, fue un cambio gradual, porque ya los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI eran opositores a la pena de muerte,y hablaban de ello”, señala.
“Pero el Catecismo todavía decía que, en algunos casos, cuando en nombre de la defensa del bien común, proteger a la sociedad y sin haber ningún otro recurso, la pena de muerte sería admisible, después de la certeza de que la persona era culpable”, añade.
El experto resalta que la Iglesia no defendía la pena de muerte, pero admitía su aplicación en determinados casos.
“Ahora, está claramente explícito que, para la Iglesia, la pena de muerte es inadmisible. Esa palabra es muy fuerte, porque se trata de un ataque a la dignidad de la vida humana y el nuevo texto todavía dice que la Iglesia trabaja con determinación para la abolición de la pena de muerte en todo el mundo “, refiere Dominges.
El sociólogo y biólogo Francisco Borba Ribeiro Neto contextualiza que hasta entonces había una preocupación al interior de la Iglesia de no interferir en decisiones internas de los países.
“La posición de la Iglesia, contraria a la pena de muerte, ya es antigua en la tradición. El problema es que había la idea de que la pena de muerte estaba dentro de las legislaciones nacionales y la Iglesia no podría entrometerse en las opciones políticas de cada país”, explica.
A lo largo de la historia, la pena de muerte llegó a ser respaldada por antiguos teólogos.
San Agustín (354-430) una vez teorizó que no habría contradicción entre la pena de muerte y el mandamiento “no matarás”.
De acuerdo con él, como el verdugo sería sólo “una espada en la mano de Dios”, no estaría violando el mandamiento, ya que estaría actuando conforme a la autoridad del Estado.
San Ambrosio (340-397) no la condenó, pero recomendó que los miembros del clero no alentaran ni ejecutaran la pena capital.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) argumentaba que había menciones a la pena de muerte en las escrituras, lo que justificaría la medida extrema.
El papa Inocencio (1160-1216) declaró que “el poder secular puede, sin pecado mortal, ejercer juicio de sangre, siempre que el castigo sea empleado con justicia y no por odio, con prudencia y no por precipitación”.
En su versión de 1566, el Catecismo romano decía que Dios había confiado a las autoridades civiles el poder “sobre la vida y la muerte”.
Una curiosidad histórica es que el Vaticano, cuyo jefe de Estado es el papa, autorizaba la pena de muerte en sus dominios entre 1929 y 1969.
Tal pena se reservaba a alguien que intentase asesinar al máximo líder de la Iglesia católica, pero en ese periodo tal ley nunca se aplicó.
Esta norma fue instituida por el Tratado de Letrán, de 1929, en una copia de la legislación italiana de la época en lo que se refiere al intento de asesinato del jefe de Estado de Italia.
“Considerando que la persona del Sumo Pontífice es sagrada e inviolable, Italia declara cualquier intento contra su persona o cualquier incitación para cometer tal intento de ser punible por las mismas penas que todos los intentos similares e incitaciones a cometer el mismo contra la persona del Rey”.
Mientras estuvo en vigor, no hubo registro de intentos de asesinato del papa.
Cuando el turco Mehmet Ali Agca intentó asesinar a Juan Pablo II en 1981, fue juzgado por un tribunal italiano y no por el Vaticano.
Fue el papa Pablo VI, en 1969, quien quitó el estatuto de la pena capital de la legislación del Vaticano.
La revisión fue consecuencia del Concilio Vaticano II, cuatro años antes.
En el pasado, sin embargo, la Iglesia católica también condenó a las personas a la muerte.
Y no sólo en la época medieval, con las famosas persecuciones del Tribunal de la Santa Inquisición, creado en el siglo XIII y que condenaba a aquellos que no profesasen la fe católica o representasen amenazas a las doctrinas.
A través de la Inquisición, según un estudio hecho por la propia Iglesia en 2004, el país donde el tribunal eclesiástico tuvo más víctimas fue Alemania, con 25.000 ejecuciones.
Más recientemente, el famoso verdugo de la Santa Sede fue Giovanni Battista Bugatti, que vivió entre 1779 y 1869, y tuvo ese cargo de 1796 y 1865.
Era conocido como Mastro Titta, o maestro de justicia.
Oficialmente realizó 516 ejecuciones, lo que incluía decapitaciones con hacha a los condenados o ahorcamientos.