A pesar de no ocurrir la "ola azul" que se vaticinaba, el Partido Demócrata sí logró una mayoría en la Cámara de Representantes.
Las encuestas ya lo habían augurado: las elecciones de mitad de mandato le dieron la Cámara de Representantes a los demócratas. Terminó así la era en que los republicanos, en torno al presidente Donald Trump, controlaban el Congreso y el gobierno.
Aunque llamar “era” a un período de solo dos años podría resultar exagerado, por supuesto, en realidad los días y las semanas bajo el mandato de Trump se hacen eternos por el no parar de noticias.
En el tiempo que lleva como presidente, Trump se ha beneficiado de un Congreso relativamente amistoso. Uno que generalmente respalda sus palabras y acciones, y se adapta a sus prioridades políticas.
Pero en dos meses, cuando la nueva Cámara controlada por los demócratas llegue a Washington, todo eso cambiará.
Tras años en que impulsó una legislación de línea dura respecto a la inmigración, la derogación de la reforma sanitaria del presidente Barack Obama (Obamacare) y fuertes recortes a los programas sociales bajo el gobierno republicano (aunque muchos de los proyectos de ley murieron en el Senado), la Cámara de Representantes ahora comenzará a plantear prioridades progresistas.
5 cosas que Trump ya no podrá hacer
Redacción, BBC News Mundo
La pérdida de control sobre la Cámara de Representantes por parte del Partido Republicano limitará de forma sensible la capacidad del presidente Donald Trump de llevar adelante su agenda política pues a partir de enero necesitará negociar con el liderazgo del Partido Demócrata en el Capitolio para lograr su aprobación.
Algunas de las iniciativas del mandatario que difícilmente verán la luz son:
Nancy Pelosi, quien probablemente sea la presidenta de la Cámara de Representantes, asegura que la prioridad en la lista es un paquete de medidas de ética y reforma electoral.
Ahora es el turno de los demócratas de ver languidecer sus esfuerzos en el Senado, pero los liberales finalmente tienen una plataforma para mostrar lo que harían con el control total del Congreso y, quizás, la presidencia en 2020.
Mientras tanto, la única esperanza de Trump de pasar leyes es trabajar codo a codo con los demócratas, lo cual puede ser una gran carga para un hombre que ha pasado los últimos meses despreciando a sus oponentes políticos en el lenguaje más crudo durante sus actos de campaña en todo el país.
Sin embargo, la preocupación más inmediata para el presidente es que los demócratas están preparándose para hacer un escrutinio de su administración.
El Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes -que dirigió la investigación de la cámara sobre la intromisión rusa en las elecciones de 2016– estará bajo el control del antagonista de Trump Adam Schiff, quien se ha comprometido a profundizar en los tratos financieros del presidente en el exterior.
Puede que no pase mucho tiempo antes de que las declaraciones de impuestos del presidente -ese Santo Grial para algunos de sus antagonistas liberales- sean conocidas públicamente.
Otros miembros del gobierno de Trump también quedarán sujetos al escrutinio.
Y puede que el secretario de Interior, Ryan Zinke, sea el primero en el foco de atención, después de las acusaciones de que usó su posición en el gobierno para beneficiar sus intereses comerciales.
Luego está la palabra que empieza con “i”: impeachment.
Solo se necesita una simple mayoría en la Cámara de Representantes para dar el primer paso que podría llevar a la destituir de un presidente. Los demócratas ahora tienen esa mayoría.
Hasta el momento, los miembros de la dirección del Congreso demócrata han estado minimizando la posibilidad de poner a rodar esa pelota en particular.
Si el fiscal especial Robert Mueller presenta su informe sobre una posible colusión entre Rusia y la campaña presidencial de Trump en 2016 en los próximos días (semanas o meses) y contiene información condenatoria, ese escenario podría cambiar rápidamente.
Si bien el presidente puede esperar un duro despertar de los demócratas de la Cámara de Representantes, la capacidad de los republicanos para mantener (y expandir) su mayoría en el Senado es sin duda una buena noticia para Trump.
Controlando el Senado, el canal conservador del Partido Republicano hacia el poder judicial federal sigue abierto. El presidente ya ha designado a 84 jueces para los tribunales, incluidos dos jueces de la Corte Suprema.
Los demócratas tienen la esperanza de que los cuatro miembros liberales de la banca sigan gozando de buena salud durante los próximos dos años.
Ahora también será menos difícil para el Senado confirmar a los nuevos funcionarios de alto nivel de la administración actual, que podrían haber sido bloqueados o retrasados significativamente si los demócratas se hubieran hecho con la cámara alta.
De hecho, haber ampliado su posición en el Senado ha hecho más fácil destituir al asediado fiscal general, Jeff Sessions, para poder reemplazarlo por alguien más dispuesto a ponerse del lado de Trump en la investigación de la trama rusa.
En algún momento, el presidente puede incluso decidir nominar a un nuevo director de la Agencia de Protección Ambiental, una posición que se ha ocupado de manera interina desde que Scott Pruitt renunció en medio de cuestionamientos éticos el 6 de julio.
Más allá de la realidad del control partidista del Congreso, estas elecciones de mitad de mandato tienen mayores implicaciones para el poder político de Trump y sus perspectivas de reelección.
Durante dos años, el mandatario ha gobernado la nación enfocado en satisfacer a sus leales seguidores, usando en igual medida la política y la retórica en temas como el comercio, la inmigración, la regulación gubernamental y la política exterior.
A diferencia de sus predecesores, Trump ha hecho pocos esfuerzos para agradar más a los estadounidenses.
Eso probablemente ayudó a su partido a ganar algunos escaños en el Senado en los estados donde el presidente sigue siendo popular, pero el veredicto estuvo lejos de ser universal.
Los resultados no fueron halagüeños es los distritos suburbanos, tradicionalmente republicanos y con poblaciones más ricas y mejor educadas.
Estos votantes apoyaron a Trump en 2016, pero este año abandonaron al partido republicano en masa.
Si esa tendencia continúa, estados como Arizona, Pennsylvania y Michigan pueden resultar más difíciles de ganar, en caso de que el mandatario intente ser reelegido en 2020.
A Trump ha presumido de que todos los republicanos de la Cámara que han ganado las elecciones especiales durante su administración.
Pero esta vez, cuando los votantes se dirigieron a las urnas en todo el país, sus pérdidas políticas tuvieron un número considerable de personas.
Si Trump está planeando su reelección -y, seamos honestos, eso es lo que todo presidente de primer mandato hace prácticamente desde el día de la inauguración- los resultados de este martes tienen algunos puntos positivos.
Un republicano que adora a Trump, Ron DeSantis, ganó la mansión del gobernador en Florida, al igual que los republicanos en Iowa y Ohio.
Si el partido de Trump es capaz de ganar en esos estados tan cruciales en medio el clima político actual, no hay razón para pensar que es imposible una nueva victoria republicana en 2020.
Incluso la entrega de poder a los demócratas en la Cámara de Representantes puede tener un lado positivo para el presidente.
Ahora tendrá a quien culpar si la economía empeora (y, dadas las realidades de los ciclos económicos, esto podría ocurrir).
Para los dos próximos años, Trump tendrá al alcance una explicación de por qué no puede lograr avances en el país. Y una propuesta para lo que tendría que cambiar en las próximas elecciones.
Día tras día, tendrá un conjunto de oponentes políticos claros con los que compararse.
Tanto Bill Clinton como Barack Obama perdieron el control de la Cámara en su primer mandato y ganaron la reelección.
La historia, que sirve de guía, predijo que esta sería probablemente una mala noche para el presidente.
La historia también indica que, si bien el camino puede ser rocoso, podría haber mejores días por venir.