Medio siglo atrás en Nueva York, cuando seis policías hicieron una redada en un bar de ambiente gay regentado por la mafia durante una calurosa noche de verano, nadie sospechaba que la chispa que sus acciones encenderían iba a transformar la vida de generaciones futuras.
Aquella noche, Mark no lanzó un ladrillo ni se enfrentó a un policía. Pero sí llevaba consigo algo que podía resultar tan potente como cualquier otro proyectil: una tiza.
Se la dio su amigo Marty mientras se desataba el caos fuera del bar Stonewall Inn, donde la policía era bombardeada con monedas y botellas.
El adolescente salió a la calle para garabatear tres palabras sobre el pavimento. Luego lo volvió a hacer en una pared de la misma calle.
Tres palabras: Tomorrow night Stonewall (“Mañana por la noche en Stonewall”).
Ese mensaje simple escrito por Mark era un intento de Marty Robinson de difundir su mensaje, de asegurarse de que un acto espontáneo de resistencia se iba a transformar en algo más grande.
Una hora antes, la policía había hecho una redada en ese bar del barrio neoyorquino de Greenwich Village, era la segunda vez aquella semana, pero ahora se trataba de un viernes por la noche a la 1am, cuando estaba lleno de gente.
Alrededor de 200 clientes -lesbianas, hombres gays, personas transgénero, adolescentes fugados y drag queens- fueron expulsados a la calle. Una multitud se volvió contra los agentes que se refugiaron dentro por seguridad. Los homosexuales estaban acostumbrados a huir de la policía, pero esta vez eran ellos los que estaban a la ofensiva y los policías de retirada.
El movimiento por los derechos de los homosexuales no comenzó aquella noche, pero se revitalizó con lo que sucedió en las horas y días después del lanzamiento de la primera moneda.
Y todos los pasos dados desde entonces, como el matrimonio igualitario y una sociedad más receptiva, le deben algo a los jóvenes que se enfrentaron a la policía y a los activistas que se organizaron después.
Stonewall ha sido comparado con la acción de Rosa Parks. La negativa de Parks a ceder su asiento en un autobús en Alabama a un hombre blanco tuvo el efecto de dar vida al movimiento por los derechos civiles 14 años antes. Del mismo modo, Stonewall impulsó la lucha por la igualdad de la comunidad gay.
En los Estados Unidos de 1960, gays y lesbianas eran prácticamente forajidos, vivían en secreto y con miedo. Eran etiquetados de locos por los médicos, de inmorales por los líderes religiosos, de incontratables por el gobierno, de depredadores por los noticieros y de criminales por la policía.
Así que, ¿qué fue lo que de repente los empujó a la lucha en la noche del 27 al 28 de junio de 1969?
En el momento de la sublevación, las relaciones sexuales consentidas entre hombres o entre mujeres eran ilegales en todos los estados de EE.UU., excepto Illinois.
Las personas homosexuales no podían trabajar para el gobierno federal o el ejército, y si salían del armario les negaban la licencia para ejercer muchas profesiones, como el derecho o la medicina.
Las leyes en el estado de Nueva York fueron particularmente punitivas pese -o quizás, en parte, en respuesta a- a que un número creciente de hombres y mujeres homosexuales de todo el país se estaba mudando a la ciudad de Nueva York.
Miles de personas eran arrestadas cada año en esa ciudad por “crímenes contra la naturaleza”, prostitución o comportamiento lascivo.
Algunos acababan con sus nombres publicados en los periódicos, lo que les significaba perder el trabajo.
Había mucha ira porque la comunidad gay no tenía poder político para evitar esto, dice William Eskridge, un profesor de la Escuela de Derecho de Yale. “Era como un polvorín esperando a ser prendido”.
Los jóvenes gays no querían escribir cartas a sus regidores para que promulgaran o firmaran peticiones, explica.
En vez de eso, siguieron el ejemplo del movimiento contra la guerra, del black power (poder negro) y de aquellos que luchaban por la liberación de las mujeres. Su estrategia era simple: “Ve a las calles y crea problemas. Ataca, ataca, ataca”.
No había refugio para ellos en bares ni discotecas. Las leyes locales de bebidas alcohólicas en la ciudad de Nueva York se interpretaron de una manera tal que servir alcohol a gays y lesbianas podía acarrear el cierre de cualquier local con licencia, ya que lo convertía en un lugar “de desorden público”. Bailar con alguien del mismo sexo podía interpretarse como una ofensa “lasciva”.
A inicios de los años 60 comenzó una represión en los bares gay de la ciudad.
La mafia empezó a gestionar muchos de ellos, pero a pesar de esto, los clientes de Stonewall Inn lo consideraban un santuario, un lugar raro para expresarse y mostrarse afecto. Excepcionalmente, tenía una pista de baile.
A medida que las redadas se hicieron más frecuentes durante el verano de 1969, con una elección de alcalde próxima, el Stonewall Inn se convirtió en un objetivo obvio.
Era regentado por criminales y vendía alcohol sin licencia. También había rumores de que la mafia estaba chantajeando a sus clientes ricos. Pero la policía no tenía ni idea de en qué se estaba metiendo: la sensación de injusticia podía palparse, no solo por las redadas recientes, sino también por varios ataques llevados a cabo por justicieros.
Aquella noche, la más calurosa del verano, todo lo que necesitaba ese polvorín era una chispa.
Alrededor de seis agentes, incluidos los que dirigían la división de moral pública de la policía de Nueva York, cruzaron Christopher Street y entraron en el bar, donde ya había colegas encubiertos.
Las luces se encendieron, la música se detuvo y la policía ordenó a las personas que mostraran sus documentos de identidad a medida que iban saliendo.
Los clientes expulsados salieron a la calle. Al principio, el ambiente era festivo, dice Robert Bryan, que tenía 23 años entonces. Llegó al lugar poco después de la redada. “Había risas y bromas. La gente salía del bar haciendo poses y reverencias”.
Cuenta que el ambiente cambió cuando una drag queen fue atacada por uno de los agentes después de que esta le pegara con el bolso. La gente le empezó a tirar monedas a la policía. La situación empeoró cuando una lesbiana salió del bar y forcejeó con los agentes, que intentaban meterla en un auto.
Fue ahí cuando “los misiles” dejaron de ser céntimos y se convirtieron en piedras y botellas.
Cuando la policía se refugió dentro del bar, comenzó a agarrar y golpear gente, dice Bryan, quien lanzó una patada a un agente antes de huir mientras otro lo perseguía en vano. Cuando regresó, la policía estaba atrapada dentro del inmueble y, como más tarde revelaron ellos mismos, temiendo por sus vidas. Apenas eran un puñado mientras que, afuera, los manifestantes ya sumaban cientos.
Hubo disturbios.
“Era simplemente un momento emotivo, enloquecido por la adrenalina, completamente irracional”, explica Bryan.
Había un espíritu de multitud, cuenta, y se sentía como un estado de ensueño, de actuación sin restricciones. “Dios sabe que nunca hubiera pateado a un policía de haber estado yo solo. Por fin estábamos contraatacando y fue emocionante”.
La policía antidisturbios llegó para rescatar a sus compañeros, pero la violencia continuó. Al menos un agente fue atendido en el hospital por una herida en la cabeza y 13 manifestantes fueron arrestados.
Esa batalla había terminado, pero algunos de los presentes sabían que nada volvería a ser lo mismo.
La noche siguiente, la multitud fue más numerosa, tal vez en parte gracias a la tiza de Mark Robinson, pero también al reparto de folletos durante el día. Fue también más violenta y la policía adoptó un enfoque más potente y usó gas lacrimógeno.
Los basureros fueron incendiados y arrojados contra los agentes. Las protestas continuaron otras cuatro noches, la del miércoles fue particularmente violenta.
Pero la pregunta que había en muchas mentes cuando terminó el levantamiento era: a continuación, ¿qué?
Cuando Martha Shelley, de 25 años, se subió a una fuente de agua en un parque cerca de Stonewall exactamente un mes después de los disturbios, temió por su vida. Pero tenía un mensaje importante que decirle a los pocos cientos de personas que estaban allí: salgan de las sombras y “caminen bajo el sol”.
“Fue aterrador”, recuerda ahora, a sus 75 años. “Estaba en Harlem cuando dispararon a MLK (Martin Luther King) y eso ardió en llamas. Yo era consciente de que podía recibir un disparo”.
A instancias de ella y después de un agitado discurso de Marty Robinson, todos habían marchado a Stonewall Inn, algunos con bandas de color lavanda, tomados de la mano y cantando “Gay Power!” (“¡Poder Gay!”). Una vez allí, Shelley le dijo a la multitud que se dispersara ya que temía que se diera más violencia.
Esa fue la primera vez que los gays marcharon abiertamente en Nueva York, exigiendo igualdad. En Filadelfia, desde hacía unos años había un piquete anual frente al Independece Hall (Salón de la Independencia) liderado por la Mattachine Society, la primera organización importante de defensa de los derechos de los homosexuales. Pero eso era algo cortés, según Shelley.
“Yo fui a Filadelfia. Las mujeres tenían que usar vestidos. Lo odié con todo mi corazón. Caminamos con nuestros letreros y los turistas nos miraban como si nos hubiéramos escapado de un zoológico mientras comían sus helados. Pensé: ‘Esta no soy yo, es una farsa'”.
Antes de Stonewall, los activistas querían encajar en la sociedad y no agitar el barco. Pero después del levantamiento, las peticiones educadas de cambio se convirtieron en exigencias indignadas.
Este nuevo estado de ánimo se plasmó mejor en lo que se convirtió en la fuerza motriz más importante que emergió de Stonewall: el Frente de Liberación Gay (GLF por sus siglas en inglés). Se formó en cuestión de semanas y fue tanto una alianza flexible de grupos como una sola entidad.
El nombre era un guiño al Frente de Liberación Nacional que luchaba contra Estados Unidos en Vietnam. Cuando lo sugirieron en una reunión, Shelley se entusiasmó tanto que se hizo daño en la mano con su botella de cerveza y acabó sangrando. “Los disturbios no habrían hecho nada si no nos hubiéramos organizado después”, dice.
El GLF solo duró unos cuantos años, pero brilló durante ese tiempo, con una gama de problemas contra los cuales luchar.
“Era primordial tener control sobre tu propio cuerpo”, recuerda Shelley.
El GLF hizo alianzas con algunos de los principales grupos insurgentes de la época, como los Black Panthers. Sus miembros organizaron la primera marcha del Orgullo Gay y crearon un periódico llamado Come Out! que Shelley vendió en la calle.
Las reuniones del GLF fueron caóticas y hubo grandes desacuerdos sobre cuál era la mejor forma de avanzar. Pero su creación marcó el inicio de una nueva era que generó una ola de nuevos grupos como la Alianza de Activistas Gays (GAA, por sus siglas en inglés) y el grupo radical de lesbianas Lavender Menace (Amenaza Lavanda), del que Shelley fue fundadora.
Un año más tarde hubo un GLF en Londres y el movimiento se volvió global.
Hoy en día, existen miles de eventos del Orgullo Gay en todo el mundo. Pero sus inicios fueron humildes: la idea de una marcha más radical para exigir derechos surgió durante una cena de tres amigos poco después de Stonewall, dice Ellen Broidy.
El Día de la Liberación en Christopher Street, exactamente un año después de Stonewall, comenzó en Greenwich Village y recorrió 51 cuadras por la Sexta Avenida hasta Central Park. Según se reportó entonces, participaron entre 3.000 y 15.000 personas.
Lo más emocionante fue la cantidad de gente que se unió a lo largo de la ruta, asegura Broidy. “El mensaje central fue ‘Estamos aquí. Somos raros, acostúmbrense’. Pero sentí que era más que eso, se trataba de llegar y desempeñar nuestro papel en la revolución”.
“No creo que ninguno de nosotros estuviera marchando por el derecho de unirse al ejército o de casarnos”. Según ella, se buscaba más la anulación de los sistemas de opresión que un cambio legal.
Algunas mujeres estaban tan seguras de que habría violencia, que tomaron clases de autodefensa. Pero no la hubo. Otras ciudades de Estados Unidos pronto se unieron y, dos años más tarde, Londres tuvo su primer evento del Orgullo Gay.
“Era natural y necesario”, dice Broidy. “Si no hubiera sucedido primero en Nueva York en 1970, habría ocurrido en Londres o en Madrid o en la Ciudad de México”.
Hoy, el mensaje político todavía está ahí pero el Orgullo Gay se trata más de una celebración de la cultura gay con música y patrocinadores empresariales.
Broidy cree que algo se ha perdido en el camino.
“Creo que sería mucho más poderoso sin los flotadores y sin Citibank ni American Airlines. Sí, es un signo de progreso, pero en un mercado inequívocamente capitalista”.
Después de esa primera marcha del Orgullo Gay, el progreso se aceleró.
En la década siguiente, se eliminaron las prohibiciones federales que afectaban a gays y lesbianas y la profesión médica revirtió su creencia de que los homosexuales necesitaban tratamiento psiquiátrico.
En 1977, Harvey Milk se convirtió en San Francisco en uno de los primeros cargos públicos electos abiertamente homosexuales en Estados Unidos. Dos años más tarde, unas 100.000 personas participaron en una marcha nacional en Washington. Probablemente, en ese momento, esta fue la congregación más grande de homosexuales en la historia.
Muchas de las leyes contra la sodomía fueron eliminadas en la década de los 80, lo que hizo que la homosexualidad fuera efectivamente legal, aunque pasaron décadas para que, en 2015, el matrimonio gay se convirtiera en un derecho reconocido a nivel federal.
El progreso legal fue acompañado por un cambio en las actitudes: en la actualidad, tres de cada cuatro estadounidenses aceptan las relaciones homosexuales.
En 2019 y en Estados Unidos, aún quedan batallas por pelear: los gays pueden ser despedidos de sus empleos en muchos estados. Los activistas dicen que el gobierno de Donald Trump está haciendo que el país retroceda al retirar algunas de las libertades por las que tanto se luchó.
Pero la aparición del primer precandidato presidencial abiertamente gay (el demócrata Pete Buttigieg) sugiere que, en general, no se ha perdido el norte. Tal vez el mayor signo de progreso sea que los aspectos de Buttigieg que más curiosidad causan son su inusual apellido y su capacidad de hablar noruego, y no su sexualidad.
Ninguno de quienes pelearon esa noche contra la policía o marcharon en las calles podría haber predicho los avances que se lograron a partir de entonces. Por lo tanto, vale la pena reflexionar sobre todo lo que salió de esa redada policial en un bar de la mafia, dice David Carter, autor de”Stonewall: Los disturbios que desataron la Revolución Gay”, un libro considerado el relato definitivo de lo que sucedió.
“Es muy inesperado y muy inusual en la historia de la humanidad que algo que es un acto totalmente espontáneo haya cambiado para bien el curso de la historia de la humanidad”.
Este no fue el primer enfrentamiento de homosexuales contra la policía. Como recordó recientemente el periódico Los Angeles Times, la policía había sido bombardeada con rosquillas 10 años antes. Pero sí fue el más importante.
“Pasó de ser de tamaño microscópico a ser un movimiento masivo, ese es el significado histórico de Stonewall”, dice Carter. Pero también tiene un significado más profundo, opina. “Momentos como este adquieren un significado inspirador, así que, en términos de historia estadounidense, se compara con cuando MLK pronunció su discurso ‘Tengo un sueño’ en el Lincoln Memorial. O cuando los marinos levantaron la bandera sobre Iwo Jima”.
Pero, a diferencia de las otras historias famosas, la de Stonewall no se enseña en muchos colegios. Sin embargo, se la recuerda de otras maneras: en películas, libros e incluso en el patrimonio. En 2016, el área alrededor de Stonewall fue designada monumento nacional y a primeros de junio, el Departamento de Policía de Nueva York se disculpó por la redada.
Entonces, ¿qué pasó con Mark Segal, el adolescente a quien su amigo Marty le entregó la tiza?
Cuando se hizo la redada en Stonewall Inn, solo llevaba seis semanas en Nueva York y se alojaba en el albergue YMCA por US$6 la noche. La resistencia no era nada nuevo para él, su primer acto de rebelión fue cuando siendo un niño judío se negó a cantar Onward Christian Soldiers (“Adelante Soldados Cristianos”) en su escuela en Filadelfia.
Afuera de Stonewall esa noche, pensó: “Estamos luchando por nuestros derechos, al igual que las mujeres, los afroestadounidenses y otros lo hicieron a lo largo de la historia”.
Esa noche, la policía era un símbolo, dice. “Era la sinagoga, la familia a la que no le podía contar la razón por la que tuve que abandonar la ciudad que me encantaba y mudarme a Nueva York. Representaba la religión, los medios de comunicación, el gobierno. Todas las personas que nos empujaron”.
Pero Stonewall no fue solo una pelea, fue un espíritu y le dio un propósito a Segal, según admite: juró dedicar el resto de su vida a una nueva vocación.
Esto lo llevó primero al GLF, donde ayudó a dirigir su avance entre los jóvenes. También asumió otra misión: conseguir que los gays fueran lo más visibles posible para el público estadounidense. Lo hizo a través de una estrategia de desorden público. O, como se les conocía, “zaps”.
En 1973, irrumpió en el noticiero de horario estelar del canal CBSpresentado por la leyenda de la televisión Walter Cronkite, donde fue visto por 60 millones de personas sosteniendo un cartel que decía: “Los gays protestan contra los prejuicios de CBS”.
Luego creó un periódico gay en Filadelfia. Su trabajo en el campo de la igualdad le valió una audiencia con el presidente Barack Obama.
Antes de que le dieran ese pedazo de tiza hace 50 años, cuando era un adolescente sin un céntimo encima, nunca podría haber imaginado el camino que seguiría.
“Nunca hubiera dicho que algún día estaría bailando con mi esposo en la Casa Blanca. Así que lo que le diría a alguien que es joven y esté pensando en salir del armario sería ‘Sueña en grande’“.