"La señora nos dijo que íbamos a un picnic, a un día de campo. Obviamente estábamos muy emocionadas". Ella es Salimata, y cuando tenía 5 años fue sometida a una mutilación genital femenina (MGF) o ablación de clítoris.
“Realmente no me gustó el hecho de que nos engañaran”.
“Podía escuchar a alguien gritando mientras dos o tres personas nos sujetaban para mantenernos quietas”.
“Entonces te cortan algo en el cuerpo, pero no sabes lo que es ni por qué lo están haciendo”.
Salimata creció en París, pero a menudo visitaba a sus familiares en Senegal, donde su madre se sentía presionada para cumplir con las tradiciones, y aceptó que sometieran a la niña a una MGF.
“En una ocasión mi madre rompió a llorar y me dijo que ella no quería que yo, su hija, fuera sometida al procedimiento. Yo también rompí a llorar…”.
La MGF es un procedimiento en el que los tejidos de los órganos genitales de la mujer son deliberadamente cortados, lesionados o eliminados parcial o totalmente con el objetivo de eliminar el placer sexual.
No hay ninguna razón médica para este procedimiento.
Es algo que algunas comunidades llevan a cabo por razones culturales o religiosas y a menudo se realiza en niñas de hasta 15 años, aunque es más común llevarla a cabo antes de la pubertad.
El procedimiento es muy doloroso y puede dañar seriamente la salud de la mujeres y niñas.
También puede causar problemas de largo plazo con las relaciones sexuales, el parto y de salud mental.
“Cuando eres niña esto puede ser sumamente perturbador”.
La MGF está prohibida en muchos países del mundo. La ONU adoptó en 2012 una resolución que prohíbe su práctica.
Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud calcula que aproximadamente unas 140 millones de mujeres están afectadas por la mutilación genital actualmente.
En Reino Unido, por ejemplo, donde la MGF es ilegal y se considera una forma de abuso infantil, se cree que hay unas 137.000 mujeres y niñas que han sido sometidas al procedimiento en Inglaterra y Gales.
Impacto
Salimata cuenta que estaba muy enojada y que culpó a su padre por no evitar que la sometieran al procedimiento.
Antes de que él muriera, dice, le habló y le explicó el impacto que la mutilación había tenido en ella.
“Pude hablarle y contarle sobre la forma como me dolía, los muchos doctores a los que había tenido que ir y sobre cómo ahora no sé si es por esto que no he podido tener un hijo”.
Su padre lloró, le pidió disculpas y llamó a sus familiares en Senegal, recuerda Salimata. Como resultado, dice, se canceló “una reunión” y se salvó a 50 niñas de ser sometidas a MGF.
“Poco a poco me di cuenta de que, en realidad, yo tenía los medios dentro de mi para cambiar las cosas. No me considero una víctima, al contrario, soy una vencedora”, afirma la joven.
Salimata vive ahora en Inglaterra y se dedica a hacer campañas para que se evite esta dañina práctica y para destruir los estigmas que la rodean.
Para ello trabaja con la policía y en los colegios tanto en Reino Unido como en otros países.
“Tenemos que hacer algo. La gente tiene que entender de qué se trata, y tenemos que quitar la palabra ‘tabú’ para detener la MGF.
“A mi me sometieron a esto, y no quiero que nadie más sea sometido a ello. Es algo que no es necesario”.