En un suburbio de El Paso (Texas, EE.UU.) llamado Horizon City, una fila de casas de aspecto uniforme se asienta sobre la tierra plana y desértica.
En la puerta de una de ellas hay un letrero que dice: “Familia García”. En su interior vive un joven de 15 años que hace pocos días perdió a uno de sus mejores amigos en el tiroteo masivo más mortífero de la historia moderna de la ciudad.
Son las siete de la mañana y Román García no tiene ganas de ir a la escuela, la misma en la que todos los días jugaba al fútbol durante la pausa de almuerzo junto a su amigo Javier Amir Rodríguez, quien con tan solo 15 años fue la víctima más joven de la masacre ocurrida el pasado sábado en una megatienda Walmart.
La tarde anterior, Román lloró sin parar por las más de dos horas que duró una ceremonia conmemorativa que la secundaria realizó en honor a su joven amigo.
“Lo conozco desde los 11 años. Siempre sonreía, no buscaba problemas, siempre llevaba una bolsa de chips o una golosina al salón de clases”, dijo el joven, que al finalizar el acto se deshizo en abrazos con otros de sus compañeros de clase, muchos de ellos con las caras hinchadas de tanto llorar.
Al menos 22 personas, incluidos 8 ciudadanos mexicanos, fallecieron baleados el sábado. Son casi el mismo número de víctimas por homicidio en El Paso durante todo el año pasado (23, de acuerdo a cifras de la policía).
La mayoría de los fallecidos eran de origen hispano, lo que ha provocado que se le califique como el peor ataque contra los latinos en la historia de Estados Unidos.
Días después de la tragedia que sacudió a una ciudad amable y apacible, la vida sigue. Y familias como los García reinician sus rutinas, aunque quede la consternación y preguntas sobre qué lugar ocupan realmente en Estados Unidos.
La casa de los García, podría decirse, es bien “tejana”: hay fotografías de una fiesta de quinceañera, trofeos al mejor conductor de tractores y una enorme televisión. En la habitación de Román hay un afiche de la virgen de Guadalupe y afuera está estacionada la camioneta pick-up de la familia.
Norma y Ramón García son padres de cuatro hijos, ella es de Ciudad Juárez y él de El Paso. En el hogar conviven el español e inglés. Ramón es conductor de camiones, una profesión a la que se dedican muchos en la ciudad. En su pierna tiene un tatuaje que dice “El Paso” y en el brazo otro que dice “US Navy” junto a un ancla.
“Él es veterano”, explica Norma. “Es tan americano [estadounidense] como cualquier otro y ha peleado por su país. ¿Cuál es la diferencia? ¿Que no es blanco?”, continúa con rabia.
Cuando ocurrió el ataque, Norma y varios de sus hijos miraban angustiados las noticias en sus teléfonos. Ahí fue que Román vio una publicación en Instagram que informaba de la desaparición de su amigo Javier.
“Sus amigos queríamos buscarlo pero nuestros padres nos dijeron que era peligroso. Cuando finalmente supe, estaba devastado”, dice el joven.
Mientras tanto, la hija de seis años de la pareja empezó a llorar y les pedía que no salieran de la casa, según cuenta Norma.
“Siempre ha habido racismo hacia nosotros [los latinos] pero ahora es peor y viene de arriba”, advierte Norma en referencia a declaraciones del presidente estadounidense, Donald Trump, que han sido tachadas como anti-inmigratorias y denigrantes hacia los latinos.
“¿Nos tienen miedo a nosotros? Si ves quiénes han sido los atacantes detrás de estos tiroteos, muchos son muchachos blancos”, recalca.
Tras la masacre, Trump urgió condenar “el racismo, fanatismo y el supremacismo blanco”. Pero en esta casa de familia existe la preocupación de que puedan seguir siendo blanco de ataques.
“Nunca había visto algo como esto en 49 años”, lamenta Ramón.
Además de la poca frecuencia de hechos violentos en una ciudad donde el 83% de sus residentes son de origen latino, la familia argumenta que el ataque fue dirigido a lo que representa el núcleo de una identidad que les enorgullece.
“Para nosotros, Juárez y El Paso son la misma cosa, todos se conocen aquí”, dice Ramón. “Aunque es una ciudad grande, parece un pueblo pequeño”.
Con desánimo, Román se viste y se monta en el auto de su madre para ir a la escuela.
En la secundaria de Horizon hay fotografías de Javier Rodríguez pegadas en la puerta y una pancarta naranja con mensajes que honran sus memoria.
“Es difícil estar aquí porque solía ver a Javier en estos pasillos todos los días y ahora no está”, dice el joven, que comparte el sentimiento con varios de sus compañeros.
De los 1.500 estudiantes del instituto, el 95% son de origen latino. Son jóvenes bilingües que han adoptado elementos de las culturas mexicana y estadounidense.
Román dice que todavía no entiende cómo algo así pudo haberles pasado. Y reflexiona sobre qué hubiese hecho de tener la oportunidad de conocer al atacante antes de que llevara a cabo la matanza.
“Le habría mostrado nuestra cultura para que viera que no somos malas personas”.