"La nariz", "adorable criminal" o "el padrino holandés".
A Willem Holleeder se le conoce en Holanda con numerosos apodos, algunos incluso benevolentes para la gravedad de los crímenes por los que fue condenado este jueves.
El gánster más famoso del país europeo fue declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua por encargar los asesinatos de una serie de personas que se movían en el mundo del crimen organizado.
Uno de los hombres que ordenó matar era Cor van Hout, su amigo, cuñado y socio.
Esta es su historia.
Willem Holleeder, de 61 años, tuvo una agitada adolescencia, época en la que formó parte de una pandilla que ayudaba a propietarios de viviendas a expulsar okupas. También estuvo involucrado en varios robos.
Pero Holleeder adquirió notoriedad en los años 80 por el secuestro a punta de pistola del magnate de la cerveza Alfred Henry “Freddy” Heineken.
El secuestro de Heineken fue organizado por una banda a la que pertenecían Holleeder y Van Hout.
Mantuvieron al presidente de la cervecera y su chófer retenidos durante tres semanas hasta que se pagó un rescate, de unos US$15 millones de la época.
Holleeder fue a la cárcel por aquello.
Sin embargo, como se demostró después, en lugar de aprender la lección se convirtió en un criminal más desalmado.
Así fue que se adentró en el mundo de la droga y se rodeó de criminales a los que no tuvo recelo en eliminar cuando se convirtieron en un obstáculo.
Los asesinatos por los que se condenó a Holleeder se produjeron a partir del año 2000:
Análisis de la corresponsal de la BBC en Holanda, Anna Holligan
Los familiares de las víctimas de Holleeder rompieron en aplausos cuando se leyó el veredicto de culpabilidad en el tribunal.
Holleeder fue descrito como un hombre de múltiples caras, sin escrúpulos y con un alto riesgo de reincidir.
Considerado intocable en el pasado, el gánster más notorio de Holanda pasará el resto de su vida tras las rejas, gracias principalmente a los cruciales testimonios aportados por tres mujeres.
Sus hermanas y su exnovia arriesgaron sus vidas para recolectar y compartir pruebas incriminatorias -incluidas conversaciones grabadas- que demostraron que Holleeder era culpable de matar a rivales y antiguos amigos.
Apodado “la nariz”, por su rasgo más prominente, el haber estado en prisión anteriormente no convirtió a Holleeder en un paria público. Al contrario, a menudo se le llamaba “criminal adorable” e incluso aparecía en programas de televisión y posaba para selfies en la calle.
Al tiempo que los parientes celebraban, el hombre responsable de su sufrimiento fruncía el ceño.
Holleeder todavía tiene influencia en el submundo criminal: algunos de los asesinatos los encargó desde su celda.
Tras varias entradas y salidas de prisión, el proceso por el que ahora fue condenado comenzó en 2015.
La fiscalía sustentó su caso en los extraordinarios testimonios de Astrid y Sonja Holleeder y de Sandra den Hartog, hermanas y exnovia del criminal respectivamente.
La intervención más determinante fue la de Astrid, de 52 años, que grabó en secreto algunas conversaciones con Willem para poder incriminarlo.
Astrid tuvo que esconderse y renunciar a su exitosa carrera como abogada penal.
Su perturbadora autobiografía, “Judas, una crónica familiar“, en la que relata su traumática vida es un éxito de ventas en Holanda.
Pero Astrid Holleeder es prácticamente invisible.
Duerme en casas de seguridad y maneja un auto a prueba de balas. Posee un cajón lleno de narices y dientes falsos. Cuando sale lo suele hacer disfrazada.
“Tenía que pasar algo para parar a Willem”, le dijo Astrid a la BBC el año pasado.
“Sé que quiere matarme y no le culpo por ello. En el día hay muchos momentos en que cualquiera puede estar ahí y dispararte. Es algo que siempre va conmigo. Realmente me siento como Judas. Le traicioné”.
La otra hermana, Sonja, era esposa del socio de Holleeder Cor van Hout y también presentó pruebas contra Willem.
En su fallo, el juez dijo que estos testimonios y pruebas supusieron “una importante contribución para probar que Holleeder cometió los actos de los que se le acusaba”.
Hubo un tiempo en que Astrid veía a Willem como un héroe.
“Era esa gran figura, fuerte, tan distinto de nuestro padre… Lo respetaba mucho. Siempre tenía dinero en el bolsillo, manejaba grandes autos, tenía novias preciosas”, le dijo Astrid a la BBC.
Su vínculo se forjó en parte por el miedo que le tenían a su padre, un hombre brutal y alcohólico que pegaba a la madre y atormentaba a los hijos, y que trabajaba en la fábrica de Heineken en Ámsterdam.
Para Astrid, la vida de la familia estaba “empapada en Heineken”.
Las grabaciones secretas obtenidas por Astrid y Sonja se escucharon durante el juicio.
En ellas se pudo oír a Holleeder profiriendo dolorosos insultos contra Sonja, como “puta cancerígena”.
Ese lenguaje abusivo y vulgar ayudó a difuminar la imagen de Willem Holleeder como un canalla encantador y terminó por conducirlo a la cárcel de por vida.