Aunque está en Nueva York, donde su juicio arranca este martes, el narcotraficante mexicano Joaquín "El Chapo" Guzmán todavía está presente en Sinaloa, el estado del noroeste de México que lo vio nacer.
El exjefe del cártel de Sinaloa, de 61 años, está acusado de enviar 155 toneladas de cocaína a Estados Unidos, a donde fue extraditado el 19 de enero de 2017 y donde su juicio iniciará con los primeros alegatos de los fiscales y su defensa.
Pese a la distancia y la gravedad de los cargos que enfrenta, su figura es casi permanente en las calles de Culiacán, la calurosa capital de Sinaloa, y donde instaló un reino basado en el amor y el miedo, en partes casi iguales.
Ahí se venden todavía figurillas con su imagen cargando un rifle y gorras con el número 701, el puesto que ocupó en la lista de multimillonarios de Forbes de 2009, cuando se le calculaba una fortuna de 1.000 millones de dólares.
Además, su historia, incluidas sus dos espectaculares fugas de prisión, ha inspirado series de televisión y películas.
“El Chapo fue muy mediático, le dio por ser histriónico y eso lo colocó más en los reflectores. Además porque sus fugas y sus persecuciones parecían ya todo una película”, dice a la AFP Tomas Guevara, sociólogo de la Universidad de Sinaloa.
Quizá más importante que eso, la organización que fundó sigue siendo uno de los cárteles más importantes del país, aunque otros grupos como el violento Cártel Jalisco Nueva Generación han comenzado a disputarle poder.
“El Cártel de Sinaloa sigue funcionando como antes. La captura y la extradición del Chapo Guzmán fue una cosa simbólica”, dice Mike Vigil, exagente de la DEA.
“El cártel sigue funcionando porque tienen a Ismael ‘Mayo’ Zambada y posiblemente es hasta más astuto que El Chapo porque él ha dirigido el cártel de Sinaloa desde que cayó El Chapo Guzmán”, agrega.
Sinaloa carga la tradición de ser cuna de algunos de los narcotraficantes más famosos de México, incluido Guzmán. Ahí nacieron históricos líderes del crimen organizado como Ernesto Fonseca (1942) y Rafael Caro Quintero (1952), quienes dominaron el narcotráfico en la década de los ochenta.
Esa tradición dio origen a una “narcocultura”, el reflejo del narcotráfico en medios como la música o la ropa.
Ese reflejo también aparece en el cementerio Jardines de Humaya, ubicado a las afueras de Culiacán. Ahí, en lujosas tumbas con cristales a prueba de balas, cúpulas parecidas a las de una catedral y aire acondicionado, están enterrados algunos capos de la droga.
Una de las tumbas más conocidas es la de Arturo Beltrán Leyva, conocido como “el Jefe de Jefes”, quien pasó de ser socio del Chapo Guzmán a su enemigo y murió en un enfrentamiento con la Marina en 2009.
En ese panteón se observan algunas patrullas de la policía y autos con vidrios polarizados. También se escuchan las leyendas de quienes son sus inquilinos más famosos, aunque es difícil encontrar sus tumbas porque las autoridades del cementerio han comenzado a restringir el acceso.
A unos kilómetros de ahí, se encuentra la capilla de Jesús Malverde, conocido coloquialmente como el “santo de los narcos”, quien según la leyenda fue un bandido que robaba a los ricos para dar a los pobres al estilo Robin Hood.
Su capilla está adornada con billetes y muestras de agradecimiento de sus fieles.
Guadalupe Bustamente se acercó a la capilla de Malverde cuando le diagnosticaron cáncer y confía en que las leyendas que hay detrás del “santo”, a quien no reconoce la Iglesia católica, le ayuden.
“Yo no sé qué tan grande sea la fe de ellos (de los narcotraficantes), pero me imagino que ha de ser muy grande porque les ha resuelto problemas muy grandes y serios. Cuestiones de vida o muerte porque la realidad (del narcotráfico) es así aquí”, dice la mujer de 35 años poco antes de hincarse a rezar.
Aunque muchas personas prefieren no hablar en voz alta sobre los cárteles en Sinaloa o dan respuestas evasivas, hay una relación con el narcotráfico.
“La idea original de los narcos -y por eso se ganaban el cariño de la gente- es que hacían la carretera al pueblo, daban dinero para la construcción de la Iglesia, le hacían una casota a la mamá, metían el alumbrado público”, dice Guevara.
“Cosas que el Estado debía hacer, ellos las hacían”, agrega.
Más allá de esa cultura, el crimen organizado continúa traduciéndose en violencia en México, donde hay unos 200.000 muertos desde que el gobierno lanzó un polémico operativo contra los cárteles.
Hay también unos 37.000 desaparecidos.
María Isabel Cruz es una de las caras visibles de esa violencia. La mujer busca en fosas a su hijo desaparecido en 2017, quien se desempeñaba como policía municipal en Culiacán.
“Aquí en Sinaloa existía (el narcotráfico) pero estaba muy callado. Nadie se atrevía a levantar la voz. Nadie se atreve a gritar como lo he gritado yo”, dice Cruz, quien dirige desde entonces un grupo integrado por un centenar de mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos.
Con información de: