Más promiscuos, precoces y sin miedo al riesgo, los jóvenes protagonizan hoy un nuevo destape sexual en Chile que ha duplicado en siete años la tasa de infecciones de VIH, la más alta de la región, inquietando a las autoridades de este país con fama de conservador.
En 2017 se contabilizaron en Chile 5.816 nuevos infectados por VIH (virus de inmunodeficiencia humana), un incremento del 96% frente a los 2.968 de 2010, con los jóvenes de entre 15 y 29 años liderando las nuevas infecciones.
“Hay un cambio en el comportamiento sexual de los jóvenes chilenos, que tiene que ver con nuevas formas de experimentar la sexualidad”, explica a la AFP Claudia Dides, de la Corporación Miles, una ONG que defiende los derechos sexuales y reproductivos.
El cambio más sustancial está en las motivaciones que llevan ahora a los jóvenes a tener relaciones sexuales, condimentadas a menudo con el abuso del alcohol y las drogas.
“Ya no tienen que ver con afectos o pasiones, son encuentros solamente. Se perdió completamente la clasificación que se usa usualmente entre homosexual y heterosexual, ahora los jóvenes tienen encuentros sexuales de distintas connotaciones”, dice el infectólogo Carlos Beltrán, miembro de una comisión especial del ministerio de Salud encargada de elaborar un nuevo programa de prevención del sida en Chile que será anunciado en los próximos días.
Pero el cambio se ha dado a una velocidad distinta de lo que evoluciona el resto de la sociedad, especialmente de las élites políticas, marcadamente conservadoras, y sin la educación sexual adecuada.
“Hay una disociación total entre los discursos y las prácticas; ni el gobierno ni los parlamentarios se quieren dar cuenta de eso, por tanto, las políticas públicas van 30 años atrasadas”, dice Claudia Dides.
Sin educación sexual formal en los colegios desde al menos una década por la oposición principalmente de los grupos conservadores, el 71% de los jóvenes chilenos se declara sexualmente activo aunque solo 30% se ha realizado alguna vez el test para detectar el sida.
El reconocimiento de las conductas riesgosas de contagio de VIH como de las no riesgosas también es bajísimo (20%), según datos del Instituto Nacional de la Juventud (Injuv).
Y en una de las conductas que más sorprende, el uso del condón bajó del 30% al 22,1% entre los jóvenes de 15 y 24 años (2016-17), de acuerdo con datos del ministerio de Salud, debido principalmente a una menor percepción de riesgo de contagio del VIH tras convertirse en una enfermedad crónica.
“La representación social del VIH es muy distinta hoy que hace un tiempo atrás: hay una cierta banalización o normalización de la epidemia”, dice a la AFP el represente de ONU Sida para Chile, Carlos Passarelli.
“Los jóvenes chilenos ya no le tienen miedo al sida. De hecho, están dispuestos a exponerse voluntariamente al virus teniendo sexo con personas infectadas”, agrega por su parte Carlos Beltrán.
“Por favor, háganse el examen” del sida, ruega a los jóvenes Carolina del Real, volcada a dar charlas de prevención tras ser diagnosticada hace siete años de VIH. Rubia, de ojos verdes y apellido compuesto, como suele presentarse con algo de sarcasmo, estuvo a punto de pagar con su vida la serie de prejuicios que aún rodean al VIH en Chile.
“Nadie se atrevió siquiera a pensar que podía ser necesario hacerme el examen. Ni yo tenía presente el examen tampoco”, cuenta a la AFP, después de deambular por una serie de doctores en busca de respuesta a la serie de infecciones que la aquejaban.
Tras superar una neumonía que la tuvo al borde de la muerte, decidió hacer público su relato para que nadie más volviera a caer víctima de los prejuicios. “Salí de la clínica contando lo que me había pasado a mis amigos y a los amigos de mis amigos. Sentí la necesidad de decir: ¡Por favor atinen, háganse el examen, esto pasa!”.
“En el día a día es bien normal (…) pero me siento vulnerable”, dice Carolina, que toma todas las noches los antirretrovirales que le suministra el Estado de Chile, donde el tratamiento está garantizado.
Pero todavía lucha a diario por superar los prejuicios. Nunca más pudo encontrar un trabajo estable. Por su enfermedad, no puede acceder a ningún seguro ni a créditos bancarios.
“¿Qué pasa si me muero sola y vieja? Si a los 37 años a veces una fiebre me deja inmovilizada, ¿cómo va a ser mi vejez?”, se cuestiona.
“Nunca me imaginé que el VIH podía para mí ser una posibilidad de encontrar un sentido más interesante a mi vida, de dejar el mundo un poquito mejor al de cómo lo recibí. Convertí mi enfermedad en una oportunidad pero si me preguntas si hubiera preferido no tener VIH, por supuesto que hubiera preferido no tenerlo”, concluye.
Con información de: Paulina ABRAMOVICH © Agence France-Presse