Millones de dólares en coimas para legisladores, policías de élite y periodistas en Colombia; prostitutas, regalos y apartamentos para agentes de la DEA: en los años '90, no había nada o casi nada que el excapo del narcotráfico colombiano Juan Carlos "Chupeta" Ramírez no pudiera comprar.
Testigo del gobierno estadounidense en el juicio de Joaquín “Chapo” Guzmán en Nueva York, el Chupeta, de 55 años, era el jefe del cartel colombiano del Norte del Valle, y desde 1990 hasta 2007 envió al Chapo decenas de toneladas de cocaína para que las cruzara de México a Estados Unidos.
Este martes, en su tercer día de testimonio, reveló al jurado que pagó al menos 10 millones de dólares en sobornos a legisladores colombianos en la década del ’90 para que rechazaran restablecer la extradición, y que llegó a pagar una vez un millón de dólares a un legislador colombiano a cambio de una carta de salvoconducto.
También relató que donó al menos medio millón de dólares para la campaña presidencial de Ernesto Samper, y que sobornó a periodistas colombianos de “televisión, periódicos” para que no se publicase información sobre él. “Hacía pagos de corrupción a la prensa”, afirmó.
A los agentes de la agencia antidrogas estadounidense (DEA) en Colombia, el Chupeta contó que les enviaba prostitutas y regalos, incluido apartamentos, a través de policías colombianos de élite que corrompía.
Incluso años después del arresto y extradición del Chupeta, los regalos siguieron. En 2015, la noticia de que agentes de la DEA en Colombia participaron en orgías financiadas por carteles y recibieron dinero, armas y regalos del narco provocó la caída de la directora de la agencia antidrogas.
El Chupeta amasó una fortuna de más de 1 mil millones de dólares enviando unas 400 toneladas de cocaína en aviones, barcos pesqueros y semisumergibles a Estados Unidos vía México, hasta su arresto en Brasil en 2007, cuando le incautaron 120 millones de dólares en efectivo y en oro.
Vivía a todo lujo: tenía varias casas, un yate, una colección de relojes y valiosas obras de arte, entre ellas dos pinturas del colombiano Fernando Botero estimadas en medio millón de dólares cada una, cuyas fotos fueron mostradas al jurado.
Pero no le temblaba la voz al ordenar asesinatos, lo cual hizo unas 150 veces, según sus propios informes contables donde registró los pagos a los sicarios.
“Es imposible ser el líder de un cartel en Colombia sin que haya violencia“, se justificó ante el abogado defensor William Purpura, a cargo de su contrainterrogatorio.
Contó que mandó matar por ejemplo a 36 familiares o colaboradores de su exsocio Víctor Patiño, alias “La Fiera” o “el Químico”, que fue detenido y extraditado a Estados Unidos y estaba colaborando con las autoridades.
Uno solo de esos asesinatos, de un hermano de Patiño, “Tocayo”, le costó 338 mil 776 dólares en sicarios, según sus libros de contabilidad.
Chupeta no recuerda todos los asesinatos que ordenó, ni sabe todos los nombres de sus víctimas.
“No los he contado“, dijo el testigo, cuya apariencia es extraña como resultado de sus múltiples cirugías plásticas para modificarse el rostro a las que se sometió en Brasil: implantes en los labios y en los pómulos, una nueva nariz, ojos estirados, trasplante de pelo, un hoyuelo en la barbilla.
También mató él mismo a un hombre en 2004, a quemarropa, disparándole en la cara a menos de un metro de distancia.
Purpura, que buscó socavar su credibilidad como testigo, hizo la cuenta, y dijo al jurado que si el Chupeta logra reducir su pena cinco años a 25 años de cárcel, lo mínimo que establece su acuerdo de cooperación con la fiscalía, pasaría en prisión apenas “60 días por asesinato”.
El Chapo, considerado uno de los mayores jefes del cartel mexicano de Sinaloa, de 61 años y extraditado a Estados Unidos hace casi dos años, es acusado de traficar más de 155 toneladas de droga a este país. Si es hallado culpable puede ser condenado a cadena perpetua.