Nikki Haley, que anunció el martes que renunciará al cargo de embajadora estadounidense ante la ONU a fin de año, era prácticamente desconocida cuando se unió al gabinete de Donald Trump.
Pero en menos de dos años en el puesto, la popular exgobernadora de Carolina del Sur de 46 años, de posiciones conservadoras y sin pelos en la lengua, se convirtió en una de las voces más fuertes de la política exterior estadounidense.
Es tan conocida por sus impecables trajes y altísimos tacones como por su acérrima defensa de Israel y feroces críticas de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua e Irán. Y también de Rusia, mucho más que su jefe.
Su cuenta Twitter, que Haley utiliza frecuentemente para comunicar sus posiciones políticas pero también para comentar su vida familiar o publicar fotos de su perro, cuenta con más de 1,66 millones de seguidores.
Hija de inmigrantes indios, criada como sij pero cristiana declarada, Haley representa una codiciada cuota étnica en el casi íntegramente blanco gabinete de Donald Trump.
Nacida en 1972 en Carolina del Sur, Nimrata “Nikki” Randhawa -Haley es el apellido que heredó de su marido, un oficial de la Guardia Nacional de su estado natal- tuvo una ascendente carrera política que parece destinada a continuar.
Arrancó con toda la fuerza en la ONU, y en poco tiempo opacó al entonces secretario de Estado Rex Tillerson.
Hace un año la revista Time colocó a esta madre de dos hijos en portada como la cara de “las mujeres que están cambiando el mundo”. Y en marzo la revista Foreign Policy publicó un artículo sobre sus ambiciones presidenciales titulado “Candidata Haley”.
Pero Haley lo negó. “No, no me postularé para 2020”, dijo el martes en la Casa Blanca, con el presidente a su lado. “No tengo decidido adónde quiero ir”.
Algunos observadores señalan que despegarse de Trump antes de una eventual candidatura le beneficiaría.
Sus discrepancias con el presidente no siempre quedaron en privado, y se ganó la reputación de ser una mujer de carácter fuerte, capaz de hacer frente al imprevisible mandatario en vez de obedecerle ciegamente.
Durante el reciente debate sobre la nominación del juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh, acusado de la agresión sexual de una joven cuando era adolescente, Haley optó por destacar la importancia de escuchar a las presuntas víctimas.
Ya en diciembre de 2017 había indicado que las mujeres que acusan al propio Trump de conducta sexual indebida “deben ser escuchadas”.
Durante la reciente asamblea general de la ONU en septiembre, decidió salir del emblemático edificio para arengar a los manifestantes opositores venezolanos frente al edificio con un megáfono, una conducta extremadamente inusual para cualquier embajador.
“¡Continuaremos luchando por los venezolanos hasta que Maduro se vaya!”, les gritó.
Ya había estado en Colombia, junto a la frontera con Venezuela, conversando con inmigrantes venezolanos que huían de la escasez de alimentos y medicinas.
Logró que el Consejo de Seguridad discutiera dos veces la crisis humanitaria en Venezuela y la violenta represión de manifestantes por parte del gobierno de Nicaragua, aunque el órgano solo debate en teoría casos que afectan la seguridad y la paz en el mundo.
También viajó a Honduras y Guatemala, a Sudán del Sur, a Israel y a la República Demócratica del Congo.
Pero tuvo algunos traspiés, como cuando anunció que Trump presidiría una reunión del Consejo de Seguridad únicamente sobre Irán durante la Asamblea General de la ONU.
Como eso hubiera permitido a los iraníes sentar en la misma mesa a su líder Hasán Rohani, la Casa Blanca decidió ampliar el tema a la lucha contra las armas de destrucción masiva.
En abril anunció sanciones a empresas rusas que contribuyan al programa de armas químicas de Siria, pero la Casa Blanca lo negó al día siguiente y un funcionario aseguró que la embajadora se había confundido.
“Con todo el debido respeto, yo no me confundo”, replicó Haley.
Su acérrima defensa de Israel le trajo elogios y críticas.
No consiguió convencer a los demás países miembro de la ONU de apoyar la decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Y se ganó la bronca de los mayores aliados europeos de Washington, Gran Bretaña y Francia, cuando Trump decidió retirarse del acuerdo nuclear con Irán.
Su poder declinó un poco en los últimos meses, con la llegada de pesos pesados como Mike Pompeo al Departamento de Estado y John Bolton al Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.
Con información de: © Agence France-Presse