Los familiares que quieren entrar a la zona, sin embargo, no tardan mucho en saltarse la prohibición de la policía.
Los familiares y sobrevivientes de la tragedia que provocó el domingo el volcán de Fuego, en el sur de Guatemala, regresaron el viernes a la zona cero desesperados por localizar a los 197 desaparecidos tras la devastación, pese a la actividad del coloso.
José Alfredo Urdiales arranca con la ayuda de su primo Marvin el tejado de chapa de la casa de sus padres, en el pueblo de San Miguel Los Lotes, donde se calcula que hay cientos de cadáveres sepultados, según la opinión generalizada de los que vivieron en la zona.
Ambos hacen caso omiso a la advertencia que emitió el jueves el organismo encargado de la prevención de riesgos ante desastres naturales, la CONRED, de no permanecer en la zona sureste del volcán, debido al “descenso de flujos piroclásticos” que podrían generar una “cortina de ceniza” que alcanzaría los 6.000 metros de altura.
La erupción el domingo del Volcán de Fuego cubrió la casa de Urdiales hasta el tejado y el interior está repleto de ceniza. Los dos jóvenes cavan para encontrar a sus parientes sin ninguna esperanza de encontrarlos con vida, después de que las autoridades suspendieran el miércoles temporalmente las tareas de búsqueda.
“Creo que no están vivas, pero queremos recuperar los cuerpos para poderles dar cristiana sepultura”, explica Marvi Uriales, que carga un machete con una hoja de más de medio metro y una pala, las únicas herramientas con las que cuenta para buscar a sus tíos enterrados.
La parte superior del manto de ceniza que cubre San Miguel Los Lotes se ha convertido en material compacto, debido a las lluvias caídas en los últimos días, que también han provocado varios corrimientos de tierra en la parte alta del volcán.
La policía agrandó el perímetro de seguridad para evitar otra tragedia, porque el volcán ha amenazado en las últimas horas con más actividad, expulsando densas columnas de gas y ceniza a cientos de metros de altura.
Los familiares que quieren entrar a la zona, sin embargo, no tardan mucho en saltarse la prohibición de la policía. “Usted no es un damnificado, no sabe lo que sentimos. Tenemos que ir a buscar a nuestros familiares”, le grita desde el interior de una camioneta un hombre que transporta en la parte trasera del vehículo a cinco personas más.
José Ascón, de 30 años, llega a San Miguel Los Lotes para buscar a su padre, a un hermano y a la esposa y tres hijos de éste. Caminó casi 20 kilómetros, la distancia que hay entre el pueblo y el primero de los tres puntos de control que ha montado la policía en la ruta nacional 14.
“Nunca volveré a vivir aquí, porque el camino para la lava ya se ha hecho. Las próximas erupciones pasarán por aquí”, argumenta, y cree que sus familiares pueden estar con vida, pero no enterrados bajo la ceniza, sino que andarían desorientados por las faldas del volcán.
Los rumores que corren en los albergues donde se alojan algunos de los que escaparon al desastre sobre la posible existencia de sobrevivientes, aumentan las esperanzas de algunos familiares de hallar a sus seres queridos con vida, pese a que ya pasaron cinco días desde que fueron reportados como desaparecidos.
Henry García observa con una entereza impropia de un joven de 17 años los cuerpos de seis vacas arrastradas por la furia del volcán. Vive resignado. Su madre está desaparecida y su padre está en México en estado grave tratándose las severas quemaduras que le provocó el material incandescente.
No ha tenido más remedio que irse con su tío a la capital, la Ciudad de Guatamela, donde no quiere vivir porque no le gusta el ritmo de la ciudad sino el de la vida rural de San Miguel Los Lotes. “Hasta el domingo no le tenía miedo al volcán, pero ahora ya no me fío, así que no volveré a vivir aquí”, dijo.