Un anuncio en la televisión sobre una caravana de migrantes que partiría a Estados Unidos empujó a María a tomar la decisión de huir de la pobreza en Honduras. Ahora, junto con su familia, atraviesa Guatemala con miles de sus compatriotas en busca de una mejor vida.
“Nos vamos”, decidió ese día la mujer de 49 años desesperada por su precaria situación económica, apenas sostenida con la venta de tamales de maíz, y se unió a la masiva caravana que salió el sábado pasado de la ciudad de San Pedro Sula, en el norte hondureño.
Con unos ocho dólares en el bolsillo, María Aguilar, sus tres hijos y dos nietos pequeños, cruzaron la frontera enfrentado largas caminatas que han sido mitigadas con la solidaridad de vecinos y activistas guatemaltecos que les han proporcionado agua, alimentos, ropa y refugio.
Solo su esposo decidió quedarse en Honduras para cuidar su casa “que les ha costado bastante esfuerzo” construirla, menciona con la voz entrecortada.
Sentada en un colchón inflable, la madre hondureña de cabello corto rojizo repone energías en la Casa del Migrante en la capital guatemalteca que recibe a los migrantes que hacen una pausa para marchar a México y luego a Estados Unidos.
“Emigrar no es un delito, uno quiere una vida mejor”, sostiene María que pese al duro camino donde ha enfrentado sol y lluvia se aferra a la idea de que “todo sacrificio tiene su recompensa”.
Aunque las autoridades guatemaltecas no tienen un registro sobre los hondureños que han pasado la frontera en la caravana, al menos 3.000 migrantes habían sido atendidos en el refugio dirigido por la Pastoral de Movilidad Humana de la Iglesia Católica.
El lunes, un numeroso contingente de la policía guatemalteca intentó frenar su avance pero tras horas de tensión la multitud de migrantes logró llegar al poblado guatemalteco de Esquipulas y desde entonces han marchado en grupos hacia Ciudad de Guatemala.
https://twitter.com/Mario_Yeah/status/1052990937322926080
Cancilleres y vicecancilleres de Honduras, Guatemala y El Salvador se reunieron el miércoles en Tegucigalpa para analizar la crisis migratoria, con la participación de un enviado especial del presidente electo de México, Manuel López Obrador.
Familias completas, algunas con niños recién nacidos, hacían largas filas para ser recibidos en el albergue que sobrepasó su capacidad por lo que fue necesario ubicar a decenas de migrantes a colegios católicos y salones cercanos en el centro de la capital guatemalteca.
“La situación que estamos viviendo en nuestro país es muy triste y muy crítica”, lamentó por su lado Lourdes Aguilar, de 28 años, hija de María.
Lourdes, acompañada por sus hijos de 4 y 7 años, enumeró un listado de problemas que padece Honduras como la violencia por las pandillas, la falta de empleo y la carencia de medicinas en los hospitales que también los orilló a emigrar.
Su intención es que sus hijos tengan una “buena educación” en Estados Unidos y trabajar para quizás en un futuro volver a Honduras y “poner un negocio”, y salir de la pobreza que afecta a casi 7 de cada 10 hondureños.
“En nuestro país te matan o te morís de hambre”, interviene María.
Los migrantes encuentran un aliento en el anuncio del gobierno del estado mexicano de Chiapas de que recibirá a los migrantes, pero el camino se pone cuesta arriba con la amenaza de Estados Unidos que ha advertido a los hondureños de la caravana que los detendrá y deportará.
David Hodge, ministro consejero de la embajada de Estados Unidos en Guatemala, al visitar la Casa del Migrante reconoció que la migración masiva es “una situación humanitaria bastante difícil” y que las personas salen por los “problemas serios” que hay en Honduras, sin embargo reiteró la advertencia de que su país expulsará a los inmigrantes ilegales.
“Dicen que Donald Trump es malo, pero yo digo que toda persona tiene su lado débil y yo creo que es un ser humano y estamos orando para que se haga la voluntad de Dios”, sentenció María antes de intentar dormir y horas después seguir su destino.