El intercambio de fotografías y videos íntimos es bastante común. Algunas son eliminadas por miedo a que un tercero las vea, otras se quedan en chats o en carpetas con un nombre random, pero lamentablemente para quienes aparecen en ellas, algunas terminan siendo vistas por cientos o miles de personas, en la mayoría de casos a través de Internet.
“Todos los días me arrepiento de eso”, es lo primero que me dijo “Jennifer” cuando tocamos el tema. Hace cinco años estaba en tercero básico y tuvo novio por primera vez. “Antonio” era un año mayor y estudiaba a un par de cuadras, en otro colegio del Centro Histórico. Una amiga en común los presentó en una parada de bus, volvieron a encontrarse a los pocos días y el interés entre ambos era bastante obvio. Cuando Antonio se animó a pedirle el número, ella ilusionada no dudó en dárselo… empezaron las llamadas, mensajes y chats, y a los tres o cuatro meses se hicieron novios.
En la casa de Jennifer eran bastante estrictos y tenía prohibido andar con alguien, hasta que entrara a diversificado. Faltaban pocos meses para eso así que le pidió a Antonio que fuera paciente y según sus palabras “hizo todo lo posible para mantenerlo feliz”. En un principio eso implicaba quedarse platicando con él en la parada un buen rato y después inventar una excusa para sus papás por su hora de llegada, continuó con darle regalos o comprar algo para que comieran juntos cuando él empezó a ir a dejarla a su casa. Por miedo a que los vieran la dejaba a un par de cuadras, pero el viaje lleno de besos no se los quitaba nadie.
Todo iba bien hasta que de repente él le dijo que estaba interesado en otra chava. “Una que no tenía que esconderse ni pedir permiso para todo”. La inmadurez y el temor a que la dejaran hizo que Jennifer tomara la decisión de hacer sexting. Me contó que al inicio solo intercambiaba mensajes con su novio en el chat de Facebook y hasta se inventaba algunas respuestas para resultarle más interesante.
Semanas después se le agotaban las ideas y tenía la sensación de que Antonio estaba a punto de perder el interés. “Yo estaba desesperadísima y una vez, sin pensarlo, me quité la blusa y le mandé una foto en la que se veía mi bra y el abdomen. Me dio vergüenza mostrar la cara. Él le respondió de inmediato y después de eso empezó a ponerse más cariñoso y detallista, pero no pasó mucho tiempo para que aquel momento impulsivo se convirtiera en una repetitiva exigencia de Antonio. “Las fotos cada vez eran más explícitas, sino había mucha diferencia entre una y otra me decía que quería ver algo más. Finalmente le mandé una foto de cuerpo completo, en la que sí se veía mi cara. No tenía idea de lo que iba a pasar después”.
A penas habían pasado dos días -justo el fin de semana después de eso- cuando la foto había llegado hasta los teléfonos de las compañeras de Jennifer. Su mejor amiga la alertó cuando se enteró, pero ya no había nada que pudieran hacer para evitar que siguiera difundiéndose. “Traté de comunicarme con él y pedirle una explicación, pero su celular estaba apagado y nunca me dio el número de su casa”.
El sábado y domingo recibí mensajes de números que no tenía como contactos en los que me insultaban o me preguntaban si quería mandar fotos nuevas. Me hicieron comentarios vulgares sobre mi cuerpo y lo peor, cuando me sentí tan avergonzada que lloré por horas, fue cuando empezaron a llegarme dick pics.
El lunes cuando llegué al colegio noté que las demás chavas hablaban de mi, logré pasar la mañana más o menos tranquila, pero cuando regresé a mi clase después del almuerzo en mi escritorio decía “zorra”, aunque traté de aguantarme me puse a llorar y salí corriendo al baño. En las puertas también habían escrito cosas. Pasaron pocos minutos cuando mi maestra llegó, tocó la puerta y empezó a insistir en que le dijera qué estaba pasando. Mi miedo era que terminaran llamando a mis papás, así que me cerré en que todo estaba bien y no dije ni una palabra. Fui una tonta al pensar que el problema no llegaría más allá de mi clase y que en pocos días todas lo olvidarían.
A la hora de salida fui a buscar a Antonio. Me dijo que uno de sus amigos había encontrado la foto, la pasó a su teléfono y así se empezó a regar. Él estaba tranquilo, hasta parecía sentirse bien y muy “cabrón”.
El acoso por parte de mis compañeras y la viralización de la foto continuó sin que yo pudiera evitarlo, y finalmente se enteraron mis maestros y por supuesto, mis papás. Mi mamá lloró cuando nos llamaron a todos a la dirección y mi papá, aunque en ese momento no dijo nada, después me hizo saber la vergüenza que le causé en ese momento. Las cosas se salieron de control, yo llegué al punto de pensar en tomar pastillas para suicidarme, me deprimí mucho y ya no quería salir de mi casa.
Al final me sacaron del colegio y mi papá pidió un traslado en su trabajo de la Ciudad a un departamento. Allá nadie sabía quién era yo y lo que me había pasado. Mi familia nunca enfrentó a Antonio ni pusimos una denuncia. Nos preocupamos más de huir de todos los problemas que nos causaron mis acciones.
El año pasado nos mudamos de nuevo a la Capital y hasta ahora, después de cinco años, siento que mi vida es normal otra vez. Estudio veterinaria, tengo nuevos amigos y aunque no he vuelto a salir con nadie, siento que si encuentro a alguien que valga la pena, podré hacerlo sin problemas. Ya no me siento avergonzada de lo que pasó y aunque quisiera decirte que ya no tengo miedo, la verdad es que lo que hice es algo que me va a perseguir toda la vida.
Si vos y tu pareja se ponen de acuerdo para intercambiar fotografías íntimas y los dos son mayores de edad, no hay ningún delito. Pero de acuerdo con la licenciada Gabriela Sandoval, de la Secretaría Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas (SVET), si alguno reenvía una imagen del otro sin su consentimiento, comete el delito de Violación a la intimidad sexual, regulado en el artículo 190 del Código Penal. La pena por esta falta es de 2 a 4 años de prisión.
Si uno o ambos tienen menos de 18 años, la acción del intercambio de imágenes consistiría en producción y posesión de material pornográfico de personas menores de edad, sancionada con 2 a 4 años de cárcel, y la difusión implicaría caer en un delito sancionado con prisión de 6 a 8 años y una multa que puede ir de Q50 a Q500 mil.
Quien reciba y reenvíe una imagen de este tipo también es parte de la cadena que gira alrededor del delito y podría recibir hasta 4 años de cárcel. Es por eso que si te envían una imagen de este tipo debés borrarla de inmediato de tu teléfono.
La persona afectada debe acercarse a cualquiera de las oficinas de atención a la víctima que se encuentran en el Ministerio Público (MP), ya sea en la 15 avenida 15-16 zona 1 Barrio Gerona, en la Ciudad o en la fiscalía más cercana.
Para agilizar el proceso es importante que lleve pruebas, como screenshots, que demuestren que la otra persona difundió imágenes íntimas sin su aprobación. El MP se pondrá en contacto con la Unidad de Delitos Informáticos de la Policía Nacional y juntos establecerán los métodos y líneas de investigación que utilizarán para hacer el rastreo de imágenes y pruebas que necesitan para iniciar un proceso penal. Después el MP presentará el caso ante un juez para que inicie un proceso penal, y a partir de eso podría solicitarse una orden de aprehensión contra el/ la culpable. En 2017, se recibieron 78 casos de violación a la intimidad sexual.
Es importante que quien haya sido víctima de violación a su intimidad sexual reciba ayuda psicológica, apoyo y orientación para que quien haya atentado contra él o ella no quede impune y SVET ofrece esta ayuda. No existe un límite máximo de tiempo para denunciar este delito, después de comprender que debe exigir justicia, Jennifer está considerando dar este paso.
Fuentes: Testimonio “Jennifer”. Licenciada Gabriela Sandoval, directora contra la violencia sexual de la Secretaría Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas (SVET), svet@vicepresidencia.gob.gt, teléfono 2504-8888; Ley Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas; Código Penal de Guatemala.